Simón no podía creerse las noticias que le transmitían por teléfono. Su cerebro se negaba a aceptar tales cosas. Su padre no podía haber muerto. No podía. NO PODÍA HABERLO HECHO. La ansiedad se le estaba comiendo vivo y nadie iba a salvarlo. Cayó al suelo, dañándose así las rodillas. Ignoró el dolor que rápidamente tuvo cuna en ellas. Ningún dolor físico podría compararse jamás al dolor que sentía en su interior. Todavía oía en su cabeza como su alma se partía en pequeños fragmentos, como su mundo se destrozaba de golpe. Se abrazó las rodillas, intentando amortiguar así esos pensamientos. No lo consiguió. Gritó. Los héroes no existían, no para él. ¿Acaso su trabajo no era ayudar a la gente con problemas? ¿Por qué no le ayudaban entonces? ¿Qué había hecho mal? Haría lo que fuese para cambiar. Sería un mejor hijo, estudiaría más, ayudaría más en casa, lo que fuese, pero quería que su padre volviese.
Comenzó a sentirse tan solo que hasta dolía. Era una sensación horrible, de ver como debes mantener los ojos abiertos mientras te arrebatan todo cuanto te importa. Necesitaba que alguien lo salvase de sí mismo. Deseaba que alguien lo hiciese.
Y el milagro ocurrió. Alguien lo abrazó. Su hermano. La noticia era errónea, su padre estaba sano. Y estaba mejorando considerablemente. Simón comenzó a llorar en el hombro de su hermano. Su padre no estaba muerto. Y él no estaba solo. Y bueno, los héroes sí que existían, al menos para él; porque, sin saberlo, había creído en ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario