sábado, 5 de octubre de 2013

Ojo por ojo, diente por diente.

Se sirvió otro vaso de whiskey mientras leía de nuevo aquella carta. Admiraba la curiosa curva que tomaban las mayúsculas, la sobreexplotación de los signos de puntuación e incluso los borrones que ensuciaban la pieza. Era un pequeño réquiem, una infantil despedida. La lluvia caía estrepitosamente sobre la ventana, despreciando la nostalgia que sentía aquel anciano. Él, molesto, abrió la ventana y, en un vano ataque de furia, despotricó contra la lluvia, que incrementó sus ácidas burlas hacia sus recuerdos corrompidos por tristeza y culpa. El viento se abría paso entre la lluvia, encontrando su fatídico final alimentando el fuego de la chimenea. Tiró el vaso, que se hizo añicos contra el suelo; encontrando una buena comparación para el estado de su alma. Miró la frondosa oscuridad mientras gritaba el nombre de la difunta niña. Se le quebraba la voz, pero seguía insistiendo en recuperarla de algún modo. La lluvia le calaba hasta los huesos, pero no sentía frío. Cerró la ventana y se acercó a la chimenea, con el fin de que las lágrimas que empapaban sus vestiduras y piel se fundieran con el aire. Y así fue, pero él no llegaba a sentir el calor que proporcionaba aquel crepitante fuego, haciendo bailar sin parar las llamas. El hombre se levantó y, arrastrando los pies, llegó hasta su habitación. Levantó las baldosas de madera, que contenían su billete de ida -sin vuelta- al infierno. No tuvo conciencia de que lloraba hasta que la caja se tornó húmeda. Sacó el pequeño revolver plateado y lo limpió con mimo, lo cual hizo que el ejecutor brillara con orgullo. Se secó las lágrimas y cerró los ojos mientras acerca la pistola a su sien.

—Ojo por ojo, diente por diente.

Kaboom.

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