«¿Sabes? En el fondo ella se sentía sola. Se sentaba cada día en la misma mesa, pedía aquel ridículo café humeante y fumaba tres o cuatro cigarrillos sin apenas probar el sabor de su pedido. Luego, cogía el periódico diario, y entre calada y calada, posaba sus ojos en las esquelas, tal vez imaginando que ahí estaba su nombre.El café se enfriaba, pero ella, impasible, no despegaba la mirada de aquellas diminutas letras. Jamás sonreía, pero tampoco poseía un semblante triste. Era extraño.
La camarera conocía las horas de llegada y de partida de aquella particular cliente, por eso siempre depositaba una tacita de café en el mismo sitio. No importaba si se llegaba a quedar frío, ella nunca se lo tomaría. Siempre llevaba aquella chaqueta rosa y los vaqueros desgastados. Era fácil reconocerla. Su morena cabellera la delataría a kilómetros.
No hablaba con nadie. Más de un cliente había intentado acercarse a ella, intentar conocerla, comprenderla; pero tan rápido como se acercaban, ella levantaba la mirada y los observaba en aquel silencio tan suyo que todos desistían en su tarea. Pero ella seguía sintiéndose sola. Tal vez nadie había tenido el valor de sobrepasar las murallas de su alma, acceder a lo más íntimo y profundo de ella. Y yo la comprendía, de algún modo u otro. Así que un día me armé de valor y decidí sentarme con ella. Me observó, y al ver que yo rehusaba a dejarla, continuó con su tarea matinal. Comencé a hablar. Ni siquiera recuerdo el qué, tal vez el estúpido tráfico que atestaba Nueva York o que no sabía como llamar a un canario, en caso de que me regalasen uno. Juraría que en ningún momento me prestó atención. Finalmente, y como cada día, dejó su café sin probar y se marchó en silencio.
Al día siguiente intenté probarlo, sin éxito de nuevo. Pero no me rendí. No aún. Seguí hablando con ella cada día, hasta que un día me respondió. Únicamente pregunté cual era su nombre, y una suave y melodiosa voz me respondió "April". Y no volvió a abrir los labios en los siguientes días. Pero no me importó. Poco a poco conseguí que me fuese prestando atención, incluso un día comenzó a tomarse su consumición. No necesitaba que me hablase. Sabía que me escuchaba atentamente, por eso la contaba cosas triviales, cosas sobre mi vida o sobre mi pasado.
Un día sonrió. Y no volví a verla más.
¿Cumpliste finalmente tu deseo? Sé que no querías morir. Solo querías alguien que te comprendiese. Solo querías que alguien te salvase. Tal vez llegué demasiado tarde. Sí. Seguramente lo hiciese.
A cambio, seguiré buscando tu nombre en las esquelas, April. Hasta que finalmente sepa si cumpliste tu deseo o no. De cualquier modo, no me olvides. Porque, pase lo que pase, seguiré buscándote.»
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