Ha comenzado a llover, y creo que me he puesto a llorar. Maldita sea, ni siquiera he dejado una nota de despedida, o he dicho adiós a lo poco que me importa. No entiendo como me voy a ir de esta vida sin haber realizado esas tontas listas que hace la gente, o sin casarme, o que sé yo, hay tantas cosas que no pude ni voy a poder disfrutar...
Ojalá supieses que he cambiado. Recuerdo como me gritaste, me dijiste que ya no era la misma y te marchaste dando un portazo. Y desapareciste de mi vida totalmente. Creo que eso comenzó mi depresión. Siempre fui una tonta enamoradiza, ¿no? Creo que estuve noches enteras sin dormir, realmente preocupada, esperando que volvieses, o que me llamases. Pero no lo hiciste. Creo que no me dolió el hecho de que te fueses, o de que me dejases sola; creo que lo que más me dolió fue confiar en ti, pensar que cumplirías tus promesas. Vaya.
Ya estoy empapada. Creo que ya es hora de decir adiós a todo. Necesito gritar tu nombre una última vez. Y quien sabe, tal vez un milagro ocurra, y seas tú quien me salve de mí misma. Es irónico, pero estoy confiando en ti por una última vez. Hasta siempre.
Me aproximé a la barandilla y me preparé para saltar. El mar estaba revuelto, y había mucha altura. No sobreviviría. Bien.
Grité con fuerza tu nombre, y cuando dejé de notar la barandilla detrás de mi espalda, recibiendo el viento en la cara, la lluvia en todo el cuerpo, una mano me sujetó del brazo mientras gritaba mi nombre. Eras tú, sí. Habías venido para salvarme una última vez.
Gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario