Me senté en el sofá con esa vieja taza llenada con leche y cacao y encendí la televisión. Emitían un estúpido programa de preguntas, donde un sonriente presentador era el testigo de como todos aquellos necios perdían todo el dinero. No presté demasiada atención a la televisión, centrada en aquella taza cuyo contenido seguía ardiendo. Me lo acerqué a los labios y dejé que el líquido me quemase el esófago. Era, de un modo u otro, un dolor agradable. Era una sensación extraña. Un dolor que te decía "oh, mírame, aún estás viva, aún me sientes." Algo así. Creo.
Deposité la taza en aquella tonta mesita que poseía a un lado del sofá. Tal vez yo debería haberme esforzado un poco más. Tal vez debería haber sido más lista. Tal vez debería haberme puesto más guapa. Tal vez así no te hubieses ido. Pero quien sabe, ya es tarde para pedir disculpas, ¿no es así?
Me bajé los pantalones a la altura de las rodillas, dejando a la vista las innumerables cicatrices que poseía en las piernas. Las tracé con el dedo. Marcas de guerra. Me quité el collar que siempre llevaba conmigo. Mi primera cuchilla. Tal vez hoy era el día indicado para recordar un pasado que siempre me estuvo persiguiendo. Al menos, era una buena noche para hacerme daño por todo lo que hice, con una cojonuda banda sonora protagonizada por un presentador marica. Sí. Perfecto.
Apoyé la cuchilla contra mi piel, intentando controlar mis propios temblores. Y mutilé mi piel. Una y otra vez. No seguía ningún patrón, cualquier forma para hacerme daño era buena. Escocía horrores. La sangre formaba pequeñas manchitas que no tardaron mucho en recorrer mis piernas. Se me llenaron los ojos de lágrimas. No quiero ser cobarde. No quiero ser débil. Entonces, ¿por qué estoy llorando? Me sequé las lágrimas con las manos, aunque no tardaron mucho en regresar. Desistí en intentar demostrarme que no era siquiera capaz de contener las lágrimas. Pronto mis piernas eran una curiosa mezcla de sangre y lágrimas. A cada corte que me realizaba, más ganas tenía de causarme más dolor.
No sé cuanto tiempo estuve llorando y cortándome, pero llegó un momento en el que me sentí completamente vacía. No quedaban más lágrimas ni más dolor para aliviar la depresión que sentía dentro de mí misma. Pero no importa. He sobrevivido una vez y una noche más.
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