miércoles, 15 de mayo de 2013

Tienes una cara hermosa.

[Relato inspirado de lo siguiente: http://www.tumblr.com/reblog/50362835001/b9gz9jTY ]

El fotógrafo reordenó todas las fotos reveladas que poseía en aquel enorme ático; fotos caseras que realizaba cada día a gente corriente, gente hermosa y fea, alta y delgada, rubia o morena; a gente imperfecta, en definitiva, a gente real. Observaba aquellos sonrientes rostros que lo saludaban cada mañana, recordándole lo que tenía que hacer un día más. Sonrió.
Cogió su equipo fotográfico y recorrió sonriente las calles parisinas aquel sábado. Era un día soleado, y eso le ponía de muy buen humor. La gente lo observaba con extrañeza, como si fuese un extraterrestre, como si no supiese que la felicidad en la Tierra era prácticamente imposible. Y, por extraño que parezca, se equivocaban. Él era feliz, sí. Lo había sido desde un crío, tal vez desde que abrió los ojos por primera vez. Y pensaba compartir su felicidad con el mundo.
Se situó en un parque cercano a la bella Torre Eiffel, lugar donde la gente solía tomar fotos a la estatua. Pues bien, él les fotografiaría a ellos.
La primera mujer que pasó tenía una elevada edad y unas arruguitas que la enmarcaban las cejas. El fotógrafo la paró y habló un rato con ella, preparando la cámara. En un momento murmuró "tienes una cara hermosa", y fotografió aquel instante de felicidad que afloró en el rostro de la mujer. Era una sonrisa sencilla, natural. Era ella misma, de algún modo u otro. Sí, había reflejado toda su alma en su rostro. El fotógrafo sonrió y se lo agradeció a aquella mujer, que se fue sonriendo y parcialmente sonrojada.
La siguiente persona fue un hombre de mediana edad castigado por la vida. Usaba unas enormes gafas que no pasaban desapercibidas, mientras unas greñas asomaban por detrás de sus orejas. El fotógrafo realizó la misma acción que con la anterior mujer. El hombre sonrió realmente feliz. Y eso era lo que él buscaba. Felicidad ajena.
Nunca permanecía en el mismo sitio durante mucho tiempo, siempre buscaba rostros y felicidades nuevas. No importaba el sexo, color o edad de la persona. Solo debían mostrar felicidad. Algunos paseantes se sorprendían, y otros reían. Pero el fotógrafo era feliz así, observando aquellos sonrientes rostros.
Cuando finalmente se sintió realizado consigo mismo, recogió el trípode y la cámara y partió camino a casa. Hoy volvía a tener la cámara llena de aquellos rostros que le hacían querer levantarse de la cama cada día. Eran gente anónima que, de algún modo, eran importantes dentro de su galería personal. Tan rápido como llegase a casa revelaría él mismo las fotos. Y mañana tal vez se tomase un descanso, sí.

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