Para Barbitas, por sacar el tema.
Tal vez la vida sea una mierda y Dios nos haya abandonado a nuestra suerte; tal vez se ría de nuestros esfuerzos por sobrevivir. A lo mejor ese hijo de puta que te abandonó aún sigue pensando en ti, aquel amigo de la infancia intenta llamarte y tu padre seguiría mirándote a los ojos, desconociendo esa homosexualidad latente que vive dentro de ti que él tanto rechaza. Quién sabe, ¿no? Quién sabe.
Después de esta introducción, me pregunto que pensarán de mí; déjenme adivinarlo, ¿una pesimista extrema?, ¿una vieja amargada? Seamos sinceros, a mí me la suda ─si me permiten expresarme tan vastamente─ su opinión sobre mí y ustedes no me dan si quiera la importancia necesaria para hacerme un perfil; así que tendré que contar mi historia una vez más.
Supongo que yo era una chica triste sin razón; es decir, no me acosaban ni tenía un pasado triste, yo que sé. Mi familia era feliz y jamás se había roto y creo recordar que nadie que me importase lo suficiente había muerto, así que creo que no había motivos para que estuviese triste. No tenía muchos amigos porque me pasaba mi tiempo libre en casa, estudiando o con mis padres. Oh, por los clavos de Cristo, no me digan que han atribuido mi tristeza a esta falta de amigos, mi familia rellenaba dichos huecos. Y me era suficiente, ¿saben? Porque siempre fui una cría modesta, egocentrismo cero. En el instituto me iba bien, creo. Solía sacar buenas notas y la gente me respetaba; me preguntaban dudas, me pedían los deberes y no mucho más. Más que suficiente contacto social. Y bueno, en todo instituto existe el típico grupo de zorras que a todo el mundo le cae bien menos a ti y se toman la molestia de joderte la vida. Supongo que les agradecería que perdiesen su tiempo conmigo de no ser por el hecho de que me dan ganas de vomitar, reír, salir corriendo y romperles la nariz. No crean que soy tan marimacho, simplemente tenía mal humor y cuatro rubias pintadas no iban a tocarme las narices de tal manera. Tampoco era tan malo, en clase no llamaba la atención más de lo necesario. Era un buen trato, estudiaba y sacaba las mejores notas de la clase a cambio de que me dejaran pasar desapercibida. Era como un fantasma, pero me gustaba. Ah. Ya ven, no puedo quejarme.
Los días solían ser monótonos, pero adoraba mi propia rutina de aparecer y desaparecer por los diferentes lugares en silencio.
Recuerdo el día que nos cambió la vida a todos. Llegué a casa algo cansada, pero aún así fui a la cocina para ayudar a mi madre. Grité. Estaba en el suelo, apenas se movía y el movimiento de su pecho era casi imperceptible. Eché a correr al salón, ─creo que me caí varias veces por el incontrolable temblor de mi aparato locomotor─ y rompí a llorar mientras rogaba por una ambulancia. Me senté al lado de mi madre en silencio y lo único que recuerdo fueron ruidos, ajetreos y miedo. Después recuerdo a mi padre llorando, una manta, café y olor a quirófano. Se me dilataron las aletas de la nariz ante este desagradable olor a inseguridades, muerte y desinfectantes. Quería consolar a mi padre, abrazarle y decirle que mamá saldría de esto. Sin embargo, me quedé en silencio, porque ni siquiera sabía si yo sería capaz de creerme mis propias palabras.
Mamá se quedó ingresada; había sufrido un ataque al corazón y necesitaba un trasplante rápido si no quería que su vida corriera peligro. A diferencia de las películas americanas, no había corazones compatibles con el suyo. Se me diagnosticó un porcentaje medio-elevado de ansiedad, así que me empastillaron tanto que parecía una puta yonki, como la chica de Requiem for a dream. ¿Han visto alguna vez esa película? Yo no, pero el título siempre me había parecido romántico.
Dejé de estudiar, de comer, de dormir, de vivir. A mi padre debió de ocurrirle algo parecido, porque se fue a la casa de sus padres durante unos días. Mi madre necesitaba un corazón, ¿no? Pues yo se lo daría. Me sometí a bastantes pruebas hasta concluir en que mi corazón era compatible; y a pesar de las insistencias de aquellos médicos, decidí seguir adelante. Y bueno, ya pueden imaginar el resto, ¿no? Lo telefoneé para perdirle que me cambiase el turno y viniese él a cuidar a mamá, y supongo que no tardó mucho en venir. Los últimos recuerdos que poseo son el quirófano y una carta para mis padres.
Tal vez la vida sea una mierda y Dios nos haya abandonado a nuestra suerte, quizás se ría de nuestros esfuerzos por sobrevivir. A lo mejor mi madre me odia por haber muerto por ella, mi padre se culpe por haberme dejado sola o ambos me agradezcan mi sacrificio. Quién sabe, ¿no? Quién sabe.
lunes, 4 de noviembre de 2013
lunes, 21 de octubre de 2013
Recuerdos de guerra.
Nota de la autora: A ver, este relato incluye ideas sobre nazismo, lo cual quiero dejar claro que NO COMPARTO DICHOS IDEALES, es un relato simple que quiero dedicar a @_RodrigoRuiz_ por pedirme que lo escribiera. No es muy fuerte; de todos modos, leerlo bajo vuestra responsabilidad.
No recuerdo bien el número de cigarrillos que había consumido ese día. Las paredes grises de aquella sala no nos gustaban a ninguno de los dos; lo sé porque tus ojos se tornaban tristes cuando evitabas mirarme y te veías obligado a observar la sala. Recuerdo que movías mucho las manos y parpadeabas en exceso. Sigo sin comprender por qué estabas tan nervioso, ¿te asusta un viejo diablo? Te miré en silencio y te pedí que comenzásemos, lo cual aceptaste encendiendo la grabadora. Vaya alguien más morboso que deseaba escuchar los relatos del infierno. Ah, allá vamos, pues.
-¿Qué mejor manera para comenzar más que presentándome? Mi nombre es Harold Petrov, de antepasados rusos y alemanes. Nací y crecí en la hermosa ciudad de Berlín. Mis padres estaban muy bien acomodados, económicamente hablando. Tenía una hermana, Gretel, que murió a la edad de doce años debido a leucemia. Estudié y me formé como un hombre culto, algo que, sin saberlo aún, me sería muy útil. Cumplí los veinte años poco antes que el brillante y misericordioso general Adolf Hitler llegase al poder. Jamás tendré palabras suficientes para explicar lo que sentía cuando le oí en la radio por primera vez; los escalofríos que me recorrían una y otra vez la médula espinal y como me brillaban los ojos ante sus ideas. Usted no lo comprende ni lo hará, pero esas ideas eran tan justas... Así que me alisté al ejército para luchar por mi patria y cumplir los deseos del Führer. La raza aria era la única que debía pervivir, mientras que el resto de razas -principalmente judíos- debían morir y no dejar ningún rastro. Acabé en lo que llamábamos campos de exterminio. Solían venir enormes trenes llenos de esa asquerosa gentuza que el Führer deseaba ver muerta. Todos te miraban con esa expresión apenada que me provocaba arcadas. Por tu expresión, Frank, ¿era Frank?, sí bueno, por tu expresión parece ser que no compartes mis ideales; pero deberías haberlos visto con mis propios ojos y conocerías cuanto asco sentía por ellos. Rápidamente les almacenábamos como ratas, aunque a veces los fusilábamos sin compasión. Ya sabe, teníamos que matar el tiempo de algún modo. Odiaba cuando lloraban, aquellos seres no merecían lamentarse, así que solía disparar sin pensarlo dos veces. Una tradición allí era apostar cuanta gente acabaría en la cámara de gas en un día.
Una vez, el Führer vino a observar el funcionamiento del campo. Y oh Frank, me dió la mano y me agradeció mi trabajo por la patria y por la nueva raza. JODER FRANK, ADOLF HITLER ME HABLÓ EN PERSONA Y SE SENTÍA ORGULLOSO DE MÍ. Vale, lo siento por gritar, no llames al doctor, estoy bien, estoy bien. Supongo que no querrás detalles de los gritos o del olor a carne humana quemada, ¿verdad? Los hornos gemían por carne, y el cielo se volvía negro cuando nos deshacíamos de esos hijos de puta. Disfrutaba matando, Frank, lo hacía de verdad. Sentía placer por ver sus rostros acongojados por dolor y miedo. Ah, eran tan agradable...
¿Sabes Frank? Yo también tenía mi corazoncito. Llegó una niña de, que sé yo, ¿dieciséis años?, de la que caí enamorado, o eso creo. Tenía unos ojos verdes arrebatadores y una boca de porcelana. Solía ir a su barracón cuando nadie estaba presente y solía cortejarla. Rondaba unos veinticinco años, así que no me costó demasiado. Follamos, Frank, follamos en todas las posiciones que quería; y se la terminaron follando mis compañeros también. Creo que la cría se pensaba que iba a salvarla por follármela. Inocente criatura. Acabó en las cámaras de gas como el resto. Zorra. Supongo que al final las muertes me trastornaron, ¿no dice eso el doctor? Supongo que querrás entrevistar a más de mis compañeros, así que finalizaré mi confesión aquí. Frank, ¿volverás a verme? Siempre podremos vernos en el infierno, ¿no?
No recuerdo bien el número de cigarrillos que había consumido ese día. Las paredes grises de aquella sala no nos gustaban a ninguno de los dos; lo sé porque tus ojos se tornaban tristes cuando evitabas mirarme y te veías obligado a observar la sala. Recuerdo que movías mucho las manos y parpadeabas en exceso. Sigo sin comprender por qué estabas tan nervioso, ¿te asusta un viejo diablo? Te miré en silencio y te pedí que comenzásemos, lo cual aceptaste encendiendo la grabadora. Vaya alguien más morboso que deseaba escuchar los relatos del infierno. Ah, allá vamos, pues.
-¿Qué mejor manera para comenzar más que presentándome? Mi nombre es Harold Petrov, de antepasados rusos y alemanes. Nací y crecí en la hermosa ciudad de Berlín. Mis padres estaban muy bien acomodados, económicamente hablando. Tenía una hermana, Gretel, que murió a la edad de doce años debido a leucemia. Estudié y me formé como un hombre culto, algo que, sin saberlo aún, me sería muy útil. Cumplí los veinte años poco antes que el brillante y misericordioso general Adolf Hitler llegase al poder. Jamás tendré palabras suficientes para explicar lo que sentía cuando le oí en la radio por primera vez; los escalofríos que me recorrían una y otra vez la médula espinal y como me brillaban los ojos ante sus ideas. Usted no lo comprende ni lo hará, pero esas ideas eran tan justas... Así que me alisté al ejército para luchar por mi patria y cumplir los deseos del Führer. La raza aria era la única que debía pervivir, mientras que el resto de razas -principalmente judíos- debían morir y no dejar ningún rastro. Acabé en lo que llamábamos campos de exterminio. Solían venir enormes trenes llenos de esa asquerosa gentuza que el Führer deseaba ver muerta. Todos te miraban con esa expresión apenada que me provocaba arcadas. Por tu expresión, Frank, ¿era Frank?, sí bueno, por tu expresión parece ser que no compartes mis ideales; pero deberías haberlos visto con mis propios ojos y conocerías cuanto asco sentía por ellos. Rápidamente les almacenábamos como ratas, aunque a veces los fusilábamos sin compasión. Ya sabe, teníamos que matar el tiempo de algún modo. Odiaba cuando lloraban, aquellos seres no merecían lamentarse, así que solía disparar sin pensarlo dos veces. Una tradición allí era apostar cuanta gente acabaría en la cámara de gas en un día.
Una vez, el Führer vino a observar el funcionamiento del campo. Y oh Frank, me dió la mano y me agradeció mi trabajo por la patria y por la nueva raza. JODER FRANK, ADOLF HITLER ME HABLÓ EN PERSONA Y SE SENTÍA ORGULLOSO DE MÍ. Vale, lo siento por gritar, no llames al doctor, estoy bien, estoy bien. Supongo que no querrás detalles de los gritos o del olor a carne humana quemada, ¿verdad? Los hornos gemían por carne, y el cielo se volvía negro cuando nos deshacíamos de esos hijos de puta. Disfrutaba matando, Frank, lo hacía de verdad. Sentía placer por ver sus rostros acongojados por dolor y miedo. Ah, eran tan agradable...
¿Sabes Frank? Yo también tenía mi corazoncito. Llegó una niña de, que sé yo, ¿dieciséis años?, de la que caí enamorado, o eso creo. Tenía unos ojos verdes arrebatadores y una boca de porcelana. Solía ir a su barracón cuando nadie estaba presente y solía cortejarla. Rondaba unos veinticinco años, así que no me costó demasiado. Follamos, Frank, follamos en todas las posiciones que quería; y se la terminaron follando mis compañeros también. Creo que la cría se pensaba que iba a salvarla por follármela. Inocente criatura. Acabó en las cámaras de gas como el resto. Zorra. Supongo que al final las muertes me trastornaron, ¿no dice eso el doctor? Supongo que querrás entrevistar a más de mis compañeros, así que finalizaré mi confesión aquí. Frank, ¿volverás a verme? Siempre podremos vernos en el infierno, ¿no?
miércoles, 16 de octubre de 2013
El niño llegaba siempre a la misma hora. Cruzaba el enorme portón del cementerio y observaba en silencio el camposanto, aprendiéndose cada mínima forma de aquel lugar. Rara vez variaba el camino hasta aquella insignificante tumba, donde el niño se sentaba y, con el mayor respeto que conocía, depositaba una pequeña rosa; después, se abrazaba las piernas y comenzaba a hablar. Su monólogo era muy improvisado, pese a que él hacía grandes esfuerzos por llevar algún tipo de orden; pero su voz se teñía de una dolorosa nostalgia y de mucha ternura. Cualquiera que pasase por allí podía sentir aquella atmósfera cargada de «te echo de menos» deseando ser pronunciados y oídos. Pasado un tiempo, se secaba las lágrimas de la cara, le daba un último beso a la rosa y murmuraba un tímido «adiós mamá, te quiero».
Cuando se iba, el niño solía acudir a la iglesia, donde el párroco local ─un señor de gran edad que había viajado mucho cuando fue más joven─, le enseñaba a leer, escribir, realizar algunas operaciones simples y latín. El niño se esforzaba al máximo por aprender hasta la última palabra que el anciano pronunciaba; y, después de estudiar, regresaban juntos a una modesta casita. No tenía otro lugar al que acudir, así que el cura lo adoptó; aceptándolo en su casa y sirviéndole de su comida.
A veces el cura lo acompañaba al cementerio y rezaban juntos, e incluso el cura ─o padre, como lo llamaba el niño─, solía hablarle al aire también. El niño no tenía amigos, pero tampoco le entristecía dicho hecho. Simplemente, le restaba importancia de algún modo u otro. Así pasó su infancia, visitando a su madre y aprendiendo.
Como todo el mundo, el niño creció. Y decidió salir de aquel pueblo a conocer el mundo que solía leer en los libros. Y aprendió más de lo que jamás hubiese imaginado. Conoció al amor de su vida, con el que se casó unos años después; y formó una maravillosa familia. O eso me parece a mí; pese a todo, ¿que padre puede hablar mal de sus hijos y que marido puede decir cosas negativas sobre su mujer? Continúo visitando a mi madre de vez en cuando para que no me eche de menos. Quiero que sepa que crecí para tener la familia que ella no pudo formar ni cuidar.
Cuando se iba, el niño solía acudir a la iglesia, donde el párroco local ─un señor de gran edad que había viajado mucho cuando fue más joven─, le enseñaba a leer, escribir, realizar algunas operaciones simples y latín. El niño se esforzaba al máximo por aprender hasta la última palabra que el anciano pronunciaba; y, después de estudiar, regresaban juntos a una modesta casita. No tenía otro lugar al que acudir, así que el cura lo adoptó; aceptándolo en su casa y sirviéndole de su comida.
A veces el cura lo acompañaba al cementerio y rezaban juntos, e incluso el cura ─o padre, como lo llamaba el niño─, solía hablarle al aire también. El niño no tenía amigos, pero tampoco le entristecía dicho hecho. Simplemente, le restaba importancia de algún modo u otro. Así pasó su infancia, visitando a su madre y aprendiendo.
Como todo el mundo, el niño creció. Y decidió salir de aquel pueblo a conocer el mundo que solía leer en los libros. Y aprendió más de lo que jamás hubiese imaginado. Conoció al amor de su vida, con el que se casó unos años después; y formó una maravillosa familia. O eso me parece a mí; pese a todo, ¿que padre puede hablar mal de sus hijos y que marido puede decir cosas negativas sobre su mujer? Continúo visitando a mi madre de vez en cuando para que no me eche de menos. Quiero que sepa que crecí para tener la familia que ella no pudo formar ni cuidar.
Incluso si mañana se acabase el mundo, hoy plantaría un manzano. *
* frase sacada del manga Defense Devil
Ni siquiera sé cómo acabé siendo carcelero; tal vez fueron caprichos de la vida o una sucesión de mala suerte. Sea como sea, he pasado los últimos quince años de mi vida recorriendo estos mohosos y lúgubres pasillos, observando en silencio todos esos rostros condenados a muerte y escuchando los rezos vacíos a toda la corte celestial. No podía evitar sonreír mientras una desagradable acidez me recorría las venas. Una vez dentro de aquí, solo significaba que hasta Dios te había dado la espalda. La mayoría de los allí retenidos tendían a ser inocentes que no se podían pagar la libertad, algo así como pájaros con alas rotas. Tenían familia, trabajo, estudios y verdadera mala suerte, para que engañarnos. Más de una vez había pensado en brindarles la libertad que buscaban, pero no tenía el valor suficiente para afrontar el castigo que me deparaba. Era algo estúpido ya que no tenía nada que perder, pero aún así el pánico me era mejor consejero que el valor.
Hoy llegó un nuevo rehén, un chico no mayor de veinte años. A diferencia del resto, él no lloraba, ni gritaba o pataleaba como un niño pequeño; él estaba en silencio, impasible, afrontando los días que debía vivir aquí antes de acabar en la horca. He de reconocer que su frialdad me sorprendió, incluso llegó a asustarme en ocasiones. Recuerdo una ocasión, después de llevarles aquellos tarros llenos de comida que ni los perros olerían, aquel chico me devolvió uno de los tarros y me pidió que le plantase un manzano y lo volviese a llevar a su celda. No tenía nada que perder por ello, así que cumplí su deseo, que él me recompensó con una sonrisa.
Los días pasaban y él seguía inexpresivo, comiendo lo que necesitaba y cuidando aquella pequeña maceta con tanto mimo.
Finalmente, llegó el día de su ejecución y no pude resistirme a preguntarle por qué me pidió aquello hace ya tanto tiempo.
─Es simple; incluso si mañana se acabase el mundo, hoy plantaría un manzano.
[...]
Me acerqué a la muchedumbre que observaba la ejecución en la plaza. El chico estaba preparado para morir y la imagen resultaba, cuanto menos, deprimente. Reflejaba cuan cruel podía ser el mundo frente a una mínima esperanza. Subió las pequeñas escaleras y esperó a sentir la soga alrededor de su cuello. La trampilla cedió y él se agitó, intentando encontrar un soporte invisible que pudiese salvar su vida. No aparté la mira hasta que su cuerpo dejó de convulsionarse. Me quedé allí largo tiempo, siendo de las últimas personas en retirarme de la plaza. El único motivo por el que se podría culpar a ese chico habría sido de querer vivir. Pese a todo, de algún modo, su historia me hizo cambiar mi percepción de la vida. Trasplanté aquel pequeño manzano en el jardín que poseía detrás de mi casa; y no hay día que no lo cuide con todo mi esmero. Alberga demasiada esperanza como para dejarlo morir sin más.
Ni siquiera sé cómo acabé siendo carcelero; tal vez fueron caprichos de la vida o una sucesión de mala suerte. Sea como sea, he pasado los últimos quince años de mi vida recorriendo estos mohosos y lúgubres pasillos, observando en silencio todos esos rostros condenados a muerte y escuchando los rezos vacíos a toda la corte celestial. No podía evitar sonreír mientras una desagradable acidez me recorría las venas. Una vez dentro de aquí, solo significaba que hasta Dios te había dado la espalda. La mayoría de los allí retenidos tendían a ser inocentes que no se podían pagar la libertad, algo así como pájaros con alas rotas. Tenían familia, trabajo, estudios y verdadera mala suerte, para que engañarnos. Más de una vez había pensado en brindarles la libertad que buscaban, pero no tenía el valor suficiente para afrontar el castigo que me deparaba. Era algo estúpido ya que no tenía nada que perder, pero aún así el pánico me era mejor consejero que el valor.
Hoy llegó un nuevo rehén, un chico no mayor de veinte años. A diferencia del resto, él no lloraba, ni gritaba o pataleaba como un niño pequeño; él estaba en silencio, impasible, afrontando los días que debía vivir aquí antes de acabar en la horca. He de reconocer que su frialdad me sorprendió, incluso llegó a asustarme en ocasiones. Recuerdo una ocasión, después de llevarles aquellos tarros llenos de comida que ni los perros olerían, aquel chico me devolvió uno de los tarros y me pidió que le plantase un manzano y lo volviese a llevar a su celda. No tenía nada que perder por ello, así que cumplí su deseo, que él me recompensó con una sonrisa.
Los días pasaban y él seguía inexpresivo, comiendo lo que necesitaba y cuidando aquella pequeña maceta con tanto mimo.
Finalmente, llegó el día de su ejecución y no pude resistirme a preguntarle por qué me pidió aquello hace ya tanto tiempo.
─Es simple; incluso si mañana se acabase el mundo, hoy plantaría un manzano.
[...]
Me acerqué a la muchedumbre que observaba la ejecución en la plaza. El chico estaba preparado para morir y la imagen resultaba, cuanto menos, deprimente. Reflejaba cuan cruel podía ser el mundo frente a una mínima esperanza. Subió las pequeñas escaleras y esperó a sentir la soga alrededor de su cuello. La trampilla cedió y él se agitó, intentando encontrar un soporte invisible que pudiese salvar su vida. No aparté la mira hasta que su cuerpo dejó de convulsionarse. Me quedé allí largo tiempo, siendo de las últimas personas en retirarme de la plaza. El único motivo por el que se podría culpar a ese chico habría sido de querer vivir. Pese a todo, de algún modo, su historia me hizo cambiar mi percepción de la vida. Trasplanté aquel pequeño manzano en el jardín que poseía detrás de mi casa; y no hay día que no lo cuide con todo mi esmero. Alberga demasiada esperanza como para dejarlo morir sin más.
sábado, 5 de octubre de 2013
Ojo por ojo, diente por diente.
Se sirvió otro vaso de whiskey mientras leía de nuevo aquella carta. Admiraba la curiosa curva que tomaban las mayúsculas, la sobreexplotación de los signos de puntuación e incluso los borrones que ensuciaban la pieza. Era un pequeño réquiem, una infantil despedida. La lluvia caía estrepitosamente sobre la ventana, despreciando la nostalgia que sentía aquel anciano. Él, molesto, abrió la ventana y, en un vano ataque de furia, despotricó contra la lluvia, que incrementó sus ácidas burlas hacia sus recuerdos corrompidos por tristeza y culpa. El viento se abría paso entre la lluvia, encontrando su fatídico final alimentando el fuego de la chimenea. Tiró el vaso, que se hizo añicos contra el suelo; encontrando una buena comparación para el estado de su alma. Miró la frondosa oscuridad mientras gritaba el nombre de la difunta niña. Se le quebraba la voz, pero seguía insistiendo en recuperarla de algún modo. La lluvia le calaba hasta los huesos, pero no sentía frío. Cerró la ventana y se acercó a la chimenea, con el fin de que las lágrimas que empapaban sus vestiduras y piel se fundieran con el aire. Y así fue, pero él no llegaba a sentir el calor que proporcionaba aquel crepitante fuego, haciendo bailar sin parar las llamas. El hombre se levantó y, arrastrando los pies, llegó hasta su habitación. Levantó las baldosas de madera, que contenían su billete de ida -sin vuelta- al infierno. No tuvo conciencia de que lloraba hasta que la caja se tornó húmeda. Sacó el pequeño revolver plateado y lo limpió con mimo, lo cual hizo que el ejecutor brillara con orgullo. Se secó las lágrimas y cerró los ojos mientras acerca la pistola a su sien.
—Ojo por ojo, diente por diente.
—Ojo por ojo, diente por diente.
Kaboom.
miércoles, 21 de agosto de 2013
Broken wings.
Me desperté de golpe, sintiendo la sangre huir de mi rostro. Miré el despertador, 5:29 am. El sol ni siquiera se había asomado, aunque las nubes seguramente trataban de ocultarlo. El colchón estaba manchado de sangre, y las vendas de mis muñecas presentaban un perturbante rojo que me trajo los recuerdos de aquella noche. Una vez, me hice daño a mí misma. Me rompí las alas con las que planeaba volar lejos de aquí. Me reí amargamente mientras sentía que las lágrimas me ardían en los ojos, así que parpadeé varias veces para no dejarlas caer. No me iba a dar la satisfacción de derrumbarme de nuevo. Abrí el armario y saqué el primer pantalón y sudadera que mis manos encontraron, y me vestí despacio, temiendo romperme si lo hacía demasiado deprisa. Rompí a llorar. ¿Acaso podía romperme más aún? ¿Mi alma aún no estaba suficientemente destrozada? Terminé tragándome las lágrimas y saliendo a la calle.
Llovía a cántaros, mezclándose con la humedad que las lágrimas habían dejado a lo largo de mis mejillas, limpiándolas. No había mucha gente por la calle, abundando entre esta minoría oficinistas y empresarios que estaban obligados a madrugar. Me reí. ¿Viviría lo suficiente para tener un trabajo o una casa? ¿Me casaría algún día? Me miré la muñeca. La venda estaba empapada de sangre y agua, tal vez debería cambiarla luego. Sí, creo que debería.
No sabía a donde ir o que hacer, todos los locales estaban cerrados y la única gente que pasaba iba con traje y prácticamente corriendo; así que acabé sentándome en un portal, abrazándome las rodillas con tanta fuerza que incluso me dolía. Un pequeño ladrido me hizo levantar la cabeza. Un perrito empapado me miraba fijamente. Lo miré también. No tenía collar, así que seguramente estuviese abandonado. Me levanté, sacudí la cabeza y me fui de aquel portal. Me giraba de vez en cuando y aquel perrito me seguía. Me reí en voz baja. Tal vez me lo pudiese llevar a casa. Me daría una razón para no dejar que se me rompan las alas otra vez. Lo cogí en brazos y regresé a casa. Íbamos a volar, aunque nos costase. De una vez por todas.
Llovía a cántaros, mezclándose con la humedad que las lágrimas habían dejado a lo largo de mis mejillas, limpiándolas. No había mucha gente por la calle, abundando entre esta minoría oficinistas y empresarios que estaban obligados a madrugar. Me reí. ¿Viviría lo suficiente para tener un trabajo o una casa? ¿Me casaría algún día? Me miré la muñeca. La venda estaba empapada de sangre y agua, tal vez debería cambiarla luego. Sí, creo que debería.
No sabía a donde ir o que hacer, todos los locales estaban cerrados y la única gente que pasaba iba con traje y prácticamente corriendo; así que acabé sentándome en un portal, abrazándome las rodillas con tanta fuerza que incluso me dolía. Un pequeño ladrido me hizo levantar la cabeza. Un perrito empapado me miraba fijamente. Lo miré también. No tenía collar, así que seguramente estuviese abandonado. Me levanté, sacudí la cabeza y me fui de aquel portal. Me giraba de vez en cuando y aquel perrito me seguía. Me reí en voz baja. Tal vez me lo pudiese llevar a casa. Me daría una razón para no dejar que se me rompan las alas otra vez. Lo cogí en brazos y regresé a casa. Íbamos a volar, aunque nos costase. De una vez por todas.
Relato cortito.
Acabó aquella estrellita de papel azul y la metió en el bote. La anciana sonrió, recordando las palabras que su madre la repetía cuando era una cría: "Reúne mil estrellas de papel y se te concederá un deseo." Sabía que no era real, pero su ilusión no decreció, y aquellos botes así lo confirmaban. No sabía ni siquiera que iba a desear, pero cuando llegase el momento, lo sabría. Y tal vez se le concedería.
Se levantó y dejó el bote en la estantería donde estaba el resto, cogiendo la única foto que adornaba ese estante. Era la última foto que se sacaron juntos, y estaban en la playa. Ambos sonreían con fuerza. La fecha databa del 93. Volvió a dejar la fotografía en su sitio y se sentó en su mecedora, hasta que el perro la rozó las piernas, haciéndola saber las ganas de salir que tenía. Era la única compañía que tenía, ya que nunca pudieron tener hijos a causa de un problema con su útero. Se levantó en busca de la correa y salió con el perro. Había un parque muy agradable cerca de su casa donde solían acudir a menudo. Era un sitio bonito, la verdad, y tenía algún que otro quiosco; y un laguito con patos que su perro siempre quería cazar. Se sentó en un banco cerca de aquel lago y observó los patos hasta que una voz masculina la devolvió a la realidad. Un anciano un poco más mayor que ella se había sentado a su lado, brindándole conversación.
La mañana se pasó volando, y el anciano no la había soltado la mano desde que se presentó. Se despidieron con dos besos y quedaron en volver al banquito mañana.
La anciana se fue, sonrojada y tonta como una adolescente. Bueno, tal vez no era demasiado tarde para enamorarse de nuevo.
Se levantó y dejó el bote en la estantería donde estaba el resto, cogiendo la única foto que adornaba ese estante. Era la última foto que se sacaron juntos, y estaban en la playa. Ambos sonreían con fuerza. La fecha databa del 93. Volvió a dejar la fotografía en su sitio y se sentó en su mecedora, hasta que el perro la rozó las piernas, haciéndola saber las ganas de salir que tenía. Era la única compañía que tenía, ya que nunca pudieron tener hijos a causa de un problema con su útero. Se levantó en busca de la correa y salió con el perro. Había un parque muy agradable cerca de su casa donde solían acudir a menudo. Era un sitio bonito, la verdad, y tenía algún que otro quiosco; y un laguito con patos que su perro siempre quería cazar. Se sentó en un banco cerca de aquel lago y observó los patos hasta que una voz masculina la devolvió a la realidad. Un anciano un poco más mayor que ella se había sentado a su lado, brindándole conversación.
La mañana se pasó volando, y el anciano no la había soltado la mano desde que se presentó. Se despidieron con dos besos y quedaron en volver al banquito mañana.
La anciana se fue, sonrojada y tonta como una adolescente. Bueno, tal vez no era demasiado tarde para enamorarse de nuevo.
lunes, 22 de julio de 2013
Tweets variados.
Os explicaré de que va este relato, ¿vale? :3 Cogeré tweets de mi TL y les pondré en un orden random; me vais a tener que disculpar porque no pondré users, sois muchos >3< Y SOBRETODO, NO TIENE COHERENCIA NINGUNA.
No seas idiota, que precisamente me gusta que nadie sepa mi cumpleaños. Caperucita Roja. Se van a "dar una vuelta" y aparecen por los delfines, posoc. Pues hoy haré pizza. Uff, que culo tiene. Lo he dado todo. QUIERO NOCILLA BLANCAAAAAAAA adoro las tormentas de verano, pero que cada dia desde hace dos semanas tengamos un par de ellas... NO Que Rapunzel es en realidad Rapónchigo. Chitose y Shima se parecen... mucho Voy a comprar la guitarra eléctrica :D En fin, que ya vendrás xDDD Me encanta lo patético que queda que me llamen friki para joderme, y yo me ría. Que no es broma, que estoy merendando pastel de carne de verdad XDDDDDDDDDDDD Mira que os jodan a todos,A TODOS. QUE ERES MU JOVEN PA PONER ESA CANCION, CÓMO DISE LA LETRA HEHEHEH buah yo no sé si irme a dormir porque estoy de un mal humor que pa qué Me aburre mi tumblr porque no sigo a casi nadie y no pasa nada. Me quiero arrancar la piel. Sería chachi. Solo conoces mi parte buena. Prepárate para la mala. Si estás leyendo esto significa que sabes leer y a pesar de que te creas inútil has conseguido algo en la vida (No todos saben leer) :3 66%. Ole ole. ENGA HOSTIA. Cap de Blood Lad visto y con la lentitud con la que avanzan y los diez caps que va a tener ya veréis las risas con el final...Las risas. Detenido el ladrón que robó en un hospital la nevera con las bolsas de sangre. El ladrón tuvo mucha sangre fría. en fin, cómo se aburre la gente. xDDDD Que si algu@s se dan por aludid@s es cosa suya. Que dramas, madre mía, que dramas. no subestimes mi capacidad para comerme una pizza entera Toda mi TL está loca, esto que es. ;_; EH, OYE, TENGO UNFOLLOWS. PERO SI ME HE DESACTIVADO EL TUITER. NO HE UNFOLLOWEADO A NADIE ;_; El 25 de agosto, concretamente. ERA CON M JODER :'C 'La llamas puta porque no puedes tenerla' SE BUSCAN PERSONAJES PARA UN ROL DE MEMORIAS DE IDHÚN. AUN QUEDAN PERSONAJES IMPORTANTES. SI QUIERES UNIRTE DIMELO. SI NO, HAZ RT, POR FAVOR Te invito a tomar un té.. Pero voh' lo haces viteh' (?) La cosa es tocarme los cojones a mi hoy, eh. UN TIGRE CON DANONINOOOO! *Pone voz de niña pequeña y la.mano como si fuera un tigre mientras grita AAAAAARG* Qué asco me dais, hijos de puta. He leido la frase de moda hasta en tqd "no critiques a las personas por su fisico, no lo eligen"... no sé porque digo estas cosas A VER ALMAS DEL CIELO SUPREMO, MI CUMPLEAÑOS NO FUE AYER, NI HOY NI NUNCA. ¿ENTENDIDO? YO EN REALIDAD NO TENGO FECHA, NADIE LA APUNTÓ, YA ESTÁ, NO ME GUSTA ESA MIERDA XD. FAV si tienes fantasías sexuales con Willyrex. No sé como hacerle entender a mis padres que necesito un caballete ya, y no dentro de dos meses y medio cuando empiece el curso. -______- Yo antes tenía el pelo bastante mas oscuro y era más feliz. Uuuuuuh. Como que así no puedo jugar. x'DDD
No seas idiota, que precisamente me gusta que nadie sepa mi cumpleaños. Caperucita Roja. Se van a "dar una vuelta" y aparecen por los delfines, posoc. Pues hoy haré pizza. Uff, que culo tiene. Lo he dado todo. QUIERO NOCILLA BLANCAAAAAAAA adoro las tormentas de verano, pero que cada dia desde hace dos semanas tengamos un par de ellas... NO Que Rapunzel es en realidad Rapónchigo. Chitose y Shima se parecen... mucho Voy a comprar la guitarra eléctrica :D En fin, que ya vendrás xDDD Me encanta lo patético que queda que me llamen friki para joderme, y yo me ría. Que no es broma, que estoy merendando pastel de carne de verdad XDDDDDDDDDDDD Mira que os jodan a todos,A TODOS. QUE ERES MU JOVEN PA PONER ESA CANCION, CÓMO DISE LA LETRA HEHEHEH buah yo no sé si irme a dormir porque estoy de un mal humor que pa qué Me aburre mi tumblr porque no sigo a casi nadie y no pasa nada. Me quiero arrancar la piel. Sería chachi. Solo conoces mi parte buena. Prepárate para la mala. Si estás leyendo esto significa que sabes leer y a pesar de que te creas inútil has conseguido algo en la vida (No todos saben leer) :3 66%. Ole ole. ENGA HOSTIA. Cap de Blood Lad visto y con la lentitud con la que avanzan y los diez caps que va a tener ya veréis las risas con el final...Las risas. Detenido el ladrón que robó en un hospital la nevera con las bolsas de sangre. El ladrón tuvo mucha sangre fría. en fin, cómo se aburre la gente. xDDDD Que si algu@s se dan por aludid@s es cosa suya. Que dramas, madre mía, que dramas. no subestimes mi capacidad para comerme una pizza entera Toda mi TL está loca, esto que es. ;_; EH, OYE, TENGO UNFOLLOWS. PERO SI ME HE DESACTIVADO EL TUITER. NO HE UNFOLLOWEADO A NADIE ;_; El 25 de agosto, concretamente. ERA CON M JODER :'C 'La llamas puta porque no puedes tenerla' SE BUSCAN PERSONAJES PARA UN ROL DE MEMORIAS DE IDHÚN. AUN QUEDAN PERSONAJES IMPORTANTES. SI QUIERES UNIRTE DIMELO. SI NO, HAZ RT, POR FAVOR Te invito a tomar un té.. Pero voh' lo haces viteh' (?) La cosa es tocarme los cojones a mi hoy, eh. UN TIGRE CON DANONINOOOO! *Pone voz de niña pequeña y la.mano como si fuera un tigre mientras grita AAAAAARG* Qué asco me dais, hijos de puta. He leido la frase de moda hasta en tqd "no critiques a las personas por su fisico, no lo eligen"... no sé porque digo estas cosas A VER ALMAS DEL CIELO SUPREMO, MI CUMPLEAÑOS NO FUE AYER, NI HOY NI NUNCA. ¿ENTENDIDO? YO EN REALIDAD NO TENGO FECHA, NADIE LA APUNTÓ, YA ESTÁ, NO ME GUSTA ESA MIERDA XD. FAV si tienes fantasías sexuales con Willyrex. No sé como hacerle entender a mis padres que necesito un caballete ya, y no dentro de dos meses y medio cuando empiece el curso. -______- Yo antes tenía el pelo bastante mas oscuro y era más feliz. Uuuuuuh. Como que así no puedo jugar. x'DDD
domingo, 14 de julio de 2013
Let's be alone together.
Él se dejó caer mientras gemía desesperanzado. La camisa de fuerza le hacía daño en los brazos, pero los médicos se negarían a quitárselo. Comenzó a gritar en un ataque de rabia y golpearse la cabeza contra las paredes, sin conseguir el final que deseaba debido al acolchamiento de las paredes. Sabía que las enfermeras volverían a traerle aquellas jodidas pastillas para su problema, como solían decir siempre, y el pensamiento le hizo reír. Poco después, las amargas carcajadas fueron sustituidas por cálidas lágrimas que se perdían en el suelo, en silencio, mientras él seguía gritando y maldiciendo a todo el hospital. Se sentó en una esquina mientras se reía delirante, a la espera de que la puerta se abriese. No sabía cuanto tardó en hacerlo, pero un doctor vestido de blanco y sonriente lo saludó con educación. Él lo miró con cautela, como un animal agazapado, preparado para atacar a su presa. El doctor le habló con calma y dulzura, y él se tomó las pastillas como un niño obediente, dejando de lado aquel agresivo aspecto que ofrecía unos minutos antes. En un momento se echó a llorar y abrazó al médico, haciéndole parecer frágil, enfermizo e infantil. Lo abrazó y le pidió que le sacase de allí, que tenía miedo, que no le gustaba aquella cosa de los brazos y que quería volver con sus padres. El médico le devolvió el abrazo e intentó tranquilizarlo, consiguiendo su objetivo tras varias promesas vacías y palmaditas en la espalda. Después, salió y rápidamente dejó a la vista la lista de los pacientes, escribiendo con insistencia sobre aquel episodio. El chico se quedó en silencio, y comenzó a contar cuantas veces respiraba, entregándose por completo a esta actividad. Una voz dentro de él le pedía, le obligaba y le suplicaba que se hiciese daño; mientras que otra le imploraba que hiciese daño al resto de gente de allí, a aquel estúpido doctor, a las tontas enfermeras y al resto de gente que se pusiese en su camino. Quería a sus padres, y los quería ahora. Gritó con más fuerza.
Un dolor agudo se extendió desde su garganta hasta todos los rincones de su cuerpo. Aquel dolor lo tiró al suelo, retorciéndose en una posición fetal, intentando ahuyentar los monstruos que lo perseguían en sus peores pesadillas. No lo consiguió. Lloró hasta quedarse sin lágrimas, se rió hasta que le dolió la mandíbula, sufrió tal pánico que pensó que no sobreviviría y tanta furia que, de ser por él, habría destrozado aquella habitación.
-Supongo que siempre estaremos solos -susurró una voz en su voz, y él asintió. De pronto, sonrió.
* Ficha sobre el paciente.
Un dolor agudo se extendió desde su garganta hasta todos los rincones de su cuerpo. Aquel dolor lo tiró al suelo, retorciéndose en una posición fetal, intentando ahuyentar los monstruos que lo perseguían en sus peores pesadillas. No lo consiguió. Lloró hasta quedarse sin lágrimas, se rió hasta que le dolió la mandíbula, sufrió tal pánico que pensó que no sobreviviría y tanta furia que, de ser por él, habría destrozado aquella habitación.
-Supongo que siempre estaremos solos -susurró una voz en su voz, y él asintió. De pronto, sonrió.
* Ficha sobre el paciente.
Nombre: Harry
Apellidos: desconocido
Edad: 17
Lugar de residencia: desconocido
Nombre del padre, ocupación, edad: desconocido.
Nombre de la madre, ocupación, edad: desconocido.
Enfermedades que presenta: esquizofrenia, bipolaridad, depresión, seguimos haciéndole exámenes.
Medicación: calmantes, pastillas.
Adicional: camisa de fuerza, habitación acolchada, nadie sabe como ha llegado aquí, rehusa a hablarnos de manera lógica y/o coherente.
domingo, 23 de junio de 2013
Sonríe, aunque esto no sea una foto.
No sé por qué decidí ser fotógrafa; tal vez quería hacer que los recuerdos tuviesen forma física; o, quizás, atrapar momentos, personas y sensaciones en una sola lámina de papel; a lo mejor fue que mi padre me introdujo en estos temas. La lista de posibilidades es realmente larga, si me parase a pensarla. Tal vez algún día.
Es curioso el hecho de que sufra depresión sin tener ningún pasado triste. Es decir, al principio era una sombra; y, al final, terminó apoderándose de mi vida. Cada día fotografiaba a varia gente sonriendo y, sin embargo, hacía meses que yo no sonreía de verdad. Que caprichosa es la vida, ¿no?
Había días en los que cogía la cámara y salía ahí fuera a fotografiar todo aquellos momentos para luego colgarlos en la pared. Es bonito pensar que tu pared puede terminar simulando una vida real con la cantidad de recuerdos que hay ahí colgados.
Esa tarde llovía a cántaros, lo recuerdo bien. Las nubes se negaban a hacer una tregua. la gente entraba, compraba y se iba; esa eran todas las interacciones que tuve. De pronto, llegó un señor castigado por la vida, que me pidió, simplemente, conversación. Me reí sorprendida, pero acepté. Hablamos de tantos temas... Realmente aquel hombre era un excelente conversador. Iba a salir cuando murmuró:
—Sonríe, aunque esto no sea una foto.
Y, por extraño que resulte, lo hice. Con toda mi alma; pensando en aquella pared, en mis sueños, en mi futuro, y en mí misma.
Es curioso el hecho de que sufra depresión sin tener ningún pasado triste. Es decir, al principio era una sombra; y, al final, terminó apoderándose de mi vida. Cada día fotografiaba a varia gente sonriendo y, sin embargo, hacía meses que yo no sonreía de verdad. Que caprichosa es la vida, ¿no?
Había días en los que cogía la cámara y salía ahí fuera a fotografiar todo aquellos momentos para luego colgarlos en la pared. Es bonito pensar que tu pared puede terminar simulando una vida real con la cantidad de recuerdos que hay ahí colgados.
Esa tarde llovía a cántaros, lo recuerdo bien. Las nubes se negaban a hacer una tregua. la gente entraba, compraba y se iba; esa eran todas las interacciones que tuve. De pronto, llegó un señor castigado por la vida, que me pidió, simplemente, conversación. Me reí sorprendida, pero acepté. Hablamos de tantos temas... Realmente aquel hombre era un excelente conversador. Iba a salir cuando murmuró:
—Sonríe, aunque esto no sea una foto.
Y, por extraño que resulte, lo hice. Con toda mi alma; pensando en aquella pared, en mis sueños, en mi futuro, y en mí misma.
miércoles, 12 de junio de 2013
Dios nos ha abandonado.
Rebusqué algún libro interesante, alguna película casera o un antiguo disco que me ayudase a matar el tiempo aquel día. Libros llenos de polvo, demasiado destrozados para mi gusto llenaban aquel sótano. Los discos estaban en cajas que me eran imposibles de acceder, así que finalmente desistí. Sin embargo, en el último momento, vi algo. Una caja llena de viejos cassettes estaba firmemente cerrada con celo y sin catalogar. Lo cogí lleno de curiosidad y me lo bajé a mi habitación, abriéndolo con unas tijeras. Revolví el contenido de la caja. La mayoría tenían nombre, pero mis ojos se centraron en el único cassette que no tenía nombre, y decidí que sería mi compañero por hoy. Encontré un viejo radiocassette, -seguramente de mi padre-, y coloqué el cassette en su sitio correspondiente. Un pitido delataba la antigüedad de la grabación; y poco después, una voz comenzó a hacerse paso.
«-Yo no debería estar aquí hoy, su Señoría. Me acusan de algo que ustedes denominan fríamente asesinato en serie; mientras que, a mis ojos, es simple y llanamente justicia. No, caballeros, su estúpido tribunal no es la justicia que ellos merecían. Insisto en que me crean que debían morir. Oh, no me miren así, no piensen que estoy loco, ustedes jamás lo comprendería. Sé que me han hecho pruebas que demuestran una esquizofrenia paranoica que realmente no existe. ¡No me digan que es una sorpresa para todos ustedes! Él me lo dijo. Me eligió entre todos los mortales; a mí, a su perro fiel, para exterminar a aquellos desgraciados. Clamaba justicia, y yo se la di.»
Una pausa en la grabación.
«-Así que deciden acabar con mi vida en la silla eléctrica. Oh, ¿qué es esto que veo? Huelo miedo. Su miedo, señores. ¿Tanto temen a un pobre condenado? Estúpidos, debería matarlos a ustedes también. Él volverá; volverá a encontrarme, y seguiré cumpliendo su justicia. Seguramente se pregunten quien es Él, y ojalá pudiese hacer que no viváis en despreciable ignorancia. Sé que Él también os odia, aunque nunca lo haya manifestado.»
La grabación paró aquí. Saqué el cassette y le di la vuelta. La grabación continuó.
«-Oh, mírenme, estoy demacrado y humillado, ¿eso es lo que deseaban, verdad? Putos cerdos, arderéis en el infierno conmigo. Disfruten de mi última actuación, yo disfrutaré del último placer de la vida. La muerte.»
Lo único que se oye a partir de aquí son gritos.
«- ¿S-saben qué... c-c-cabrones? H-he visto a D-Dios... y n-nos ha abandonado.»
Últimos gritos y silencio absoluto.
Saqué el cassette y lo miré en silencio. Había vuelto a escuchar mi antigua voz. Él me dio la bienvenida al mundo de nuevo. Sonreí.
«-Yo no debería estar aquí hoy, su Señoría. Me acusan de algo que ustedes denominan fríamente asesinato en serie; mientras que, a mis ojos, es simple y llanamente justicia. No, caballeros, su estúpido tribunal no es la justicia que ellos merecían. Insisto en que me crean que debían morir. Oh, no me miren así, no piensen que estoy loco, ustedes jamás lo comprendería. Sé que me han hecho pruebas que demuestran una esquizofrenia paranoica que realmente no existe. ¡No me digan que es una sorpresa para todos ustedes! Él me lo dijo. Me eligió entre todos los mortales; a mí, a su perro fiel, para exterminar a aquellos desgraciados. Clamaba justicia, y yo se la di.»
Una pausa en la grabación.
«-Así que deciden acabar con mi vida en la silla eléctrica. Oh, ¿qué es esto que veo? Huelo miedo. Su miedo, señores. ¿Tanto temen a un pobre condenado? Estúpidos, debería matarlos a ustedes también. Él volverá; volverá a encontrarme, y seguiré cumpliendo su justicia. Seguramente se pregunten quien es Él, y ojalá pudiese hacer que no viváis en despreciable ignorancia. Sé que Él también os odia, aunque nunca lo haya manifestado.»
La grabación paró aquí. Saqué el cassette y le di la vuelta. La grabación continuó.
«-Oh, mírenme, estoy demacrado y humillado, ¿eso es lo que deseaban, verdad? Putos cerdos, arderéis en el infierno conmigo. Disfruten de mi última actuación, yo disfrutaré del último placer de la vida. La muerte.»
Lo único que se oye a partir de aquí son gritos.
«- ¿S-saben qué... c-c-cabrones? H-he visto a D-Dios... y n-nos ha abandonado.»
Últimos gritos y silencio absoluto.
Saqué el cassette y lo miré en silencio. Había vuelto a escuchar mi antigua voz. Él me dio la bienvenida al mundo de nuevo. Sonreí.
martes, 28 de mayo de 2013
Querida Melody,
sé que esta carta te sorprenderá. Si te soy sincero, a mí me sorprendió también, incluso me asustó. Es decir, de pronto me susurraron "estás muerto"; y yo me reí. De verdad. Parece mentira, pero alivia mucho saber cual es tu destino. Ah.
También me dijeron que podía escribirte una última carta *. Es curioso, porque me muero por decirte millones de cosas, pero ahora que tengo la última oportunidad, no sé que decir. ¿Te acuerdas de como nos conocimos? Fue en el instituto, en octavo; nos pusieron juntos en aquel proyecto de historia. Eras realmente trabajadora, mientras yo hablaba y hablaba. Recuerdo que te gustaba mucho la Segunda Guerra Mundial, las fresas con nata y la música country. Para los ojos de otra persona, Mel, eras alguien del montón. Pero para mí, eras alguien realmente curioso, aunque no me creas. Tal vez por eso me enamoré de ti, porque eras un rete para mi mente; anhelaba entenderte. Te invité a aquel estúpido baile, y para mi sorpresa, aceptaste. Recuerdo muchas margaritas en tu pelo, y un delicado vestido blanco. Eras tan adorable que se me encogía el corazón cada vez que te miraba. Reías, te sonrojabas y me evitabas la mirada. ¿Y sabes? Eso me hacía soñar por las noches y por el día. Tu sonrisa me tenía embelesado. He pasado años enamorado de ti, y me confieso estando muerto. Vaya suerte la mía, ¿eh?
Recuerdo dolorosamente bien como morí. El metro estaba lleno aquel día, y mi única atención reposaba en el móvil. Me aproximé demasiado al andén. Un empujón aquí, un empujón allá y... caput.
Melody, Melody, Melody. Tu nombre suena musical, hasta estando muerto. Todo esto suena a acosador, ¿no es así? Pero me hiciste experimentar tantas cosas, Mel, tantas... Tardaría vidas en devolvértelo todo.
Terminaré ya mi carta. No me olvides, Melody, por favor. Te estaré esperando hasta que vengas conmigo una vez más. Por último, gracias por conocerme.
Siempre tuyo,
También me dijeron que podía escribirte una última carta *. Es curioso, porque me muero por decirte millones de cosas, pero ahora que tengo la última oportunidad, no sé que decir. ¿Te acuerdas de como nos conocimos? Fue en el instituto, en octavo; nos pusieron juntos en aquel proyecto de historia. Eras realmente trabajadora, mientras yo hablaba y hablaba. Recuerdo que te gustaba mucho la Segunda Guerra Mundial, las fresas con nata y la música country. Para los ojos de otra persona, Mel, eras alguien del montón. Pero para mí, eras alguien realmente curioso, aunque no me creas. Tal vez por eso me enamoré de ti, porque eras un rete para mi mente; anhelaba entenderte. Te invité a aquel estúpido baile, y para mi sorpresa, aceptaste. Recuerdo muchas margaritas en tu pelo, y un delicado vestido blanco. Eras tan adorable que se me encogía el corazón cada vez que te miraba. Reías, te sonrojabas y me evitabas la mirada. ¿Y sabes? Eso me hacía soñar por las noches y por el día. Tu sonrisa me tenía embelesado. He pasado años enamorado de ti, y me confieso estando muerto. Vaya suerte la mía, ¿eh?
Recuerdo dolorosamente bien como morí. El metro estaba lleno aquel día, y mi única atención reposaba en el móvil. Me aproximé demasiado al andén. Un empujón aquí, un empujón allá y... caput.
Melody, Melody, Melody. Tu nombre suena musical, hasta estando muerto. Todo esto suena a acosador, ¿no es así? Pero me hiciste experimentar tantas cosas, Mel, tantas... Tardaría vidas en devolvértelo todo.
Terminaré ya mi carta. No me olvides, Melody, por favor. Te estaré esperando hasta que vengas conmigo una vez más. Por último, gracias por conocerme.
Siempre tuyo,
Joseph
* Referente al anime Letters From The Departed
lunes, 27 de mayo de 2013
Poder divino.
«[...] Es curioso como puede cambiar la gente, ¿no crees? De pequeños somos realmente inocentes en ingenuos, no nos preocupamos por nada en la vida; pensamos que podemos comernos el mundo, y, al final, es el mundo quien nos come a nosotros. Y así es como excusamos las putadas de la vida, ¿no? "Es un mal día" y te ríes mientras fumas otra calada del cigarrillo. Pero en el fondo te duele, te rompe por dentro, te hace plantearte tu existencia. Todos nos hemos parado a pensar los pros y los contras de morir. Es curioso, pero suelen abundar los pros; claro que la gente le teme a la muerte, por eso siempre se fijan únicamente en los contras. Y no sé, creo que eso es lo correcto, ¿no? Somos humanos, y estamos condenados a temer.
No entiendo como he llegado a este punto, pero tengo claro que no hay vuelta atrás. Cargo demasiados pecados en mi interior, así que debo morir para obtener el pecado divino. No sé quien leerá esto, pero no pienses que estoy loco. He visto a Dios, he hablado con él y me obligó a hacer cosas malas. Me hizo pecar. Pero ahora quiere perdonarme, sí, porque cumplí su voluntad, porque soy su hijo pródigo. Me espera con los brazos abiertos.
Estúpidos mortales, Dios está enfadado, y descargará su furia sobre vosotros. Corrompidos por la lujuria, el poder y el miedo. Sois tan patéticos a sus ojos... Tan solo esperad al Juicio Final, oh hermanos míos, y veréis cuan insignificantes sois para Dios. [...]»
No entiendo como he llegado a este punto, pero tengo claro que no hay vuelta atrás. Cargo demasiados pecados en mi interior, así que debo morir para obtener el pecado divino. No sé quien leerá esto, pero no pienses que estoy loco. He visto a Dios, he hablado con él y me obligó a hacer cosas malas. Me hizo pecar. Pero ahora quiere perdonarme, sí, porque cumplí su voluntad, porque soy su hijo pródigo. Me espera con los brazos abiertos.
Estúpidos mortales, Dios está enfadado, y descargará su furia sobre vosotros. Corrompidos por la lujuria, el poder y el miedo. Sois tan patéticos a sus ojos... Tan solo esperad al Juicio Final, oh hermanos míos, y veréis cuan insignificantes sois para Dios. [...]»
Fragmento de nota de suicidio hallado
junto al cadáver de Christian Foster.
domingo, 26 de mayo de 2013
Gracias, Josh.
Dicen que el sol emerge entre las nubes después de la tormenta. Pero, ¿y si no es así? ¿Qué debes hacer? ¿Acostumbrarte a la luz de los rayos? ¿Aceptar que no habrá luz? Tal vez yo me resigné, tal vez yo no quería eso para mí misma, tal vez decidí dejar de luchar. En el fondo, ¿quien sabe?
Recuerdo que aquel llovía. Paseé por aquel puente, observando en silencio la altura que lo separaba del mar. Era terriblemente alto, mi cuerpo no sobreviviría a aquella caída. Sonreír.
No sé a que esperaba para saltar. Es decir, nadie en su sano juicio desearía adelantar su muerte; es más, intentarían huir de ella. No sé, tal vez yo estuviese loca. ¿Por qué no?
Me acerqué a la valla, miré el puente por última vez y distinguí una silueta. ¿Otra alma rota que quería ser feliz? Suspiré y no le di importancia. Sin embargo, una voz en mi cabeza me susurró "Sálvalo, Annie". Y la verdad es que... ¿por qué no? Corrí cuando vi que se disponía a saltar y grité, llamando así su atención. Me miró sorprendido. Jadeé y le pedí que no lo hiciese, que no saltase. Me miró y rió. Tenía una risa rota, una risa que hacía que la alegría no subiese hasta sus ojos.
-No lo hagas, de verdad -susurré.
-No tengo nada por lo que luchar -me respondió él.
-Mira, déjame invitarte a un café, ¿vale? Cuéntame tu historia e intentaré ayudarte. Por favor.
-No puedes ayudarme -rió triste-, estoy demasiado roto.
Rompí a llorar.
-Maldita sea, estoy a punto de suicidarme, y en vez de ello, estoy hablando aquí contigo. Joder. JODER. ¿Sabes por las putadas que he pasado yo? ¿Sabes de toda la mierda de la que estoy intentando huir? Abusos por parte de mi padre, acoso escolar, autolesión y anorexia, entre otras cosas. He estado tantas veces ingresada en el jodido hospital que ya hasta conocen mi nombre. ¿Y tú dices que estás roto? ¡SÁLVAME LA PUTA VIDA! -Se me quebró la voz y caí al suelo, haciéndome daño en las rodillas. Cerré los ojos con fuerza.
Unos brazos me abrazaron fuertemente, miré a aquel chico, que me sonreía entre lágrimas.
-Soy Josh. Me gusta el descafeinado. Y por favor, no llores, se me parte el corazón.
Reí.
-Annie al habla.
Y no nos hundimos más en este pozo, no. Fuimos saliendo juntos, poco a poco. Gracias, Josh, por dejarme que te invitara a un café, por salvarnos la vida a ambos.
Recuerdo que aquel llovía. Paseé por aquel puente, observando en silencio la altura que lo separaba del mar. Era terriblemente alto, mi cuerpo no sobreviviría a aquella caída. Sonreír.
No sé a que esperaba para saltar. Es decir, nadie en su sano juicio desearía adelantar su muerte; es más, intentarían huir de ella. No sé, tal vez yo estuviese loca. ¿Por qué no?
Me acerqué a la valla, miré el puente por última vez y distinguí una silueta. ¿Otra alma rota que quería ser feliz? Suspiré y no le di importancia. Sin embargo, una voz en mi cabeza me susurró "Sálvalo, Annie". Y la verdad es que... ¿por qué no? Corrí cuando vi que se disponía a saltar y grité, llamando así su atención. Me miró sorprendido. Jadeé y le pedí que no lo hiciese, que no saltase. Me miró y rió. Tenía una risa rota, una risa que hacía que la alegría no subiese hasta sus ojos.
-No lo hagas, de verdad -susurré.
-No tengo nada por lo que luchar -me respondió él.
-Mira, déjame invitarte a un café, ¿vale? Cuéntame tu historia e intentaré ayudarte. Por favor.
-No puedes ayudarme -rió triste-, estoy demasiado roto.
Rompí a llorar.
-Maldita sea, estoy a punto de suicidarme, y en vez de ello, estoy hablando aquí contigo. Joder. JODER. ¿Sabes por las putadas que he pasado yo? ¿Sabes de toda la mierda de la que estoy intentando huir? Abusos por parte de mi padre, acoso escolar, autolesión y anorexia, entre otras cosas. He estado tantas veces ingresada en el jodido hospital que ya hasta conocen mi nombre. ¿Y tú dices que estás roto? ¡SÁLVAME LA PUTA VIDA! -Se me quebró la voz y caí al suelo, haciéndome daño en las rodillas. Cerré los ojos con fuerza.
Unos brazos me abrazaron fuertemente, miré a aquel chico, que me sonreía entre lágrimas.
-Soy Josh. Me gusta el descafeinado. Y por favor, no llores, se me parte el corazón.
Reí.
-Annie al habla.
Y no nos hundimos más en este pozo, no. Fuimos saliendo juntos, poco a poco. Gracias, Josh, por dejarme que te invitara a un café, por salvarnos la vida a ambos.
Oh, Diosa de la Discordia.
El hombre se envolvió en la negra túnica y observó con desprecio todos aquellos salvajes rostros. No vivirían mucho, idea que le hizo sonreír con ganas. Sucia escoria, no sabían el gran honor que iban a tener. Estúpidos mortales, solo pensando en sí mismos, dejando de lado a los dioses.
Los hombres bebían y gritaban, mientras las mujeres les servían más bebidas y bailaban. Todo el pueblo se hallaba en la plaza aquel día. Sus largas barbas y fuertes cuerpos les acusaban de ser bárbaros. El hombre miró al cielo, rió, y chasqueó los dedos. La tierra comenzó a temblar, y poco a poco los trotes de miles de caballos fueron audibles. Un enorme pueblo nórdico atacó a aquella comitiva. Era un ataque sorpresa, y no tuvieron oportunidad de defenderse. El hombre observó la masacre sin dejar de aplaudir. Cuando todos los allí presentes estaban muertos, el pueblo nórdico se fue, triunfante. El hombre paseó por aquel lugar. Olía a sangre, a miedo y a muerto. Pateó aquellos sucios cadáveres y miró de nuevo al cielo.
-Espero que lo haya disfrutado; oh Diosa de la Discordia.
En el viento, un pequeño aplauso le llevó la respuesta. Sonrió.
Los hombres bebían y gritaban, mientras las mujeres les servían más bebidas y bailaban. Todo el pueblo se hallaba en la plaza aquel día. Sus largas barbas y fuertes cuerpos les acusaban de ser bárbaros. El hombre miró al cielo, rió, y chasqueó los dedos. La tierra comenzó a temblar, y poco a poco los trotes de miles de caballos fueron audibles. Un enorme pueblo nórdico atacó a aquella comitiva. Era un ataque sorpresa, y no tuvieron oportunidad de defenderse. El hombre observó la masacre sin dejar de aplaudir. Cuando todos los allí presentes estaban muertos, el pueblo nórdico se fue, triunfante. El hombre paseó por aquel lugar. Olía a sangre, a miedo y a muerto. Pateó aquellos sucios cadáveres y miró de nuevo al cielo.
-Espero que lo haya disfrutado; oh Diosa de la Discordia.
En el viento, un pequeño aplauso le llevó la respuesta. Sonrió.
sábado, 18 de mayo de 2013
Gracias.
Me apoyé en la barandilla. Eran mis últimos minutos allí y no sabía como aprovecharlos. Miré el cielo. Las nubes amenazaban tormenta y el viento corría con fuerza, apremiándome en lo que iba a hacer allí. Tal vez debería hacer un flashback sobre mi vida. Comenzaría con una imagen de mi infancia, cuando aprendí a montar en bici con mi padre. O tal vez, la tarta que me hicieron mamá y la abuela en mi quinto cumpleaños. Quizás deba avanzar hasta mi adolescencia. Sí, bendita adolescencia. Recuerdo aquel estúpido baile del instituto, y como me enfurruñé y me negué a ir, arrepintiéndome al final. Y todos los suspensos que fui recogiendo. Oh, y aquella raquítica profesora de ciencias. Y ahora, con los diecinueve recién cumplidos, he decidido acabar aquí mi vida. Sigo sin comprender realmente como acabé con depresión, como acabé dejando de verle sentido a mi vida, como terminé haciéndome daño mediante diferentes autolesiones. Tal vez soy un alma rota, o alguien castigado por la vida sin razón. Quien sabe.
Ha comenzado a llover, y creo que me he puesto a llorar. Maldita sea, ni siquiera he dejado una nota de despedida, o he dicho adiós a lo poco que me importa. No entiendo como me voy a ir de esta vida sin haber realizado esas tontas listas que hace la gente, o sin casarme, o que sé yo, hay tantas cosas que no pude ni voy a poder disfrutar...
Ojalá supieses que he cambiado. Recuerdo como me gritaste, me dijiste que ya no era la misma y te marchaste dando un portazo. Y desapareciste de mi vida totalmente. Creo que eso comenzó mi depresión. Siempre fui una tonta enamoradiza, ¿no? Creo que estuve noches enteras sin dormir, realmente preocupada, esperando que volvieses, o que me llamases. Pero no lo hiciste. Creo que no me dolió el hecho de que te fueses, o de que me dejases sola; creo que lo que más me dolió fue confiar en ti, pensar que cumplirías tus promesas. Vaya.
Ya estoy empapada. Creo que ya es hora de decir adiós a todo. Necesito gritar tu nombre una última vez. Y quien sabe, tal vez un milagro ocurra, y seas tú quien me salve de mí misma. Es irónico, pero estoy confiando en ti por una última vez. Hasta siempre.
Me aproximé a la barandilla y me preparé para saltar. El mar estaba revuelto, y había mucha altura. No sobreviviría. Bien.
Grité con fuerza tu nombre, y cuando dejé de notar la barandilla detrás de mi espalda, recibiendo el viento en la cara, la lluvia en todo el cuerpo, una mano me sujetó del brazo mientras gritaba mi nombre. Eras tú, sí. Habías venido para salvarme una última vez.
Gracias.
jueves, 16 de mayo de 2013
I forgive you.
La sala del juicio se encontraba llena aquel día. La gente murmuraba; se movía en su asiento, inquieta, expectantes. Un juicio de violencia doméstica se iba a tratar hoy, y el acusado era un hombre muy respetable en aquella ciudad. Las puertas se abrieron de golpe, creando un silencio sepulcral allí. El niño llevaba su mejor traje, pese a que dejaba a la vista los cardenales y moratones que empequeñecían su cuerpo. La gente lo observó en silencio, deteniéndose en aquellas marcas con tan mal estado, tapándose la boca con horror. Su madre le cogía fuertemente de la mano, infundiéndole todos los ánimos que podía.
El juez, los abogados y el fiscal ya se encontraban allí, puntuales. Y aquel desgraciado que le había robado la sonrisa hace tanto tiempo lloraba ahora. El niño se negó a dedicarle siquiera una mirada.
El niño subió al estrado, se aclaró la garganta y comenzó su historia.
-Volver cada día del colegio daba comienzo a aquel infierno. Mamá abría la puerta y me miraba apenada, y yo ni siquiera la miraba a los ojos, prácticamente corría a mi habitación y me escondía hasta que oía las llaves de casa. Siempre comenzaba a temblar en este punto. Mi padre -en la sala resonó aquel deje irónico- bramaba que se moría de hambre, que se mataba a trabajar para que en su casa nada estuviese hecho, que no había tenido suerte en la vida al casarse con esa inútil; y entonces yo sabía que era el momento en el que tenía que ir al comedor y comer en silencio. Siempre me miraba con el ceño fruncido, como si lo hubiese decepcionado, como si no hiciese lo que debía hacer correctamente. Y mi deber era callar y comer sin mirarle. Cuando me preguntaba por el colegio, respondía un escueto "bien", y entonces comenzaba a gritarme. "¡LO ÚNICO QUE TIENES QUE HACER ES ESTUDIAR Y NO HACES NI ESO! ¡ERES UN NIÑO INÚTIL! ¡ERES LA VERGÜENZA DE ESTA FAMILIA, YO TRABAJANDO MUY DURO PARA DARTE UN FUTURO Y ASÍ ME LO RECOMPENSAS TÚ! ¡JODIDO INÚTIL!" y entonces, me cogía del brazo con dureza y me llevaba al baño. Allí me marcaba su mano una y otra vez en la cara, quejándose una y otra vez de lo que en verdad, era su vida. Llorar no servía de nada. Los días en los que se emborrachaba, no solía ir al colegio al día siguiente; tal vez me llegó a romper algún hueso en algún momento de borrachera, realmente deseo no recordarlo. Me esforzaba por ser el hijo que deseaba, pero nunca era suficiente. Hasta que mamá decidió denunciar. Tenía miedo de que pegase también a mamá, por eso estoy aquí hoy. Señoría, aquel hombre sentado, es culpable."
El niño bajó del estrado y abrazó a su madre mientras rompía a llorar. Había hecho lo correcto.
El juez, los abogados y el fiscal ya se encontraban allí, puntuales. Y aquel desgraciado que le había robado la sonrisa hace tanto tiempo lloraba ahora. El niño se negó a dedicarle siquiera una mirada.
El niño subió al estrado, se aclaró la garganta y comenzó su historia.
-Volver cada día del colegio daba comienzo a aquel infierno. Mamá abría la puerta y me miraba apenada, y yo ni siquiera la miraba a los ojos, prácticamente corría a mi habitación y me escondía hasta que oía las llaves de casa. Siempre comenzaba a temblar en este punto. Mi padre -en la sala resonó aquel deje irónico- bramaba que se moría de hambre, que se mataba a trabajar para que en su casa nada estuviese hecho, que no había tenido suerte en la vida al casarse con esa inútil; y entonces yo sabía que era el momento en el que tenía que ir al comedor y comer en silencio. Siempre me miraba con el ceño fruncido, como si lo hubiese decepcionado, como si no hiciese lo que debía hacer correctamente. Y mi deber era callar y comer sin mirarle. Cuando me preguntaba por el colegio, respondía un escueto "bien", y entonces comenzaba a gritarme. "¡LO ÚNICO QUE TIENES QUE HACER ES ESTUDIAR Y NO HACES NI ESO! ¡ERES UN NIÑO INÚTIL! ¡ERES LA VERGÜENZA DE ESTA FAMILIA, YO TRABAJANDO MUY DURO PARA DARTE UN FUTURO Y ASÍ ME LO RECOMPENSAS TÚ! ¡JODIDO INÚTIL!" y entonces, me cogía del brazo con dureza y me llevaba al baño. Allí me marcaba su mano una y otra vez en la cara, quejándose una y otra vez de lo que en verdad, era su vida. Llorar no servía de nada. Los días en los que se emborrachaba, no solía ir al colegio al día siguiente; tal vez me llegó a romper algún hueso en algún momento de borrachera, realmente deseo no recordarlo. Me esforzaba por ser el hijo que deseaba, pero nunca era suficiente. Hasta que mamá decidió denunciar. Tenía miedo de que pegase también a mamá, por eso estoy aquí hoy. Señoría, aquel hombre sentado, es culpable."
El niño bajó del estrado y abrazó a su madre mientras rompía a llorar. Había hecho lo correcto.
miércoles, 15 de mayo de 2013
Tienes una cara hermosa.
[Relato inspirado de lo siguiente: http://www.tumblr.com/reblog/50362835001/b9gz9jTY ]
El fotógrafo reordenó todas las fotos reveladas que poseía en aquel enorme ático; fotos caseras que realizaba cada día a gente corriente, gente hermosa y fea, alta y delgada, rubia o morena; a gente imperfecta, en definitiva, a gente real. Observaba aquellos sonrientes rostros que lo saludaban cada mañana, recordándole lo que tenía que hacer un día más. Sonrió.
Cogió su equipo fotográfico y recorrió sonriente las calles parisinas aquel sábado. Era un día soleado, y eso le ponía de muy buen humor. La gente lo observaba con extrañeza, como si fuese un extraterrestre, como si no supiese que la felicidad en la Tierra era prácticamente imposible. Y, por extraño que parezca, se equivocaban. Él era feliz, sí. Lo había sido desde un crío, tal vez desde que abrió los ojos por primera vez. Y pensaba compartir su felicidad con el mundo.
Se situó en un parque cercano a la bella Torre Eiffel, lugar donde la gente solía tomar fotos a la estatua. Pues bien, él les fotografiaría a ellos.
La primera mujer que pasó tenía una elevada edad y unas arruguitas que la enmarcaban las cejas. El fotógrafo la paró y habló un rato con ella, preparando la cámara. En un momento murmuró "tienes una cara hermosa", y fotografió aquel instante de felicidad que afloró en el rostro de la mujer. Era una sonrisa sencilla, natural. Era ella misma, de algún modo u otro. Sí, había reflejado toda su alma en su rostro. El fotógrafo sonrió y se lo agradeció a aquella mujer, que se fue sonriendo y parcialmente sonrojada.
La siguiente persona fue un hombre de mediana edad castigado por la vida. Usaba unas enormes gafas que no pasaban desapercibidas, mientras unas greñas asomaban por detrás de sus orejas. El fotógrafo realizó la misma acción que con la anterior mujer. El hombre sonrió realmente feliz. Y eso era lo que él buscaba. Felicidad ajena.
Nunca permanecía en el mismo sitio durante mucho tiempo, siempre buscaba rostros y felicidades nuevas. No importaba el sexo, color o edad de la persona. Solo debían mostrar felicidad. Algunos paseantes se sorprendían, y otros reían. Pero el fotógrafo era feliz así, observando aquellos sonrientes rostros.
Cuando finalmente se sintió realizado consigo mismo, recogió el trípode y la cámara y partió camino a casa. Hoy volvía a tener la cámara llena de aquellos rostros que le hacían querer levantarse de la cama cada día. Eran gente anónima que, de algún modo, eran importantes dentro de su galería personal. Tan rápido como llegase a casa revelaría él mismo las fotos. Y mañana tal vez se tomase un descanso, sí.
El fotógrafo reordenó todas las fotos reveladas que poseía en aquel enorme ático; fotos caseras que realizaba cada día a gente corriente, gente hermosa y fea, alta y delgada, rubia o morena; a gente imperfecta, en definitiva, a gente real. Observaba aquellos sonrientes rostros que lo saludaban cada mañana, recordándole lo que tenía que hacer un día más. Sonrió.
Cogió su equipo fotográfico y recorrió sonriente las calles parisinas aquel sábado. Era un día soleado, y eso le ponía de muy buen humor. La gente lo observaba con extrañeza, como si fuese un extraterrestre, como si no supiese que la felicidad en la Tierra era prácticamente imposible. Y, por extraño que parezca, se equivocaban. Él era feliz, sí. Lo había sido desde un crío, tal vez desde que abrió los ojos por primera vez. Y pensaba compartir su felicidad con el mundo.
Se situó en un parque cercano a la bella Torre Eiffel, lugar donde la gente solía tomar fotos a la estatua. Pues bien, él les fotografiaría a ellos.
La primera mujer que pasó tenía una elevada edad y unas arruguitas que la enmarcaban las cejas. El fotógrafo la paró y habló un rato con ella, preparando la cámara. En un momento murmuró "tienes una cara hermosa", y fotografió aquel instante de felicidad que afloró en el rostro de la mujer. Era una sonrisa sencilla, natural. Era ella misma, de algún modo u otro. Sí, había reflejado toda su alma en su rostro. El fotógrafo sonrió y se lo agradeció a aquella mujer, que se fue sonriendo y parcialmente sonrojada.
La siguiente persona fue un hombre de mediana edad castigado por la vida. Usaba unas enormes gafas que no pasaban desapercibidas, mientras unas greñas asomaban por detrás de sus orejas. El fotógrafo realizó la misma acción que con la anterior mujer. El hombre sonrió realmente feliz. Y eso era lo que él buscaba. Felicidad ajena.
Nunca permanecía en el mismo sitio durante mucho tiempo, siempre buscaba rostros y felicidades nuevas. No importaba el sexo, color o edad de la persona. Solo debían mostrar felicidad. Algunos paseantes se sorprendían, y otros reían. Pero el fotógrafo era feliz así, observando aquellos sonrientes rostros.
Cuando finalmente se sintió realizado consigo mismo, recogió el trípode y la cámara y partió camino a casa. Hoy volvía a tener la cámara llena de aquellos rostros que le hacían querer levantarse de la cama cada día. Eran gente anónima que, de algún modo, eran importantes dentro de su galería personal. Tan rápido como llegase a casa revelaría él mismo las fotos. Y mañana tal vez se tomase un descanso, sí.
martes, 14 de mayo de 2013
April.
«¿Sabes? En el fondo ella se sentía sola. Se sentaba cada día en la misma mesa, pedía aquel ridículo café humeante y fumaba tres o cuatro cigarrillos sin apenas probar el sabor de su pedido. Luego, cogía el periódico diario, y entre calada y calada, posaba sus ojos en las esquelas, tal vez imaginando que ahí estaba su nombre.El café se enfriaba, pero ella, impasible, no despegaba la mirada de aquellas diminutas letras. Jamás sonreía, pero tampoco poseía un semblante triste. Era extraño.
La camarera conocía las horas de llegada y de partida de aquella particular cliente, por eso siempre depositaba una tacita de café en el mismo sitio. No importaba si se llegaba a quedar frío, ella nunca se lo tomaría. Siempre llevaba aquella chaqueta rosa y los vaqueros desgastados. Era fácil reconocerla. Su morena cabellera la delataría a kilómetros.
No hablaba con nadie. Más de un cliente había intentado acercarse a ella, intentar conocerla, comprenderla; pero tan rápido como se acercaban, ella levantaba la mirada y los observaba en aquel silencio tan suyo que todos desistían en su tarea. Pero ella seguía sintiéndose sola. Tal vez nadie había tenido el valor de sobrepasar las murallas de su alma, acceder a lo más íntimo y profundo de ella. Y yo la comprendía, de algún modo u otro. Así que un día me armé de valor y decidí sentarme con ella. Me observó, y al ver que yo rehusaba a dejarla, continuó con su tarea matinal. Comencé a hablar. Ni siquiera recuerdo el qué, tal vez el estúpido tráfico que atestaba Nueva York o que no sabía como llamar a un canario, en caso de que me regalasen uno. Juraría que en ningún momento me prestó atención. Finalmente, y como cada día, dejó su café sin probar y se marchó en silencio.
Al día siguiente intenté probarlo, sin éxito de nuevo. Pero no me rendí. No aún. Seguí hablando con ella cada día, hasta que un día me respondió. Únicamente pregunté cual era su nombre, y una suave y melodiosa voz me respondió "April". Y no volvió a abrir los labios en los siguientes días. Pero no me importó. Poco a poco conseguí que me fuese prestando atención, incluso un día comenzó a tomarse su consumición. No necesitaba que me hablase. Sabía que me escuchaba atentamente, por eso la contaba cosas triviales, cosas sobre mi vida o sobre mi pasado.
Un día sonrió. Y no volví a verla más.
¿Cumpliste finalmente tu deseo? Sé que no querías morir. Solo querías alguien que te comprendiese. Solo querías que alguien te salvase. Tal vez llegué demasiado tarde. Sí. Seguramente lo hiciese.
A cambio, seguiré buscando tu nombre en las esquelas, April. Hasta que finalmente sepa si cumpliste tu deseo o no. De cualquier modo, no me olvides. Porque, pase lo que pase, seguiré buscándote.»
La camarera conocía las horas de llegada y de partida de aquella particular cliente, por eso siempre depositaba una tacita de café en el mismo sitio. No importaba si se llegaba a quedar frío, ella nunca se lo tomaría. Siempre llevaba aquella chaqueta rosa y los vaqueros desgastados. Era fácil reconocerla. Su morena cabellera la delataría a kilómetros.
No hablaba con nadie. Más de un cliente había intentado acercarse a ella, intentar conocerla, comprenderla; pero tan rápido como se acercaban, ella levantaba la mirada y los observaba en aquel silencio tan suyo que todos desistían en su tarea. Pero ella seguía sintiéndose sola. Tal vez nadie había tenido el valor de sobrepasar las murallas de su alma, acceder a lo más íntimo y profundo de ella. Y yo la comprendía, de algún modo u otro. Así que un día me armé de valor y decidí sentarme con ella. Me observó, y al ver que yo rehusaba a dejarla, continuó con su tarea matinal. Comencé a hablar. Ni siquiera recuerdo el qué, tal vez el estúpido tráfico que atestaba Nueva York o que no sabía como llamar a un canario, en caso de que me regalasen uno. Juraría que en ningún momento me prestó atención. Finalmente, y como cada día, dejó su café sin probar y se marchó en silencio.
Al día siguiente intenté probarlo, sin éxito de nuevo. Pero no me rendí. No aún. Seguí hablando con ella cada día, hasta que un día me respondió. Únicamente pregunté cual era su nombre, y una suave y melodiosa voz me respondió "April". Y no volvió a abrir los labios en los siguientes días. Pero no me importó. Poco a poco conseguí que me fuese prestando atención, incluso un día comenzó a tomarse su consumición. No necesitaba que me hablase. Sabía que me escuchaba atentamente, por eso la contaba cosas triviales, cosas sobre mi vida o sobre mi pasado.
Un día sonrió. Y no volví a verla más.
¿Cumpliste finalmente tu deseo? Sé que no querías morir. Solo querías alguien que te comprendiese. Solo querías que alguien te salvase. Tal vez llegué demasiado tarde. Sí. Seguramente lo hiciese.
A cambio, seguiré buscando tu nombre en las esquelas, April. Hasta que finalmente sepa si cumpliste tu deseo o no. De cualquier modo, no me olvides. Porque, pase lo que pase, seguiré buscándote.»
sábado, 4 de mayo de 2013
One night and one more time.
Me senté en el sofá con esa vieja taza llenada con leche y cacao y encendí la televisión. Emitían un estúpido programa de preguntas, donde un sonriente presentador era el testigo de como todos aquellos necios perdían todo el dinero. No presté demasiada atención a la televisión, centrada en aquella taza cuyo contenido seguía ardiendo. Me lo acerqué a los labios y dejé que el líquido me quemase el esófago. Era, de un modo u otro, un dolor agradable. Era una sensación extraña. Un dolor que te decía "oh, mírame, aún estás viva, aún me sientes." Algo así. Creo.
Deposité la taza en aquella tonta mesita que poseía a un lado del sofá. Tal vez yo debería haberme esforzado un poco más. Tal vez debería haber sido más lista. Tal vez debería haberme puesto más guapa. Tal vez así no te hubieses ido. Pero quien sabe, ya es tarde para pedir disculpas, ¿no es así?
Me bajé los pantalones a la altura de las rodillas, dejando a la vista las innumerables cicatrices que poseía en las piernas. Las tracé con el dedo. Marcas de guerra. Me quité el collar que siempre llevaba conmigo. Mi primera cuchilla. Tal vez hoy era el día indicado para recordar un pasado que siempre me estuvo persiguiendo. Al menos, era una buena noche para hacerme daño por todo lo que hice, con una cojonuda banda sonora protagonizada por un presentador marica. Sí. Perfecto.
Apoyé la cuchilla contra mi piel, intentando controlar mis propios temblores. Y mutilé mi piel. Una y otra vez. No seguía ningún patrón, cualquier forma para hacerme daño era buena. Escocía horrores. La sangre formaba pequeñas manchitas que no tardaron mucho en recorrer mis piernas. Se me llenaron los ojos de lágrimas. No quiero ser cobarde. No quiero ser débil. Entonces, ¿por qué estoy llorando? Me sequé las lágrimas con las manos, aunque no tardaron mucho en regresar. Desistí en intentar demostrarme que no era siquiera capaz de contener las lágrimas. Pronto mis piernas eran una curiosa mezcla de sangre y lágrimas. A cada corte que me realizaba, más ganas tenía de causarme más dolor.
No sé cuanto tiempo estuve llorando y cortándome, pero llegó un momento en el que me sentí completamente vacía. No quedaban más lágrimas ni más dolor para aliviar la depresión que sentía dentro de mí misma. Pero no importa. He sobrevivido una vez y una noche más.
Deposité la taza en aquella tonta mesita que poseía a un lado del sofá. Tal vez yo debería haberme esforzado un poco más. Tal vez debería haber sido más lista. Tal vez debería haberme puesto más guapa. Tal vez así no te hubieses ido. Pero quien sabe, ya es tarde para pedir disculpas, ¿no es así?
Me bajé los pantalones a la altura de las rodillas, dejando a la vista las innumerables cicatrices que poseía en las piernas. Las tracé con el dedo. Marcas de guerra. Me quité el collar que siempre llevaba conmigo. Mi primera cuchilla. Tal vez hoy era el día indicado para recordar un pasado que siempre me estuvo persiguiendo. Al menos, era una buena noche para hacerme daño por todo lo que hice, con una cojonuda banda sonora protagonizada por un presentador marica. Sí. Perfecto.
Apoyé la cuchilla contra mi piel, intentando controlar mis propios temblores. Y mutilé mi piel. Una y otra vez. No seguía ningún patrón, cualquier forma para hacerme daño era buena. Escocía horrores. La sangre formaba pequeñas manchitas que no tardaron mucho en recorrer mis piernas. Se me llenaron los ojos de lágrimas. No quiero ser cobarde. No quiero ser débil. Entonces, ¿por qué estoy llorando? Me sequé las lágrimas con las manos, aunque no tardaron mucho en regresar. Desistí en intentar demostrarme que no era siquiera capaz de contener las lágrimas. Pronto mis piernas eran una curiosa mezcla de sangre y lágrimas. A cada corte que me realizaba, más ganas tenía de causarme más dolor.
No sé cuanto tiempo estuve llorando y cortándome, pero llegó un momento en el que me sentí completamente vacía. No quedaban más lágrimas ni más dolor para aliviar la depresión que sentía dentro de mí misma. Pero no importa. He sobrevivido una vez y una noche más.
viernes, 3 de mayo de 2013
Réquiem for love.
La pareja de ancianos entraron en silencio en Campo Santo. La verja chirrió, dado su poco uso, produciendo un sonido espeluznantemente agudo. La volvieron a cerrar con cuidado. Comenzaron a andar entre todas aquellas tumbas. Había algunas esbeltas y hermosas, llenas de flores y recuerdos; otras, apenas tenían un triste cartel como recuerdo de la persona que una vez vivió. El anciano las observaba en silencio, pensando que todos aquellos desconocidos podrían haber sido sus compañeros de la escuela, sus vecinos, su peor enemigo o incluso su padre. Sin embargo, eran meros desconocidos. La anciana que lo acompañaba observó el enorme ramo que portaban, y decidió depositar una flor en cada tumba que no tuviese más que una triste capa de tierra recubriendo los recuerdos de una persona. Así ellos también serían recordados, aunque fuese por gente que nunca les conoció.
La expresión del señor fue cambiando cuanto más se adentraban, dato que su esposa no paso por alto. Lo cogió suavemente de la mano y continuaron andando. Aquel era un día triste para ambos. Llegaron a una pequeña tumba que poseía un jarrón con flores sin apenas vida. La anciana introdujo el ramo en el jarrón y lo depositó de nuevo en su sitio. Después, se posicionó cerca de su marido. Estuvieron allí, observando aquella pequeña tumba, durante largo rato. No se movían, no hablaban, no reaccionaban, no hacían nada. Simplemente, estaban allí de pie, como ángeles de la guarda. Ambos pensaban en todo el futuro que habían perdido con aquella muerte. Pensaban en todo lo que podían haber hecho, siendo cruelmente barrido por el destino. Pensaban en todo lo que se les había sido arrebatado sin razón ninguna.
La mujer observaba el semblante de su marido, y cuando observó cuanta tristeza reflejaban sus ojos, decidió que era la hora de volver a casa. Le tomó suavemente de la mano, y una vez más, caminaron juntos por aquel camino.
Tal vez la vida les hubiese arrebatado a su hijo. Pero jamás les podría arrebatar los sentimientos de amor que le tenían guardados desde hace más de cincuenta años.
Reabrieron la vieja verja y se dispusieron a dejar atrás aquel cementerio. El año que viene volverían.
Los cipreses fueron los únicos testigos de una mano siendo infantilmente agitada observando como aquella pareja tan anciana partían.
Héroes.
Simón no podía creerse las noticias que le transmitían por teléfono. Su cerebro se negaba a aceptar tales cosas. Su padre no podía haber muerto. No podía. NO PODÍA HABERLO HECHO. La ansiedad se le estaba comiendo vivo y nadie iba a salvarlo. Cayó al suelo, dañándose así las rodillas. Ignoró el dolor que rápidamente tuvo cuna en ellas. Ningún dolor físico podría compararse jamás al dolor que sentía en su interior. Todavía oía en su cabeza como su alma se partía en pequeños fragmentos, como su mundo se destrozaba de golpe. Se abrazó las rodillas, intentando amortiguar así esos pensamientos. No lo consiguió. Gritó. Los héroes no existían, no para él. ¿Acaso su trabajo no era ayudar a la gente con problemas? ¿Por qué no le ayudaban entonces? ¿Qué había hecho mal? Haría lo que fuese para cambiar. Sería un mejor hijo, estudiaría más, ayudaría más en casa, lo que fuese, pero quería que su padre volviese.
Comenzó a sentirse tan solo que hasta dolía. Era una sensación horrible, de ver como debes mantener los ojos abiertos mientras te arrebatan todo cuanto te importa. Necesitaba que alguien lo salvase de sí mismo. Deseaba que alguien lo hiciese.
Y el milagro ocurrió. Alguien lo abrazó. Su hermano. La noticia era errónea, su padre estaba sano. Y estaba mejorando considerablemente. Simón comenzó a llorar en el hombro de su hermano. Su padre no estaba muerto. Y él no estaba solo. Y bueno, los héroes sí que existían, al menos para él; porque, sin saberlo, había creído en ellos.
Comenzó a sentirse tan solo que hasta dolía. Era una sensación horrible, de ver como debes mantener los ojos abiertos mientras te arrebatan todo cuanto te importa. Necesitaba que alguien lo salvase de sí mismo. Deseaba que alguien lo hiciese.
Y el milagro ocurrió. Alguien lo abrazó. Su hermano. La noticia era errónea, su padre estaba sano. Y estaba mejorando considerablemente. Simón comenzó a llorar en el hombro de su hermano. Su padre no estaba muerto. Y él no estaba solo. Y bueno, los héroes sí que existían, al menos para él; porque, sin saberlo, había creído en ellos.
lunes, 29 de abril de 2013
Querida Alice,
tal vez no debería escribirte esto. O sí. ¿Alguna vez llegaré a saberlo? Pero no importa, siempre fuiste así. Con las coletitas que te hacía mamá. Aquel niño que te gustaba te dijo una vez que te quedaban muy bien y tú te pusiste muy roja. Y luego te caíste. Eras un patito torpe.
¿Te acuerdas de tus padres? Seguro. Y de tu perro Golden. Adorabas sacarle al parque a la vuelta de la esquina. Siempre te llevaba corriendo, ¿te acuerdas? También querías ser actriz y besar a Johnny Depp. Soñabas despierta con él muy a menudo. Venía a rescatarte en un enorme barco, y tú tirabas el guión al mar. Eras muy inocente. Y supongo que eso estaba bien. Porque es lo que se esperaba de ti, ¿no?
¿Y que me dices del instituto? Odiabas la química y aquel profesor que siempre te suspendía, pero, a su vez, adorabas teatro. Y la taquilla que tenía aquel tonto dibujo de octavo. Tú y tus amigas reíais cada vez que lo veíais. Eran buenas épocas, ¿no es así?
No tardo mucho en llegar el tiempo en el que te detectaron leucemia. Se te cayó el mundo a los pies. Tus padres lloraban, tus amigos lloraban y tú te obligabas a ser fuerte, por ellos más que por ti misma. Oh, mi empática Alice, siempre así. Una adolescente despojada de sus sueños, obligada a crecer antes de tiempo. Y créeme que lo lamento mucho. La quimio no solo te privó del pelo, pero también de tu sonrisa, del brillo de tus ojos y de tus ganas de vivir. La habitación del hospital en la que estabas confinada te entristecía. Cuatro paredes blancas con un gran ventanal, recordándote cada día todo lo que se te había sido arrebatado, casi riéndose de ti. Y llegó aquel niño castigado por la vida. Él tenía cáncer de pulmón. Hablabas con él a menudo. Era un buen niño. Le gustaba el fútbol, el chocolate, ver la tele con sus padres y los dibujos animados. Ah, y los animales. Le gustaban mucho los zoos. Ese niño quería vivir, aunque él no fuese consciente. E iba a luchar por ello. Tal vez terminó contagiándotelo.
Necesitaba un pulmón nuevo. Y finalmente lo consiguió. Fue una operación difícil, casi no lo cuenta. Pero sus ganas de vivir lo ataron al mundo. Y tú sonreíste de verdad en mucho tiempo. Ojalá te encontrases a aquel niño en algún zoo algún día.
Comenzaste a mejorar, así que te trasladaron de habitación. Tu nuevo compañero tendría un par de años más que tú y también había sufrido cáncer. Estuvisteis allí bastante tiempo, suficiente para enamorarte. Y él también.
Tan rápido como saliste, comenzaste a cumplir tus sueños, esos que tuviste que aparcar tiempo atrás. Y el día menos esperado en el lugar menos especial, aquel chico te encontró de nuevo.
Os casasteis y tuvisteis dos hijos, que por cierto, ya vienen del colegio, así que debo finalizar ya esta carta. Gracias por no rendirte por muy difícil que las cosas se pusieran. La leucemia nos retiró el brillo de los ojos, sí, pero estoy aquí para recordarnos que ese brillo regresó.
Siempre tuya,
Alice.
domingo, 17 de marzo de 2013
Réquiem por unos sueños rotos.
E
|
l muchacho anduvo sin rumbo fijo. Se acercaba a las vallas,
observaba el río, volvía a recordar y seguía andando. No sabía qué hacía, o el
por qué. Pero eso no fue motivo para detenerlo.
Optó finalmente por un pequeño y apartado banco que estaba
delante del río. No pasaba mucha gente, y podría pensar con calma. Y era algo
que se agradecía. Retiró un par de hojas caídas para poder sentarse, pero
pronto volvió a recubrirse de ellas, que caían nostálgicamente. Suspiró y se
resignó a la idea de que estaría rodeado de hojas. Se sentó en silencio, subió el volumen de la
música y cerró los ojos. Creyó quedarse
dormido hasta que una ronca y desgastada voz le hizo volver a la realidad.
Un anciano se había sentado a su lado. El muchacho tampoco formuló ninguna queja. El
señor no era más que otro anciano cualquiera que disfrutaban de pasear por
aquel tranquilo parque. Un destrozado sombrero era acompañado con un raído
abrigo, una vez lujoso y bello. Unos pequeños zapatos grises y un viejo andador
complementaban toda su persona. El
muchacho lo observó en silencio, y pronto volvió al mundo en el que podía
evadir todo lo que le rodeaba. El señor no tardó en hacerle abrir los ojos de
nuevo, pese a que en ningún momento se giró a comprobar si el muchacho lo
escuchaba o no. Simplemente, posó sus cansados y sabios ojos en algún punto en
la lejanía y comenzó a hablar.
-Para comenzar–Carraspeó suavemente, aclarándose la voz,
ronca de su poco uso-. Confío
sinceramente en que mi presencia aquí no te incomode, muchacho. –El muchacho
asintió, dando a entender que no era ninguna molestia.- Paseaba como cualquier
persona más, y de pronto te he visto aquí solo. ¿Y sabes? Creo que eres la
persona con la que necesitaba hablar. Sí, no ignoro el hecho de que somos meros
desconocidos, pero eso lo hace todo más fácil. ¿Cuántos años tienes?
¿Dieciséis? ¿Diecisiete? Seguro que rondas esa edad. Y seguro que tienes una
novia guapísima. ¿A vuestra generación os siguen gustando las chicas castañas
con curvas? ¿Y qué me dices de tus padres? Seguro que son unos pesados con los
estudios, ¿verdad? –rio levemente cuando él asintió-. Pero lo hacen por tu
bien. Ojalá yo hubiese podido ir a la escuela también. Supe lo básico para
ganarme unas perras; leer, escribir y hacer operaciones simples. Y el resto,
muchacho, te lo enseña la carrera de la vida, en la universidad de la calle.
¿Sabes? Yo tenía una muchacha a la que me gustaba cortejar con flores y sonatas
en su balcón. Se llama Rosalía, tenía unos hermosos y carnosos labios. Y su
pelo. Su pelo era magnífico, de un color azabache que enloquecía. Cuando la
mirabas a los ojos, sentías que podías ver tu alma reflejada en sus brillantes
pupilas. Y sus manos. Sus caricias eran comparables a las de una madre. Podría
hablar de toda ella, pero jamás terminaría. No era una simple ‘novia’, era una
amiga, una amante, una alma gemela, una hermana. Era el amor de mi vida. Nuestros padres no apoyaban nuestra relación,
pero no era algo que nos importase realmente. Y hablando de padres, los míos
siempre habrían podido ser mejores. Pero los quería como a nadie. Y llegó la
época en la que tuvimos que marchar al ejército. Rosalía lloraba. Notaba como
los añicos de mi alma se caían al suelo cuando ella lloraba. Prometí que
volvería a rescatarla en un corcel blanco, y ella sería la princesa más bonita.
Nunca volví a verla. La muerte me la arrebató; a mí bella Rosalía. Y, aún
insatisfecha, también me privó de mis padres. Y los siguientes fueron mis
compañeros del ejército. Nos sorprendieron en un edificio. No tuvimos tiempo de
reaccionar. Un bombardeo sembró la muerte en todas las salas. Recuerdo que no
fuimos muchos los que sobrevivimos; y, por desgracia o por fortuna, yo me
encontraba entre ellos. Durante una
larga época, deseé estar muerto. Me
habían arrebatado todo lo que tenía en el mundo, y había sido condenado a una
maldita silla de ruedas. Tengo
cicatrices. Todas de guerra. Pero muchas de las batallas que libré, fueron
contra mí mismo. Caí en el alcohol. Malviví durante años. Me planteé seriamente
el suicido. Un pequeño ‘boom’ y todo habría acabado. Y podría volver a ver a
Rosalía… Pero recordé mi promesa. La verdad es que aún no había encontrado un
corcel digno de llevarme con Rosalía, así que decidí seguir luchando. Poco a
poco, con mucha ayuda y rehabilitación, dejé el alcohol. Con mucho esfuerzo,
logré recuperar parcialmente el movimiento en las piernas. Me compré una casita pequeña y modesta, lo
suficiente para mí. ¿Y sabes cuál es una de las pocas razones por las que sigo
aquí? Es un chucho. Un chucho blanco y
pequeño. Lo encontré abandonado; y como
a mí me otorgaron una segunda oportunidad para vivir, él también la tendría. Se
llama Elvis. Y debe estar esperándome en casa, así que es hora de volver ya. ¿Por
qué he decidido contarte esto? Realmente no lo sé. Pero lo necesitaba. Llámalo
réquiem por unos sueños rotos. Espero,
de todo corazón, que puedas disfrutar plenamente de tu vida. Pero, si por azar
o por mala suerte, la vida te da la espalda, te pido como amigo, como
desconocido, como el padre que nunca fui, como sobreviviente que nunca, nunca
te rindas. No mires atrás a no ser que sea para sonreír. Nunca te pares, sigue
andando hacia delante. Y lucha, por lo que más quieras, lucha. Porque, aunque
muchas veces no puedas verlo, merece realmente la pena. Y bueno muchacho,
espero no haberte hecho incomodar con este improvisado monólogo. Ojalá algún
día nos volvamos a encontrar y seas tú quien me cuente sus aventuras en la
vida, y sea yo quien pueda aprender algo de ello. Gracias por haberme
escuchado. Hasta pronto.
El señor se levantó con ayuda de su andador, y con calma, se
fue alejando entre la gente. El
muchacho, en silencio, dio vida a dos pequeñas lágrimas. Aquel extraño le había
dado la respuesta que ansiaba. Iba a seguir luchando.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)