lunes, 17 de diciembre de 2012

El hombre se acercó a la parada de metro. Se quedó mirando fijamente el cartel, pese a que sus ojos miraban a ninguna parte. Los cerró. La gente le sorteaba, molesta, que él decidió moverse también. Bajó las escaleras mecánica, con calma. como so desease retrasar en su mayor medida el final. Sonrió, sarcástico, observando en silencio todas aquellos rostros que desconocía, y que no tendría oportunidad de conocer. Paseó por los pasillos, pareciendo querer retener todo aquello que veía. La gente lo observaba con cautela, tratándole como a un vulgar borracho. Se acercó poco a poco al andén, sentándose en un banco próximo. Quedaban cinco minutos para que llegase el siguiente tren. De un golpe, lo había perdido todo. Se sintió atrapado en un un torrente de recuerdos que, es un su día, le hicieron feliz. Una pequeña lágrima se derramó, recorriendo tímidamente su mejilla. El tren se acercaba. Se levantó con cuidado, acercándose cautelosamente a las vías. Pensó en su su hija por última vez, y se dejó caer al vacío.
Abrió los ojos. La gente le sorteaba, molesta, hasta que él decidió moverse también. Bajó en las escaleras mecánicas, con calma, como si desease retrasar en su mayor medida el final.

domingo, 9 de diciembre de 2012

-

El muchacho entró en aquella aula vacía. Todo bien recogido. Las sillas bajo las mesas. Las mochilas junto a las paredes. El muchacho sonrió. Volvía a estar solo de nuevo, pese a desear con todas sus fuerzas no estarlo. Se sentó en el primer sitio que encontró. Ocultó la cara entre las manos. No quería llorar; se negaba a hacerlo. Comenzó a pensar en su vida. Sus amigos eran más felices sin él cerca, lo sabía. Sus estudios eran para echarse a llorar. Las cosas con su familia empeoraban cada día más y más. La autolesión u la depresión que sufría se le estaban comiendo vivo, pero nadie lograba verlo. Rio, pero la alegría no llegó a sus ojos. ¿Por qué nadie se daba cuenta? ¿Por qué nadie le salvaba de aquel infierno que se cernía sobre él? Se echó a llorar en silencio. Pequeñas convulsiones nacían en sus hombros, sacudiéndole entero. No conseguía serenarse, pese a desear con toda su alma hacerlo; pues había oído que alguien entraba. Dicha persona se sentó a su lado, observándole. Se serenó a duras penas, se limpió las lágrimas y le sonrió, pidiéndole disculpas.
-¿Estás bien? -le preguntó.
-S-sí, -susurró él. "No", dijo una voz en su cabeza.
Movió la cabeza de un lado a otro y le abrazó con fuerza.
-No, no lo estás.
Abrió ampliamente los ojos. ¿Quién no se había dejado engañar con sus sonrisas?
-Sé por lo que estás pasando. Déjame ayudarte.
El chico la miró, sorprendido. Dejó escapar unas pequeñas lágrimas, que ella retiró dulcemente con la yema de los dos.
Y asintió mientras sonreía.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Microcuento.

Nota de la autora: Oh dios mío, hacía infinito que no posteaba nada nuevo. ;w; Vine con varios proyectos, pero por alguna razón u otra, les dejé sin acabar. Si vieseis la carpeta donde tengo los relatos... Os echabais a llorar, están todos sin acabar. xDDDDD (Si, los bocetos los escribo a mano)
Voy a ver si me animo y termino alguno. :3 Actualmente estoy trabajando en uno para un concurso; me gustaría que alguien me diese la opinión, pero como comprenderéis, si lo publico en internet antes de presentarlo es MUY sospechoso.
En fin, hoy vengo actualizando con un microcuento que tuvimos que hacer en clase de Lengua y Literatura. :3 Espero que os guste.


El niño llegó a casa. Saludó a su madre, y fue a buscar a su osito. Siempre decía que era como una pequeña bolita de algodón. Jugaba, reía, lloraba. Bailaba y cantaba con él, incluso le ponía la radio. Nunca echó en falta más amigos. Siempre que se iba, le abrazaba y le decía adiós. Un día, el osito le saludó.

miércoles, 15 de agosto de 2012

El Ángel.

Ocho años antes...

Los mellizos fueron separados cruelmente por aquellas manos desconocidas. Un río de líquido color rojo carmín descendía sin descanso por el rostro del chico, su ojo había sido extraído de manera brutal.
-¿Por qué? ¿Qué han hecho? -Pensaba su madre en plena agonía. Gritó, pataleó y lloró por sus hijos hasta que la débil luz de sus ojos se apagó para siempre.
Nana, la más pequeña, fue llevada al laboratorio; mientras que su hermano Zero estuvo tirado largo rato en el suelo, asimilando que nunca más volvería a ver a su hermana.


En la actualidad...

Nana ya tenía 15 años y era mucho más madura que otras chicas de su edad. Quizás fue la experiencia que ganó en la Mafia, aquella que la hace valerse ahora sola en la calle.
Aquel día todo cambió. Gracias a aquella señora, la señora Smith. La señora Smith era una de las personas más ricas e importantes de todo Japón.
La vio recogiendo basura y comiendo restos que antes habían estado en contacto con las ratas. Se acercó.
-Perdona.
La chica sacó la cabeza del contenedor a duras penas y la miró a los ojos.
-¿Me está hablando a mí, señora?
-Claro bonita -sonrío dulcemente-. Me preguntaba... ¿qué hacías?
-¿Yo? Pues, esto... buscaba... algo para comer. -Bajó la cabeza.
-¿De la basura? ¿De verdad crees que ahí encontrarás comida?
-No, pero... No tengo dinero para comprar algo mejor.
La mujer se conmovió. Su avanzada edad no la permitía tener hijos, y su marido murió tiempo atrás. Se sentía tan sola...
-¿Te gustaría venir conmigo? Te prometo que te daré todo lo que esté a mi alcance: comida, ropa nueva, estudios...
A Nana se la iluminaron los ojos.
-¿De verdad, señora? ¿De verdad admitirá en su casa a una moribunda de la que no conoce ni el nombre?
-¡De verdad, vaya modales los míos! Soy Yuuki Smith. ¿Y tú nombre?
-Nana, señora, me llamo Nana, -respondió ella, sonriendo.


La señora Smith llevaba a Nana de la mano, como si fuese una niña pequeña, pero ella no dio muestras de que la importase. Encontraron a un chico no muy lejos de allí, en la misma situación que Nana.
-Buenos días.
El chico se giró, moviendo bruscamente el pelo, dejando a la luz la cuenca vacía. Se lo volvió a cubrir tan rápido como pudo.
-Buenos días, señora. ¿Quería algo?
-No, solo quería saber si conocías a aquella chica de allí. -Dijo mientras señalaba a Nana.
-No señora, para nada. -Contestó él, muy seguro.
Ella sonrió.
-Soy Yuuki Smith, ¿y tú?
-Zero, señora.
-Bien, Zero. ¿Te gustaría venir a mi casa? No creo que seas muy feliz en estas condiciones, -añadió con un deje de ironía.
-¿De verdad, señora?
-De verdad. -Sonrió.
Zero le devolvió la sonrisa, y dejó que las lágrimas descendiesen por su rostro hasta morir en sus resecos labios.
-Muchísimas gracias.

Pasaron los días, y con ellos los meses. Formaron su pequeña familia. Eran felices.
Un día, Nana estaba en su habitación, y casi sin darse cuenta, murmuró el acertijo que le enseñó su madre:
-En una tabla tenemos escrito "100 m" con cerillas. Sólo podemos quitar una para que quede la milésima parte del original. ¿Qué cerilla debemos quitar? * -Canturreó tranquilamente.
-Ese acertijo me lo enseñó mi madre... Nana me suena de algo... Somos iguales en cuanto al físico respecta... -Zero comenzó a atar cabos en su mente.
Entró casi inconscientemente y gritó:
-¡HAY QUE QUITAR LA CERILLA QUE HAY A LA DERECHA DEL SEGUNDO CERO! ¡ASÍ SALDRÁ "10 CM" *!
-¿Conoces ese acertijo? Me lo enseñó mi madre y...
-¡Dirás nuestra madre, Nana! -la cortó él mientras la abrazaba-. Temí no volver a verte desde aquel día...
-¡Zero, eres tú! -Correspondió al abrazo, llorando de felicidad-. Eres tú de verdad... -su voz se quebró.
-Volvemos a estar juntos, Nana, y todo gracias a la Señora Smith.
Bajaron a buscarla, aún llorando, pero no la encontraron. Lo único que vieron fue una pluma, tan blanca como la nieve.
-Era un ángel. -Murmuró Nana maravillada. Y sonrió, sabiendo que les estaría observando desde allí arriba.



* Puzle del Profesor Layton, no recuerdo qué edición. (x

domingo, 8 de julio de 2012

Feliz navidad, pequeña.

Para Pierrot.

El hombre interpretaba la pieza musical de manera exquisita. La gente se dejaba mecer por las suaves notas que su violín dejaba escapar. Se sentía orgulloso de todo lo que había logrado con años de esfuerzo y superación personal. Y de pronto, todo estalló en pedazos. Todo pasó por delante de sus ojos mientras un espeluznante sonido recorría cada rincón de la sala. Se había equivocado de nota. Intento arreglarlo tan rápido como pudo, pero el destino se la jugó. Siguió errando. El público murmuraba y reía, mientras él salía de allí tan rápido como pudo.
Corrió por la calle, sorteando a la gente como mejor podía. No se detuvo hasta llegar a su pequeño apartamento. Una pequeña buhardilla, típica de la gente bohemia. Se encerró allí mientras sufría en silencio. Todo su esfuerzo había sido para nada. En su primera actuación en público, la más importante, había cometido un error garrafal. Casi rompió a llorar.
No salió en varios días, comiendo lo mínimo. Su rostro se había demacrado, la falta de sueño se hacía visible en las grandes ojeras que adornaban sus ojos, un día llenos de sueños y esperanzas. Pese que la gente pensaba que errores así pasaban, el lo había perdido todo. La única vez que salió de allí, se dirigió a la estación de trenes. Buscó el viaje más barato y el que tuviese el destino más lejos y compró el billete. Volvió a su apartamento, y lo único que cogió fue el violín. Quería olvidar aquella ciudad que, después de haber cultivado sus sueños, se reía escandalosamente de su fracaso.
Tan rápido como subió al tren se sintió mejor. Se pasó todo el viaje pegado a la ventana, observando como cambiaba todo. Como cambiaba su vida.
El destino del tren era París. Cuando el tren llegó a su fin, no supo que hacer. Se sentía un niño indefenso. Miró la hora, las doce en punto de la noche. No tenía dinero ni lugar para alojarse, pero no lo consideró un problema.
Se sentó en las escaleras, y se rindió. No tener ningún lugar a donde ir sí que era un problema, era un maldito estúpido soñador que pensaba que la vida le recompensaría con algo. Era un Don nadie fracasado.
Ocultó la cabeza entre las rodillas mientras la nieve caía suavemente en él, depositándose en su ropa. ¿Qué más le deparaba la vida?
Un pequeño golpe en su hombro le sacó de sus pensamientos. Una pequeña niña le sonreía.
-No esté mal, señor -le rogó-, en Navidad no se puede estar triste. Tome mi paraguas, así no se mojará. -Su sonrisa se ensanchó y se fue.
Pese a que ya se encontraba lejos, susurró:
-Feliz Navidad, pequeña, feliz Navidad.




domingo, 1 de julio de 2012

¿Destinatario? El baúl de los recuerdos.

Querido Alec:

Hace mucho que no hablamos. Desde aquel día, perdimos todo el contacto. ¿Por qué dejamos que pasara eso? Seguramente ya hayas conocido a otra chica; y, quien sabe, quizás hasta te hayas casado. Por mi parte... Sigo sola, como antes de conocernos. Tuve algunas relaciones, pero ninguna me hacían realmente feliz, creo que hasta te sigo echando de menos.
Esta es otra de las muchas cartas que te escribo pero que jamás enviaré. No sé si debo guardarlas o quemarlas. ¿Sabes qué? Dicen que si escribes tus problemas en un papel y luego lo quemas, el viento se llevará parte del dolor. ¿Y si quemase esto? ¿Y si quemase nuestros recuerdos, lo que vivimos, lo que compartimos? ¿Una parte de nosotros? No, las seguiré guardando. 
Muchas veces me pregunto que habría sido de nosotros si no nos hubiésemos distanciado tanto. Seguiríamos teniendo la fuerte amistad que nos unía, esa que nos condujo a enamorarnos. O quizás nos veríamos más como hermanos. Quien sabe, ¿no?
A veces, por las noches, sigo buscando tu compañía entre las sábanas, y sigo cocinando para dos. Pensarás que soy estúpida, y para que mentirnos, lo soy. ¿Seguirás pensando en mí?
Voy a ir terminando esta carta. Es bonito plasmar en palabras todo lo que vivimos, y no sabes cuanto me gustaría enviarte una carta de verdad, sin borratajos ni manchas de lágrimas haciendo que la tinta se corra. Algún día quizás haga una tontería y te llame, podríamos tomar un café y hablar de nuestras vidas. Mientras tanto, seguiré guardando estas cartas, y las futuras que pueda escribir. No te olvides de que te quiero.

Se despide,

Helena.

miércoles, 27 de junio de 2012

Random.

La pequeña Kelly entró en el circo prácticamente corriendo. Llegó hasta la zona de los ensayos, y sus infantiles ojos se abrieron asombrados. ¡Cuánta gente y cosas había!
Los circenses no paraban; por un lado, los trapecistas y malabaristas ensayaban, mientras que por otro, los domadores se tomaban un descanso. Anduvo entre todas aquellas personas, tocando todo aquello que llamaba su atención. En su pequeño despiste, chocó con alguien.
Kelly cayó, pero ni siquiera se molestó en levantarse. Estaba mirando fijamente a la persona con la que había chocado.
Era un arlequín no muy mayor, no sobrepasaría los 20 años. Su sonriente máscara atrapó de lleno a Kelly, que no despegó los ojos de ella. El arlequín, divertido, la ayudo a levantarse, y se despidió con una leve inclinación de cabeza.
Kelly se fue de allí, encontrando finalmente a sus preocupados padres. Se sentaron en sus respectivos asientos, y allí vieron pasar desde domadores a magos, desde trapecistas a exóticos animales. Y finalmente apareció el arlequín que Kelly había visto. Vestía las ropas propias de su personaje, y su máscara escondía mucho más que la sonriente apariencia que tenía.
Actuó de manera exquisita, impresionando incluso a los más exigentes espectadores. Era simplemente magnífico, pensó ella.
El circo cerró ese día con la actuación del arlequín. Kelly consiguió quedarse un poco más, dispuesta a acercarse a donde él se encontraba. Cuando casi iba a llegar, vio que que él se quitaba la máscara. Lloraba. Echo a correr, y cuando se encontraba a su altura, lo abrazó con todas las fuerzas que fue capaz de reunir. Él, sorprendido, abrió la boca en una expresión muda. Después se dejó consolar por aquella pequeña cría que, sin conocerle de nada, estaba dispuesta a hacer lo que fuese para que sonriese otra vez. Kelly le contó que tal el colegio, le describió a sus amigos, al niño que le gustaba, su casa, sus sueños. Inocentemente, abrió su pequeño corazón hacia aquel desconocido. Y él se lo agradeció en silencio. Cuando se tuvieron que despedir, ella lo volvió a abrazar con fuerza y le dijo adiós con su pequeña manita.
Aquel arlequín sabía que no la olvidaría, pese a que no había hecho mucho. Y se prometió a sí mismo, a aquella niñita, al niño que fue, al hombre que sería, que nunca volvería a mentirse, ni a esconderse debajo de esa estúpida máscara.
Algún día volvería a buscarla, y en ese momento quien la abrazaría con fuerza sería él.






Te quiero.

Un petit requiem.

La joven cogió el violín y se lo colocó sobre el hombro. Cerró los ojos y comenzó a tocar. Imaginó que estaba en un auditorio lleno de gente. La miraban expectantes, esperaban lo mejor de ella. Lo tendrían, pensó orgullosa. Tocaba un réquiem, su réquiem. Las dulces notas hacían bailar su pequeño cuerpo. Una bailarina bailaba, se contorneaba, sobresalía. El arco se movía con vida propia, consiguiendo alcanzar las notas que componían ese pequeño extracto de música. El réquiem pedía ser acabado, era algo que ella no podía controlar. El arco se paró, obedeciendo sin rechistar la orden muda. La bailarina dejó de bailar, y miró al frente modestamente, había dado lo mejor de sí. El público aplaudió eufórico.
Abrió los ojos. Sabía que el réquiem había subido al cielo, hasta encontrarse con los viejos oídos de su compositor. La estaba aplaudiendo.
Sonrió.

domingo, 3 de junio de 2012

Life is not fair.


Katie se levantó aún con la cara húmeda. Había vuelto a llorar otra vez. Otro día más, otra tortura más, pensó tristemente. Se paseó arrastrando los pies hasta la cocina y desayunó lo primero que vio; y después se dirigió a su habitación para vestirse.
Caminó hacia el instituto con calma. Entró por la puerta y se preparó para lo peor. La gente se acercaba a ella, y hablaba lo suficientemente algo para que ella les oyese. Mantuvo la cabeza bien alra hasta que llegó a su taquilla. Allí se desmoronó interiormente.
Arrancó las hojas donde la llamaban "puta gótica", "zorra", "gorda de mierda" y demás insultos. Pero hubo una que no se le pasó por alto. "Haznos un favor y SUICÍDATE." La gente la señalaba con el dedo y se reía de manera cruel mientras ella corría hacia los baños. No iba a llorar delante de todos esos gilipollas, era algo que tenía claro.
Sin embargo, cuando llegó, la estaban esperando. Un grupo de cinco chicas la cogieron nada más entró, y antes de darse Katie cuenta, estaba en el suelo. Las imploraba y lloraba que la dejasen tranquila; pero a cada petición, ellas la pegaban más fuerte.
Cuando el timbre sonó, ellas se fueron, y la dejaron allí tirada. El cuerpo de Katie se negaba a levantarse por más que ella se lo pedía, y la propia impotencia la hizo llorar. No podía seguir así. Simplemente, no quería.
Consiguió levantarse a duras penas. Ojalá no viviese en aquel jodido pueblo. Ojalá hubiese más de un instituto. Ojalá todo fuese fácil. Ojalá no hubiese nacido. Llegó tarde a clase, pero el profesor no se molestó. Katie se dio cuenta de cuán invisible era para el resto del mundo.
El día se pasó lento, entre golpes, humillaciones y lágrimas. Volvió corriendo a casa y se encerró en su habitación. Lloró hasta quedarse sin lágrimas.
Se remangó las mangas, dejando visibles varias cicatrices. Cogió la cuchilla y se la clavó sin miramientos. La sangre comenzó a brotar, y ella se mordió el labio para reprimir las ganas de gritar. Aquel dolor la hacía olvidar el otro. Era agradable en cierto modo.
Cuando se serenó, fue al baño a curarse los cortes y aprovechó para vendarse las muñecas. Estaba harta de su vida y del error que cometía al estar allí, así que decidió ponerle fin.
Buscó por toda la casa la vieja revólver de su padre, encontrándola en el sótano. Sonrió al pensar en sus padres. Pronto les vería.
La recargó, y se metió la pistola suavemente en la boca, ligeramente inclinada hacia arriba.
Sonrió por última vez y apretó el gatillo.

Kaboom.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Hero of War.

Mark siempre había soñado con ser soldado. Luchar por su patria, ayudar al resto de compañeros, morir si hacia falta. Pero la realidad no fue como él esperaba. Es más, distaba mucho de sus infantiles sueños.

Cuando le dijeron que debía irse a Afganistán se le cayó el alma a los pies. ¿Tan lejos? ¿No podía quedarse más cerca de su casa? Tuvo que resignarse, ya que no ganaría absolutamente nada protestando.
Cogió el avión que les llevaba a su destino con sus compañeros, comenzó a pensar si había hecho bien. Se intentó animar pensando que sus padres estarían orgullosos de él.
Su mejor amigo Nathaniel se encontraba con él. Se habían conocido de pequeños, y desde entonces eran prácticamente inseparables. Se miraron, se rieron y fueron hacia su cuartel.
Los días pasaban monótonos. Entrenaban, comían y dormían. Mark no sabía si alegrarse o deprimirse. No solía llamar a sus padres, eso lo dejaba sin ánimos. Leía siempre que podía y charlaba con sus compañeros. Intentaba no hacer muchos amigos, por si la guerra se llevaba a alguno de ellos.
Aquella mañana sería diferente. La guerra había comenzado. Rápidamente tuvieron que salir, repartiéndose las armas a diestro y siniestro. Llegaron al campo.
En unos momentos, ya había polvo, balas y muerte distribuida por cada rincón de la tierra. Mark corría, agónico; y disparaba cuando realmente lo necesitaba. Buscaba en ocasiones con la mirada a su amigo Nathaniel, que prácticamente corría su misma suerte.
Desde las trincheras oyó un grito. Se levantó, y deseó no haberlo hecho. Se le cayó el alma a los pies. El que gritaba era Nathaniel.
Corrió hacia él, ignorando los gritos, el polvo y las balas que le rozaban. No podía morir. No le podía dejar morir.
Le habían acertado en pleno pulmón, tenía mucha suerte de seguir con vida aún. Nathaniel lo miró, le sonrió y le susurró con dificultad "Te echaré de menos, Mark", y el brillo de sus ojos se apagó.
Mark gritó, roto de dolor. La ira le cegaba. Perdió totalmente la noción del tiempo y del lugar. Solo sabía que quería irse de allí.
Unas semanas después, todo acabó, con victoria estadounidense. Mark bajó del avión con el resto de sus compañeros. La bandera de su patria cubría el ataúd de su viejo amigo. Nada volvería a ser lo mismo, lo sabía.
"-Nathaniel -pensó-, no voy a ser más soldado. Haré algo para remediar nuestros errores. Te lo debo."


Nota de la autora: Vale, me ha quedado una mierda, lo sé; no me odiéis mucho. Bueno, solo hacia este punto para decir que este relato se ha inspirado en la canción de Rise Against de la que he tomado el nombre para el título. x3 Espero que os haya gustado.


viernes, 11 de mayo de 2012

Quédate esta noche.

Los gritos la saturaban la cabeza. Ni siquiera tenía consciencia de por qué la gritaban, o el qué; simplemente oía ese ruido molesto taladrándole los oídos hasta llegar a su dolorida cabeza. Diana se movió a duras penas, apretó los labios y echó a andar. Ignoró los gritos que se acentuaron con su partida y se apoyó en el marco de la puerta. Miró hacia atrás, y vio que era su padre el que la reprendía por algo que seguramente no había hecho, y salió.
No podían ser más de la diez de la noche. Y llovía a cántaros. Diana no tenía mucho más que una sudadera para mantenerse cálida, pero estaba decidida a no volver a esa casa jamás. No lo podía llamar hogar, ya que distaba mucho de poder ser llamado así. Eso era una casa vacía de sentimientos, con gente unida por lazos genéticos. No lloró, pero cerró fuertemente los puños hasta que se hizo daño; ignoró esa sensación y se encaminó a la lluvia.
No tenía ningún sitio donde ir, o a ninguna casa a la que acudir. Se dio cuenta de lo sola que estaba, y dejó escapar un leve sollozo. La lluvia la mordía la piel debajo de toda la ropa mojada; su pelo goteaba tanto que hasta la pesaba, oscureciéndola su bonito color castaño. No llegó muy lejos hasta que se ocultó en un pequeño rincón y rompió a llorar.
Perdió realmente la noción del tiempo, incluso hasta pudo quedarse dormida; y un suave apretón en el hombro la sacó de aquel extraño trance. Un chico castaño la sonreía amablemente. Su ropa estaba igual de mojada que al de Diana, y al verlo así, se echó a reír involuntariamente. El chico, sorprendido, correspondió. Los dos, incómodos ante la situación, miraron en diferentes direcciones. Diana le miraba en algún momento, y cuando él la devolvía la mirada, los dos apartaban la mirada, claramente avergonzados.
Diana le contó su situación a aquel chico, que resultó llamarse Adam; y él, compadecido, la invitó a quedarse en su casa.
Se desvistió a toda prisa, consciente de que Adam podía aparecer en cualquier momento y verla en aquel estado. Lo único que tenía para cubrir su desnudez por encima de la ropa interior era una camiseta de talla grande que la había prestado él, y echó de menos su cálido y cómodo pijama.
Al ver que no se acercaba, salió algo cohibida de la habitación, y cuando su nariz captaron aquel delicioso aroma proveniente de la cocina, se acercó, guiada por su estómago.
Aquellos vaqueros le quedaban de muerte, y el hecho de que fuese sin camiseta la hizo enrojecer hasta que la dolió la cara. Él la miró, divertido, y se puso a reír. Ella se unió, contenta.
Cenaron, y compartieron miradas, risas y secretos. Después, se fueron a sus respectivas camas.
Diana no podía dormir. Ya echaba de menos a Adam. Se levantó, armada de un valor que realmente no sentía, y se acercó a su habitación.
Cuando él la vio, abrió los ojos sorprendido; sin embargo, la invitó a entrar con una sonrisa. Ella se tumbó tímidamente, y cuando sintió el brazo de él por encima de sus hombros, se sonrojó. Cerró los ojos, feliz de notar su calidez cerca.
Estaba comenzando a cerrar los ojos cuando sintió los labios de él ejerciendo una pequeña, muy suave presión sobre los suyos. No se apartó, simplemente lo continuó. Perdió la noción del tiempo y del lugar cuando sus labios se separaron.
-Quédate esta noche. -Susurró suavemente Diana.
-Todas las que quieras. -Le respondió él entre risas antes de volver a besarla.

domingo, 29 de abril de 2012

Momentos de un enfermo terminal.

El pequeño Joseph salió de la cama dando un pequeño saltito y se acercó a la ventana. El sol le acariciaba cariñosamente las mejillas. Los niños jugaban, reían y se gritaban entre ellos en el parque que había delante. Joseph los envidió profundamente. Él apenas podía salir de esa habitación.
Se volvió hacia su cama y se sentó. El sonido del reloj le martilleaba los oídos, pero intento hacer el máximo caso omiso a ello. Paseó la mirada por esa habitación que prácticamente se sabía de memoria: su consola y sus juguetes en la estantería de la derecha, flores a la izquierda, su medicación en la mesilla, la televisión arriba y la ventana detrás. La puerta, situada a la derecha del todo, se abrió, dejando pasar a sus amigos Jake y Andrew acompañados de una enfermera. Compartieron una mirada de complicidad y se mantuvieron en silencio hasta que la enfermera se retiró con una sonrisa. Entonces, rompieron a reír e hicieron su saludo secreto. Rieron, y tuvieron que taparse la boca para no gritar. Joseph tosió fuertemente, y tuvo que tumbarse en la cama. Ellos se miraron y agacharon la cabeza. La enfermedad de Joseph iba a peor, y sabían que no viviría mucho más; por eso, querían que disfrutase en todo momento. Querían recordarle feliz.
Pasaron la tarde con él, pero tenían que volver a casa. Se despidieron de él y salieron silenciosamente. Joseph se tumbó y, sin darse cuenta, se quedó dormido.
Soñó que el médico le decía que podía volver a casa, y su madre y su padre le esperaban con una gran tarta de chocolate. Jake y Andrew también estaban allí. Y lloró de felicidad.
Cuando se despertó, aún tenía las mejillas mojadas a causa de las lágrimas. Se tomó el desayuno rápido y se puso a jugar con su Action Man preferido. Sus padres, cuando llegaron, le abrazaron y rompieron a llorar. Él no sabía el motivo, pero los abrazó a su vez y les prometió que todo iba a ir bien.
Pasaron poco a poco los días, hasta que una tarde, sus amigos y sus padres le fueron a visitar juntos. Le dijeron a Joseph que se iba a poner bien. Les temblaba la voz, y lloraban. Joseph lloró también, pero les prometió que todo iría bien, y que les quería mucho.
A la mañana siguiente, el brillo de sus ojos se había apagado.

domingo, 22 de abril de 2012

Abuelito, te quiero mucho.

El pequeño niño recogió rápidamente las pinturas y los dibujos que había en la mesa, se los entregó a su maestra y caminó lo más rápido que sus piernecitas le permitieron a por su abrigo. Y, sin habérselo atado correctamente, salió corriendo. A la puerta le esperaba su abuelo, un hombre de estatura media, con una alegre sonrisa en los labios y falta de pelo en la cabeza. Cuando le vio salir, se le acentuaron unas pequeñas arruguitas alrededor de los ojos debido a su sonrisa. El niño le abrazó con mucha fuerza, y anduvieron sin prisa hasta el parque. El niño le contaba que tal le había ido en el cole, que su amigo y él habían metido un gol en el recreo, que Ana (la niña que le gusta) le ha dado un beso en la mejilla, y que la seño ha dicho que su dibujo era muy bonito. En el dibujo estaban retratados su abuelo y él mismo.
Jugaron juntos, rieron y merendaron. Al pequeño niño le gustaba mucho que fuese su abuelo el que fuese a recogerle. Luego, su abuelo le contaba un cuento, le abrazaba, y sabía que nada malo podía pasarle en ese momento. Y así eran todas las tardes.
Hasta que, un día, se llevaron a su abuelito. No le pudo decir adiós, o darle un último abrazo. Tampoco pudo decirle cuanto le quería, y no tuvo oportunidad de contarle su cuento favorito. Simplemente, subió al cielo sin despedirse de él. Se había ido. Pero sabía que, por muy lejos que se encontrase, siempre le estaría viendo desde el cielo.

Nota de la autora: ¿Que qué quiero por mi cumpleaños? Subir al cielo, darle un abrazo a mi abuelo, y volver.

sábado, 14 de abril de 2012

¿Me estáis viendo, papás?

Helen abrió los ojos, avergonzada. Había vuelto a soñar despierta. Soñaba que sus padres seguían vivos, que tenían una casita con jardín y el perro que siempre había deseado. Que tenía muchas amigas con las que jugar y muchas barbies a las que peinar y vestir. Suspiró. Sus ilusiones eran tan reales que dolían. Miró a su alrededor. Vivía en un orfanato de la ciudad. Las paredes desnudas con manchas de humedad inundaban ese pequeño territorio que la habían asignado. El suelo, que algún día fue un lindo parqué, solo quedaba una triste e improvisada alfombra. No había muchos niños en el edificio, pero los suficientes como para que ella pudiese hacer amigos. Nunca lo hizo.
Se levantó de la sillita y echó a andar escalera abajo. Se dirigía a la biblioteca del orfanato, lugar donde era frecuente encontrarla. La encantaba la lectura. Era de los niños más cultos en aquel orfanato, y los cuidadores lo sabían. Por eso querían buscarla una casa, porque ella merecía una casa de verdad.
Por el camino, se paró delante de un espejo. Se observó sus cabellos pelirrojos y sonrió. La habían dicho que eran de su madre, y sus ojos azules de su padre. Su ropa estaba hecha jirones, el orfanato no se podía permitir ropa nueva. Siguió andando, y un brillo especial apareció en sus ojos cuando llegó a la biblioteca. La bibliotecaria, una anciana de sonrisa dulce la acentuaban las arruguitas alrededor de los ojos, la sonrió a modo de saludo, y Helen se dio por bienvenida. Cogió una obra de Bécquer y comenzó a leer. Adoraba a Bécquer, pese a su corta edad, siempre lo había hecho. Leyó hasta bien entrada la tarde, y volvió a depositar el libro en su lugar de origen cuando se dio por satisfecha.
La cena, una triste sopa y las salchichas de siempre, no la sació, pero no podía pedir más. Sabía que eran de los orfanatos más afortunados, que al menos disponían de una biblioteca y comida mínimamente decente. Sonrió. En el fondo, tampoco tenía tan mala suerte. Se levantó de las primeras, como era costumbre, y acercó su plato a la barra donde trabajaban las cocineras. Ellas la sonrieron, y ella no hizo menos que devolverles la sonrisa.
Subió lentamente a su habitación, como si quisiese recordar los escalones que formaban su camino. Deshizo la cama lo suficiente como para poder entrar ella y se acurrucó entre las mantas, intentando mantener el poco calor que conservaba.
Derramó unas pocas lágrimas por sus padres, como siempre hacía, y luego se secó suavemente las lágrimas.
Bueno -pensó-, tampoco he tenido tan mala suerte. Desde aquí, mamá y papá, y los abuelos pueden verme desde el cielo, estoy segura.

sábado, 31 de marzo de 2012

Epílogo de Sin nombre.


Recordaba esta sensación. Es la misma que sufrí cuando estuve en coma en el hospital (para ese entonces yo no sabía que me pasaba). Pero ahora había realizado esto voluntariamente para encontrarme con Andy. Pero no lo encontré.
Lentamente, la angustia me carcomía por dentro. ¿Dónde estaba Andy? Me sequé hoscamente las lágrimas de las mejillas con las manos. ¿Lo había vuelto a perder? ¿De nuevo? Deseché rápidamente esa idea, no podía perder algo que realmente nunca tuve. Pero pensé, que, tal vez... podría encontrarle de nuevo, aunque fuese por última vez. Rogué en silencio, sin apenas moverme, pensando que eso me ayudaría a cumplir mi deseo. Nada.

Me levanté, o lo que fuese ese movimiento que realicé, y comencé a andar sin rumbo alguno. No podías decidir en que dirección andar únicamente porque todo lo que se veía era oscuridad. Suspiré y me rendí. Y, de pronto, los arrepentimientos me vinieron rápidamente a la cabeza. ¿Quién en su sano juicio habría hecho lo que yo hice? O mejor dicho, ¿por qué? Nadie me había garantizado que lo fuese a encontrar, prácticamente me lancé a la aventura con los ojos vendados.
Y, de pronto, el viento (vale, me había vuelto rematadamente loca, ¿el viento? ¿en un lugar como aquel?) o lo que quisiera ser, me susurró su nombre. Venía de todas direcciones, en ocasiones se oía más claro y fuerte que todas, pero me dio una fuerza más para seguir luchando entre toda esa oscuridad. No sabía hacía donde estaba corriendo, pero la verdad es que no le prestaba demasiada atención. Sabía donde iba a encontrarlo. Ignoré todas las veces que caí y volví a levantarme, no eran importantes.
Y, de pronto, me paré en seco. Estaba allí, sonriéndome, mirándome directamente a los ojos. Era él, sin duda. Sentí las mejillas húmedas, e intenté moverme hacia él, pero el cuerpo no me respondía. De repente, comenzó a reír; su cantarina risa me provocó la risa a mí también, y allí estuvimos los dos riéndonos. Y, sin apenas darme tiempo para reaccionar, me encontré protegida entre sus brazos. Alcé la mirada, y apenada vi que lloraba. Le quité las lágrimas con las yemas de los dedos, y le sonreí lo más fuerte que pude, como hacíamos de pequeños. Río un poco más y me abrazó más fuerte, para que no pudiese escapar, para que estuviese con él para siempre.
Pero realmente lo había echado de menos, a él y su manera peculiar de abrazar, su olor, su pelo, su tacto, su respiración, sus latidos, sus movimientos, su risa, todo él.
De pronto, me cogió de la barbilla para alzarme la cara y me obligó a mirarle a los ojos. Enrojecí levemente ante la intensidad de su mirada, y sonrió ampliamente. Y me besó, suavemente, con cariño.
Después de un rato, me separé de él y apoyé la cabeza en su hombro.
-¿Sabes qué? –Susurré.
-Dime. –Sonrió Andy.
-Te quiero. Muchísimo más de lo que piensas. –Su sonrisa fue aún más amplia- No lo olvides.
-Como ya te dije una vez... Te quiero Trucy, nunca lo olvides, ¿vale? *

Sonreí tristemente ante esas palabras. Nunca las podría olvidar, desde luego. Cerré los ojos, disfrutando de su contacto, hasta que me sacó de ese pequeño trance su melodiosa voz.

-¿Sabes qué? Me encantaría volver a renacer contigo algún día. Y vivir la vida que desaprovechamos, pero esta vez juntos de verdad.
-A mí me gustaría también, -suspiré- pero no sé el método para conseguirlo.
-Es fácil, solo hay que pensar que volvemos a morir de nuevo, e intentar localizar un cuerpo humano que todavía no haya recibido un alma, algo así como un recipiente vacío.
-Podríamos intentarlo, ¿pero y si sale mal?
-Nos volveremos a encontrar aquí, te lo prometo. –Me cogió suavemente de la mano.
-Vale, intentémoslo. Pero, por favor, no me sueltes en ningún momento. Por favor.
-No lo haré –susurró muy cerca de mi oído.

*Es lo que la dijo antes de morir.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Título not found.

Mary miró hacia la ventana. Llovía. Suspiró. Estaba harta de la lluvia, pero tampoco quería ver el sol. Sonrió en sus adentros; era rara y lo sabía. Era simplemente que todo lo recordaba a él.
Se preguntó que estaría haciendo ahora si Henry estuviese allí. Revivió su imagen en su cabeza, abriendo así múltiples heridas. Pero, ¿acaso importaba ya eso? Su sonrisa, sus ojos, sus manos, su manera de besarla, la primera vez que hicieron el amor... Se secó las lágrimas, pese a que sabía que perdía el tiempo. Solía pararse a pensar si tenía alguna razón por la que luchar, alguien por quien seguir adelante, algo que la atase a la vida con semejante fuerza. Sí, tenía una antes, y se llamaba Henry. Pero ahora que estaba muerto, ¿por qué iba a seguir allí? Lo había amado desde pequeña, y ella le había correspondido. Así qué, ¿por qué no intentarlo?
Supo que tenía que hacer. Subió al desván, y entre cajas y recuerdos del pasado, encontró la vieja revólver de su padre; bajó a su habitación y recordó por última vez su vida.
Asió el gatillo y cerro los ojos.
Kaboom.

miércoles, 21 de marzo de 2012

El chico de los tulipanes.

Joseph siempre madrugaba para ir a aquel parque. Sabía que ella pasaría por allí y se sentaría, como hacia todos los días. Fantaseó por el camino. ¿Cómo sería el roce de sus labios? ¿Y el tacto de su pelo? Entre sueños y fantasías, llegó al banco y depositó el tulipán; y acto seguido se fue.
Cuando Alice llegó, cogió el tulipán con cuidado y se lo acercó a las fosas nasales. Sonrió. Tenía ese peculiar olor a él; era único, especial. La reconocería a kilómetros a la redonda, estaba segura. Miró el reloj, se levantó y se fue, aún con el tulipán en la mano.
Todas las mañanas tenía un tulipán esperándola, pero el último tenía una tarjeta. "A las 9 pm aquí. Tengo ganas de conocerte. Yo te encontraré. Fdo: El chico de los tulipanes." Alice sonrió, intentando ocultar a duras penas su emoción. ¡Por fin iba a conocer a su chico misterioso!
Se pasó toda la tarde eligiendo que iba a llevar, enterrando la cama bajo un montón de ropa. Finalmente, se puso un sencillo vestido negro.
Cuando llegó, había un chico guapísimo esperándola con un ramo de tulipanes. El pelo castaño le caía levemente por encima de los ojos, y su amplia sonrisa la empujó también a ella a sonreír. Charlaron, rieron, se abrazaron... Alice nunca olvidaría esa noche, sin duda. Se sentaron en el banco donde siempre él la depositaba un tulipán, la miró a los ojos, la cogió suavemente de la barbilla y la besó. Sin prisa, como si quisiese acordarse de ello toda la vida. Alice correspondió, llena de amor, y supo que lo quería de verdad.
Cuando se tuvo que ir a casa, le pidió volver a encontrarse pronto. Su semblante se entristeció, y con una alegre sonrisa (que sus ojos delataban que era mentira) aceptó la propuesta. Volvió a besarla por última vez, y la dijo que la amaba. Por siempre.
Cuando ya apenas se le veía, no lo soportó más.
-¡Joseph! -gritó, pero su voz no era nada en comparación con el rugido de los coches que aún circulaban por allí-. No te vayas.
Pero entonces unos brazos fuertes la rodearon y notó una respiración contra su cabello.
-No te vayas. -Repitió.
-Estoy aquí, Alice -dijo-. Estoy aquí.

A la mañana siguiente, Alice descubrió apenada que no había un tulipán. Ni al día siguiente. Ni el siguiente. Ni el próximo. Comenzó a investigar poco a poco, y terminó llegando hasta la familia de Joseph. Les preguntó amablemente donde se encontraba Joseph; y ellos, con lágrimas en los ojos, la dijeron que un cáncer le había arrebatado la vida.
Alice echó a correr hasta llegar a su casa, y se rompió. Cayó de rodillas al suelo, y no se molestó en secarse las lágrimas. La costaba asimilar esa información. Había muerto. Su último deseo fue haberla conocido; y por eso su semblante se volvió tan tan triste cuando propuso verse de nuevo, porque sabía que iba a morir.
Cuando se hartó de llorar, buscó en internet el significado de los tulipanes rojos. "Amor eterno." No pudo más, y gritó con todas sus fuerzas.
Y cada mañana, se encargó ella misma de colocar tulipanes en el banco, aunque nadie fuese a recogerlos. En su memoria.
-Espérame, Joseph -murmuró-. Espérame.

sábado, 17 de marzo de 2012

Unknown.

Se metió lentamente en su cama, y se arropó con las sábanas hasta que casi sobrepasó la cabeza. Estaba harta de él, no podía más. Aún resonaban sus gritos en la dolorida cabeza de ella. No podía más. Rompió a llorar, pero por pura rabia. ¿Por qué siempre era todo así? ¿Por qué no podía cambiar nada? Joder, dolía terriblemente. Ahí, en el pecho. Se abrazó las rodillas con cuidado debajo de la manta, temiendo que pudiese romperse de un momento a otro, ya que ella se sentía muy frágil en ese momento. Sabía que alguna vez lo había querido, y en algún lugar del fondo de su ser, sabía que deseaba que la volviese a tratar como siempre, aunque solo fuese por una triste vez. Se tragó esos pensamientos, y dejó relucir su orgullo de nuevo. La había hecho mucho daño, sin duda, pero no lo haría una vez más. No se lo permitiría. Jamás. Nunca más, se prometió mientras se secaba lentamente las lágrimas de los ojos.
Y soñó. Soñó que volvía a ser una niña, que no había problemas, que si lloraba era porque no la compraban la nueva Barbie, que volvía a ser ella misma. Su vuelta a la realidad fue como una caída desde un ático. Aún así, decidió no rendirse. Pensaba luchar, aunque no tuviese fuerzas; aunque no quedase nada por lo que hacerlo; por sus promesas sin cumplir; por los recuerdos que debía tener; por los sueños que quedaban sin realizar; por los besos que aún seguían en el aire; por las sonrisas que nunca fueron mostradas. Por todo aquello que merecía la pena.
Simplemente, iba a luchar. Y se despertó con una sonrisa, dispuesta a hacerlo.



martes, 13 de marzo de 2012

Visitándolo pero ya. e___e

Bueno, señoras y señores, niños y niñas, gente que lea esta basura... Quiero que visitéis un blog, y como no lo hagáis, pues os pego. :3 Pero con cariño, ¿eh?
El blog es el siguiente: http://idealesdeunfriki.blogspot.com/
Es el blog de mi hamijo Manolito-kun. e3e Aún está comenzando, sí, pero dentro de poco tendrá muuuuuuchas cosas y será mas chachi aún. e_e Así que ya lo estáis siguiendo.
Arigato. :3

lunes, 12 de marzo de 2012

Indefinido.

Buscó su nombre con la mirada entre aquellas listas de las redes sociales, y un brilló involuntario lució en sus ojos. Estaba conectado, su nombre destacaba entre todos los demás. Se mordió el labio, ¿debía hablarlo? Y si es así, ¿qué le diría? "Hey, hola, estoy enamorada de ti aunque no te lo diré nunca. ¿Qué tal?" Suspiró. Tenía que quedar con él, contarle sus sentimientos y lo que Dios quisiese que pasara. Atravesó sus miedos a duras penas, y comenzó una conversación con él. Finalmente, quedaron el fin de semana. Sabía que se moriría de vergüenza cuando le mirase a la cara, pero ahora no podía echarse atrás, no después de lo mal que lo había pasado.
Entre exámenes, trabajos y pocas horas de dormir, llegó el fin de semana. La esperaba apoyado en la pared, con un casquillo colgándole por encima del pecho, con una media sonrisa, tarareando su canción favorita, mientras se tocaba inconscientemente el pelo. Sonrió embobada, hasta que él reparó en su presencia, obsequiándola con una sonrisa mayor. Sintió que enrojecía.
Echaron a andar, compartiendo risas y miradas de complicidad, hablando de tonterías y perdiéndose en la ciudad. 
Cuando ya casi caía la tarde, reunió el poco valor que pudo encontrar dentro de ella y se sentó, pidiéndole a él  que hiciese lo mismo. Y se lo confesó todo, cerrando los ojos y ocultando la cabeza entre su cabello.
Cuando finalizó, toda respuesta que recibió fue un beso. Y no necesitó nada más. 

domingo, 11 de marzo de 2012

Hey idiot, I love you.

Julie lo miró a los ojos. Él la devolvió la mirada, impasible. Retrocedió poco a poco, hasta toparse contra la pared, mientras él se acercaba a ella, tranquilo.
—A-aléjate de mí... -susurró levemente, pese a que quería que se acercase lo máximo posible a ella.
Él enarcó las cejas, divertido. 
—¿Y qué pasa si no te hago caso, pequeña Julie? -murmuró, derrochando malicia en cada una de las palabras.
—Pues que... -La voz de Julie tembló, así como sus piernas-. Que...
Se acercó del todo a ella, y la acarició la mejilla con ternura. 
—¿O qué?
Julie entreabrió los labios, esperando a que alguna voz divina apareciese y le diese una buena respuesta; mientras que él aprovechó este momento para juntar sus labios con los de la chica.
Abrió los ojos como platos, pero le terminó echando los brazos al cuello, disfrutando de la presión que ejercían sus labios sobre los de ella, aquel contacto que tantas veces había soñado. 
Cerró los ojos y los volvió a abrir, asegurándose que aquel momento no era un sueño. 
Sonrío. Sí, por mucho que lo hubiese intentado negar, estaba profundamente enamorada de él, desde siempre.
—Julie, ¿puedo pedirte algo?
—Claro. -Sonrío.-
—Dime que me quieres -susurró Henry.-
—Te quiero.
—Otra vez.
—Te quiero.
—Más.
—Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, [...], te quiero. -Rió-. ¿Para qué tantas veces?
—Porque queda más bonito oyéndolo de tu voz. -La abrazó con fuerza, y volvió a besarla.-
La había querido, desde siempre. Jamás lo pondría en duda.

lunes, 5 de marzo de 2012

Vampiress of love.

S. XIX [Lugar inexacto, tal vez Italia]


Aquel atractivo chico entró al burdel. Las prostitutas le dirigían miradas de deseo, y él correspondía con pícaras sonrisas. Realmente no sabía por qué había entrado allí, o que buscaba; pero ya no había vuelta atrás. Se sentó en una mesa un poco apartada, y pidió una copa de vino cuando la camarera se acercó a él, claramente con otras intenciones.
La vio. Una chica castaña, no muy alta y delgaducha, que portaba un minúsculo corpiño negro y unas calzas. Se levantó dejando la copa sin acabar y se acercó a ella. Bajó la mirada, avergonzada, mientras sentía sus ojos examinando su cuerpo trazo a trazo. Y se sonrojó aún más cuando tiró de su mano en dirección a una habitación. Cuando cerró la puerta, la chica se puso a hiperventilar.
-Por favor señor... Soy virgen y... No me gustaría entregar mi cuerpo así...
Para la sorpresa de ella, el chico rompió a reír a carcajadas.
-No quiero tener sexo contigo, ese no es mi propósito. O al menos, no ahora. -Enarcó una ceja, mirándola de arriba a abajo y sonrió. Ella tragó saliva.- Vengo a proponerte una vida mejor.
Bajó la mirada, entristecida, y comenzó a juguetear con mechones de su pelo.
-Eso no puede ser, señor. Yo soy de la clase baja de la sociedad, y usted... de alta cuna.
El chico suspiró.
-No me trates de usted, Sophia. -¿Cómo sabía su nombre? Se preguntó ella.- Déjame intentarlo, por favor. -La tendió la mano.-
Ella, vacilante, la rozó suavemente. Reunió más fuerza y la cogió. Él, complacido, acercó su rostro al suyo la besó. Se abandonaron a besos y caricias. Lentamente, Damen fue descendiendo hasta llegar a su cuello. Y la mordió.
Sophia, antes de perder el conocimiento, abrió los ojos como platos.
Cuando volvió a abrir los ojos, notó el peso de los labios de Damen sobre los suyos, acariciándolos. Acercó sus labios hasta su lóbulo, sin levantar en ningún momento los labios de su piel, aprendiendo trazo a trazo todos los rincones de está; y suavemente susurró:
-Now you are a vampiress of love. 

sábado, 3 de marzo de 2012

Diario de una enferma de cáncer.

Día 20 de diciembre.
Hola, me llamo Carla y tengo seis años. Este es mi primer diario, pero es un regalo que me han hecho. Estoy en un hospital, porque dicen que estoy malita. Llevo ingresada desde mi cumpleaños, el 16 de noviembre. Mis papás vienen a verme todos los días, pero están tristes. Cuando salga de aquí les haré reír mucho.

Día 21 de diciembre.
La señorita de blanco me ha vuelto a hacer pupa, aunque dice que es por mi bien. Me da mucho miedo la cosa que pincha. Hoy mamá ha dicho que tenía muy mala cara, y se ha puesto a llorar. La he dicho que íbamos a jugar con mis barbies, y ella podía ser la mamá. Me ha sonreído muy triste. Creo que lo que pasa es que papá no le quiere comprar gusanitos.

Día 23 de diciembre.
Ayer no pude escribir porque estuve dormida todo el día. Me dolía mucho todo el cuerpo, y los médicos estaban muy preocupados. Creo que algo va mal. Estoy triste.

Día 24 de diciembre.
El médico está hablando con mamá. Creo que piensan que estoy dormida. Dicen cosas como "muy grave" y "quirófano", y mamá llora. Le preguntaré a la señorita Vero que significa "quirófano."

Día 25 de diciembre.
¡Hoy ha venido Papá Noel! Todos los niños estábamos muy contentos abriendo los regalos. También ha venido a vernos, y le he dado un abrazo muuuuuy fuerte. ¡Me ha regalado un oso de peluche! Se llama Diego. Mis papás han venido y lo hemos celebrado juntos.
P.D.: Me gusta mucho el turrón.

Día 26 de diciembre.
Mamá ha vuelto a decir la palabra "quirófano". Por lo visto, me van a llevar allí mañana. Dice que me pondré bien, que no tenga miedo. Me he puesto a llorar, y papá me ha abrazado muy fuerte. Los dos me han dicho que me querían mucho, y yo a ellos también.

Día 18 de enero.
Me he despertado con mucha hambre. Mamá se ha ido corriendo a llamar al médico nada más que me ha visto despertarme. Papá está muy feliz y me ha abrazado muy fuerte. Me he mirado en un espejo, y he visto que no tenía pelo. Me he puesto un poco triste por eso, porque a Damián (que me ha dado un beso en la mejilla, creo que le gusto), le gustaba mucho. Pero mamá y el médico estaban muy felices, y yo también. Hemos hecho una gran fiesta.
Dicen que ya estoy bien, que me he curado de una enfermedad muy fea llamada "cáncer."



P.D.: 

viernes, 2 de marzo de 2012

Sin nombre.


-Te quiero Trucy, nunca lo olvides, ¿vale?
-¿Y a qué viene esto ahora?
-No lo sé, pero quiero que lo sepas, por si alguna vez pasa algo. Y ahora agárrate, que el viaje acaba de empezar.

BUM.

No veo nada. Oigo pasos, respiraciones, latidos, voces hablándome. ¿Por qué no puedo contestar? Estoy sola. Tengo miedo, mucho miedo. ¿Andy, dónde estás? ¿Por qué no estás aquí conmigo? Las preguntas comienzan a agolparse en mi cabeza, pero no puedo darlas una respuesta. Deseaba morirme, en ese mismo instante, hasta que vi una luz, y me acerqué a ella.

-Buenos días, señorita Edgeworth, veo que ha despertado por fin.

Dispuesta a darle una respuesta, abrí la boca sin conseguir emitir sonido alguno. Lo intenté varias veces, hasta que frustrada dejé de intentarlo.

-Es normal que no pueda hablar. Ha estado meses en coma por culpa del accidente, es lógico que no haya hablado.

-¿Accidente? –Logré gesticular lentamente.

-Sí, accidente. Un accidente de moto que sufrió con su hermano hace ya un par de meses, que la dejó en un coma bastante profundo.

¿Accidente? ¿Cómo que accidente? ¿Y qué le había pasado a Andy? Comencé a angustiarme de verdad.

-¿Y Andy como está? –susurré levemente, presa de la angustia.

-Él, bueno... Lo siento mucho Trucy, pero él murió en el accidente.

No, no era cierto. Él estaría en otra sala, descansando, seguro. Mi mente se negaba a aceptarlo, no quería hacerlo, dolía demasiado.
No tenía muchas fuerzas, pero las agoté en llorar hasta que caí dormida de nuevo.

Un mes después, me permitieron salir a que me diese el sol y el aire. Como no me podía alejar mucho, solía acudir al parque donde me solía llevar siempre. Y lentamente rompí a llorar. Quería que todo fuese mentira, que él aparecería de un momento a otro y me abrazaría de esa manera tan peculiar que tenía. Pero la realidad es más dolorosa que los meros sueños de una chica de 17 años, así que me desahogué a base de lágrimas.


Una semana antes de Navidad me dieron el alta en el hospital y pude regresar a casa. Mis padres organizaron una gran comida por mi regreso, aunque yo no asistí. Irónico, ciertamente. Cuando entré a mi habitación, me fijé en la pila de regalos que había encima de la cama. Los ignoré todos por completo, y también las cartas de mis compañeros pidiéndome que me muriese. Rescaté la ropa negra del armario que mi madre había intentado ocultarme sin éxito alguno y me cambie.
Cuando estuve un poco más cómoda, superé mis miedos y entré en su habitación. Seguía igual que siempre: igual de desordenada, con su poster de Mago de Oz encima de la cama, los apuntes por el escritorio... pero faltaba algo muy importante, faltaba él.
De pronto rompí a llorar, cayendo de rodillas, ignorando el dolor que me supuso aquella acción. Oculté el rostro entre las manos y lloré aún más fuerte. Había estado allí conmigo, y me había abrazado. Lo había notado, era él. Y entonces hice mi decisión, y no había vuelta atrás.

Espere hasta Nochebuena para poner todo en marcha. Me vestí con un vestido negro que parecía ser sacado del siglo XIX, unos zapatos de tacón y me recogí el pelo. Quería despedirme de mis padres, pero esa noche no estaban. Lloré suavemente al intentar hacerme a la idea de que no les podría ver nunca más, ni les podría decir adiós al menos, así que como aún tenía tiempo, les escribí una carta de despedida.
Después, subí a mi habitación, cogí un paquete del primer cajón de mi escritorio y algo de dinero. Llamé a un taxi que me llevó hasta el cementerio donde descansaba mi hermano, y cuando ya se hubo alejado bastante, entré en él.
Algo dentro me guiaba hasta la tumba de mi hermano, y nada más verla me eché a llorar de nuevo. Luego, cuando me calmé, dejé el regalo cerca de la lápida y me tumbé mientras sonreía tristemente. Luego, lentamente, cogí la cuchilla que había traído de casa y me hice sendos cortes en las muñecas. Me aguanté las ganas de gritar y me tumbé a esperar a la Muerte, aquella que me llevaría hasta mi hermano.
Antes de perder el conocimiento, miré el reloj. Era medianoche. Y suavemente susurré:

-Feliz Navidad Andy, te quiero.


* Queridos papá y mamá,
Seguramente para cuando estéis leyendo esto me habréis estado buscando por toda la casa, o tal vez no. De todos modos, no lo hagáis, no me encontraréis. Quiero que sepáis que os quiero mucho, y que os echaré de menos, pero tengo que ir a encontrarme con Andy. Lo siento de verdad.
Me habría gustado poder deciros adiós en persona, no con una carta, pero las circunstancias han tenido que ser así. Espero poder veros de nuevo algún día. Os queremos, Andy y yo.

Besos, y hasta siempre.

jueves, 1 de marzo de 2012

Forever.

Corrió. No tenía ninguna dirección fija, pero no era algo que la importase demasiado. Quería huir de allí, de todo, y no volver jamás. No paró, pese a que llegó a tropezar varias veces, lastimándose las rodillas. En una caída rompió a llorar, pero rápidamente se secó las lágrimas toscamente con la manga del abrigo; tenía conciencia de por qué lloraba, pero no se lo confesaba ni a ella misma. Quería fundirse con la gente y, quién sabe, desaparecer.
Sin embargo, cuando le oyó gritar su nombre a sus espaldas, paró bruscamente, aún notando el sabor salado de sus lágrimas en los labios. No fue capaz de moverse hasta que llegó. Le observó a través del velo de lágrimas que cubría sus ojos. Lucas también estaba llorando; sus ojos grises estaban anegados de lágrimas y por sus delicadas mejillas descendían enormes lagrimones, sin control alguno; y su pelo, castaño y largo, que tantas veces había acariciado, estaba revuelto; su cuerpo estaba temblando levemente, y no supo identificar si por miedo o por frío. Esa imagen la dolía. Era todo por culpa suya. Abrió los ojos de par en par al notar como la abrazaba con fuerza. Correspondió, y enterró la cara en su hombro, llenando su sudadera de lágrimas. Lucas, sin embargo, la acarició el pelo con ternura, en un triste intento de hacerla sentir mejor. Sin embargo, funcionó. Cuando Lucas la miró a los ojos, vio tanto miedo y ternura juntos, que no se resistió al hecho de besarla. Ella correspondió a su vez, y le echó los brazos al cuello, pegándole más a ella. Estuvieron así largo rato, hasta que la lluvia les amenazó con empaparles. Evelyn se rió, y Lucas la secundó. Podrían gritarle al mundo que se querían, pero no sería suficiente. Desde luego que no.
La cogió suavemente de la mano, y ella le dirigió una sonrisa tímida. Por suerte para los dos, Lucas llevaba la cartera encima, y entraron a la primera cafetería que encontraron. Cuando salieron, seguían tomados de la mano. Llovía a cántaros, pero no lo consideraron un problema. Ya no existía el miedo, las dudas o la preocupación. Solo estaban ellos dos. Eran almas gemelas.
Para siempre.

domingo, 26 de febrero de 2012

Réquiem por unos sueños rotos.

Sonrió. Era una sonrisa muy triste, cargada de soledad y pequeños matices de dolor y rabia. Todos los días lo mismo. Estaba harta.
Sacó su gastado Stradivarius, su mayor reliquia y su fiel y único compañero, y comenzó a tocar cerrando los ojos. La gente pasaba delante suyo, pero no oía el sonido de las monedas impactando contra la funda de su violín. Tampoco la importó demasiado.
Todos los días tocaba la misma canción, tan triste que se te desgarraba poco a poco el alma. Nunca aprendió a tocar ninguna otra pieza.
Sabía que esa iba a ser su última actuación. Pequeñas lágrimas florecieron de sus cansados ojos, pero no hizo nada por detenerlas. Era su manera de decir adiós a toda esa vida cargada de tristeza, soledad e impotencia. Lloró por su vida, por sus sueños sin cumplir, por su difunta familia y por su violín. No tenía ninguna otra cosa por la que llorar.

Al final del día, recogió el poco dinero que había obtenido y se dirigió al muelle de la ciudad, lugar que frecuentaba todos los días cuando acaba de actuar. Se sentó y se abrazó las rodillas mientras rompía a llorar. Su sueño había sido poder tocar en París, que el público aplaudiera, y sintiese las lágrimas correr por sus mejillas de pura felicidad. Pero aquello donde estaba era lo más distinto que podía imaginar. No quería seguir así. Simplemente, no podía.
Así que, con calma, dejó el dinero recaudado en el suelo, y posteriormente el violín después de haberlo abrazado por última vez. Miró a la ciudad, al cielo, al mar, a todo lo que pudo.
Y se tiró. Sin miedo, sin remordimientos, sin mirar atrás.
Lo único que oyó antes de que su cuerpo impactara dolorosamente contra las bravas olas del mar fue la melodía que tantas veces interpretó: Réquiem por unos sueños rotos.


Bienvenidos. :3

Bueno, como ya dije en el perfil, en el blog subiré relatos míos, reviews y cualquier cosa que vea interesante, hoyga. :3 [Los reviews irán desde libros hasta animes -3-]
Pues nada, espero que os guste, y quiero leer vuestros comentarios al respecto. e___e
Arigato~

Marta~