El pequeño niño recogió rápidamente las pinturas y los dibujos que había en la mesa, se los entregó a su maestra y caminó lo más rápido que sus piernecitas le permitieron a por su abrigo. Y, sin habérselo atado correctamente, salió corriendo. A la puerta le esperaba su abuelo, un hombre de estatura media, con una alegre sonrisa en los labios y falta de pelo en la cabeza. Cuando le vio salir, se le acentuaron unas pequeñas arruguitas alrededor de los ojos debido a su sonrisa. El niño le abrazó con mucha fuerza, y anduvieron sin prisa hasta el parque. El niño le contaba que tal le había ido en el cole, que su amigo y él habían metido un gol en el recreo, que Ana (la niña que le gusta) le ha dado un beso en la mejilla, y que la seño ha dicho que su dibujo era muy bonito. En el dibujo estaban retratados su abuelo y él mismo.
Jugaron juntos, rieron y merendaron. Al pequeño niño le gustaba mucho que fuese su abuelo el que fuese a recogerle. Luego, su abuelo le contaba un cuento, le abrazaba, y sabía que nada malo podía pasarle en ese momento. Y así eran todas las tardes.
Hasta que, un día, se llevaron a su abuelito. No le pudo decir adiós, o darle un último abrazo. Tampoco pudo decirle cuanto le quería, y no tuvo oportunidad de contarle su cuento favorito. Simplemente, subió al cielo sin despedirse de él. Se había ido. Pero sabía que, por muy lejos que se encontrase, siempre le estaría viendo desde el cielo.
Nota de la autora: ¿Que qué quiero por mi cumpleaños? Subir al cielo, darle un abrazo a mi abuelo, y volver.
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