El pequeño Joseph salió de la cama dando un pequeño saltito y se acercó a la ventana. El sol le acariciaba cariñosamente las mejillas. Los niños jugaban, reían y se gritaban entre ellos en el parque que había delante. Joseph los envidió profundamente. Él apenas podía salir de esa habitación.
Se volvió hacia su cama y se sentó. El sonido del reloj le martilleaba los oídos, pero intento hacer el máximo caso omiso a ello. Paseó la mirada por esa habitación que prácticamente se sabía de memoria: su consola y sus juguetes en la estantería de la derecha, flores a la izquierda, su medicación en la mesilla, la televisión arriba y la ventana detrás. La puerta, situada a la derecha del todo, se abrió, dejando pasar a sus amigos Jake y Andrew acompañados de una enfermera. Compartieron una mirada de complicidad y se mantuvieron en silencio hasta que la enfermera se retiró con una sonrisa. Entonces, rompieron a reír e hicieron su saludo secreto. Rieron, y tuvieron que taparse la boca para no gritar. Joseph tosió fuertemente, y tuvo que tumbarse en la cama. Ellos se miraron y agacharon la cabeza. La enfermedad de Joseph iba a peor, y sabían que no viviría mucho más; por eso, querían que disfrutase en todo momento. Querían recordarle feliz.
Pasaron la tarde con él, pero tenían que volver a casa. Se despidieron de él y salieron silenciosamente. Joseph se tumbó y, sin darse cuenta, se quedó dormido.
Soñó que el médico le decía que podía volver a casa, y su madre y su padre le esperaban con una gran tarta de chocolate. Jake y Andrew también estaban allí. Y lloró de felicidad.
Cuando se despertó, aún tenía las mejillas mojadas a causa de las lágrimas. Se tomó el desayuno rápido y se puso a jugar con su Action Man preferido. Sus padres, cuando llegaron, le abrazaron y rompieron a llorar. Él no sabía el motivo, pero los abrazó a su vez y les prometió que todo iba a ir bien.
Pasaron poco a poco los días, hasta que una tarde, sus amigos y sus padres le fueron a visitar juntos. Le dijeron a Joseph que se iba a poner bien. Les temblaba la voz, y lloraban. Joseph lloró también, pero les prometió que todo iría bien, y que les quería mucho.
A la mañana siguiente, el brillo de sus ojos se había apagado.
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