domingo, 26 de mayo de 2013

Oh, Diosa de la Discordia.

El hombre se envolvió en la negra túnica y observó con desprecio todos aquellos salvajes rostros. No vivirían mucho, idea que le hizo sonreír con ganas. Sucia escoria, no sabían el gran honor que iban a tener. Estúpidos mortales, solo pensando en sí mismos, dejando de lado a los dioses.
Los hombres bebían y gritaban, mientras las mujeres les servían más bebidas y bailaban. Todo el pueblo se hallaba en la plaza aquel día. Sus largas barbas y fuertes cuerpos les acusaban de ser bárbaros. El hombre miró al cielo, rió, y chasqueó los dedos. La tierra comenzó a temblar, y poco a poco los trotes de miles de caballos fueron audibles. Un enorme pueblo nórdico atacó a aquella comitiva. Era un ataque sorpresa, y no tuvieron oportunidad de defenderse. El hombre observó la masacre sin dejar de aplaudir. Cuando todos los allí presentes estaban muertos, el pueblo nórdico se fue, triunfante. El hombre paseó por aquel lugar. Olía a sangre, a miedo y a muerto. Pateó aquellos sucios cadáveres y miró de nuevo al cielo.
-Espero que lo haya disfrutado; oh Diosa de la Discordia.
En el viento, un pequeño aplauso le llevó la respuesta. Sonrió.

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