viernes, 3 de mayo de 2013

Réquiem for love.





La pareja de ancianos entraron en silencio en Campo Santo. La verja chirrió, dado su poco uso, produciendo un sonido espeluznantemente agudo. La volvieron a cerrar con cuidado. Comenzaron a andar entre todas aquellas tumbas. Había algunas esbeltas y hermosas, llenas de flores y recuerdos; otras, apenas tenían un triste cartel como recuerdo de la persona que una vez vivió. El anciano las observaba en silencio, pensando que todos aquellos desconocidos podrían haber sido sus compañeros de la escuela, sus vecinos, su peor enemigo o incluso su padre. Sin embargo, eran meros desconocidos. La anciana que lo acompañaba observó el enorme ramo que portaban, y decidió depositar una flor en cada tumba que no tuviese más que una triste capa de tierra recubriendo los recuerdos de una persona. Así ellos también serían recordados, aunque fuese por gente que nunca les conoció.
La expresión del señor fue cambiando cuanto más se adentraban, dato que su esposa no paso por alto. Lo cogió suavemente de la mano y continuaron andando. Aquel era un día triste para ambos. Llegaron a una pequeña tumba que poseía un jarrón con flores sin apenas vida. La anciana introdujo el ramo en el jarrón y lo depositó de nuevo en su sitio. Después, se posicionó cerca de su marido. Estuvieron allí, observando aquella pequeña tumba, durante largo rato. No se movían, no hablaban, no reaccionaban, no hacían nada. Simplemente, estaban allí de pie, como ángeles de la guarda. Ambos pensaban en todo el futuro que habían perdido con aquella muerte. Pensaban en todo lo que podían haber hecho, siendo cruelmente barrido por el destino. Pensaban en todo lo que se les había sido arrebatado sin razón ninguna.
La mujer observaba el semblante de su marido, y cuando observó cuanta tristeza reflejaban sus ojos, decidió que era la hora de volver a casa. Le tomó suavemente de la mano, y una vez más, caminaron juntos por aquel camino.
Tal vez la vida les hubiese arrebatado a su hijo. Pero jamás les podría arrebatar los sentimientos de amor que le tenían guardados desde hace más de cincuenta años.
Reabrieron la vieja verja y se dispusieron a dejar atrás aquel cementerio. El año que viene volverían.
Los cipreses fueron los únicos testigos de una mano siendo infantilmente agitada observando como aquella pareja tan anciana partían.


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