-Te quiero Trucy,
nunca lo olvides, ¿vale?
-¿Y a qué viene esto ahora?
-No lo sé, pero quiero que lo
sepas, por si alguna vez pasa algo. Y ahora agárrate, que el viaje acaba de
empezar.
BUM.
No veo nada. Oigo pasos,
respiraciones, latidos, voces hablándome. ¿Por qué no puedo contestar? Estoy
sola. Tengo miedo, mucho miedo. ¿Andy, dónde estás? ¿Por qué no estás aquí
conmigo? Las preguntas comienzan a agolparse en mi cabeza, pero no puedo darlas
una respuesta. Deseaba morirme, en ese mismo instante, hasta que vi una luz, y
me acerqué a ella.
-Buenos días, señorita
Edgeworth, veo que ha despertado por fin.
Dispuesta a darle una
respuesta, abrí la boca sin conseguir emitir sonido alguno. Lo intenté varias
veces, hasta que frustrada dejé de intentarlo.
-Es normal que no pueda
hablar. Ha estado meses en coma por culpa del accidente, es lógico que no haya
hablado.
-¿Accidente? –Logré
gesticular lentamente.
-Sí, accidente. Un accidente
de moto que sufrió con su hermano hace ya un par de meses, que la dejó en un
coma bastante profundo.
¿Accidente? ¿Cómo que
accidente? ¿Y qué le había pasado a Andy? Comencé a angustiarme de verdad.
-¿Y Andy como está? –susurré
levemente, presa de la angustia.
-Él, bueno... Lo siento mucho
Trucy, pero él murió en el accidente.
No, no era cierto. Él estaría
en otra sala, descansando, seguro. Mi mente se negaba a aceptarlo, no quería
hacerlo, dolía demasiado.
No tenía muchas fuerzas, pero
las agoté en llorar hasta que caí dormida de nuevo.
Un mes después, me
permitieron salir a que me diese el sol y el aire. Como no me podía alejar
mucho, solía acudir al parque donde me solía llevar siempre. Y lentamente rompí
a llorar. Quería que todo fuese mentira, que él aparecería de un momento a otro
y me abrazaría de esa manera tan peculiar que tenía. Pero la realidad es más
dolorosa que los meros sueños de una chica de 17 años, así que me desahogué a
base de lágrimas.
Una semana antes de Navidad
me dieron el alta en el hospital y pude regresar a casa. Mis padres organizaron
una gran comida por mi regreso, aunque yo no asistí. Irónico, ciertamente.
Cuando entré a mi habitación, me fijé en la pila de regalos que había encima de
la cama. Los ignoré todos por completo, y también las cartas de mis compañeros
pidiéndome que me muriese. Rescaté la ropa negra del armario que mi madre había
intentado ocultarme sin éxito alguno y me cambie.
Cuando estuve un poco más
cómoda, superé mis miedos y entré en su habitación. Seguía igual que siempre:
igual de desordenada, con su poster de Mago de Oz encima de la cama, los
apuntes por el escritorio... pero faltaba algo muy importante, faltaba él.
De pronto rompí a llorar,
cayendo de rodillas, ignorando el dolor que me supuso aquella acción. Oculté el
rostro entre las manos y lloré aún más fuerte. Había estado allí conmigo, y me
había abrazado. Lo había notado, era él. Y entonces hice mi decisión, y no
había vuelta atrás.
Espere hasta Nochebuena para
poner todo en marcha. Me vestí con un vestido negro que parecía ser sacado del
siglo XIX, unos zapatos de tacón y me recogí el pelo. Quería despedirme de mis
padres, pero esa noche no estaban. Lloré suavemente al intentar hacerme a la
idea de que no les podría ver nunca más, ni les podría decir adiós al menos,
así que como aún tenía tiempo, les escribí una carta de despedida.
Después, subí a mi
habitación, cogí un paquete del primer cajón de mi escritorio y algo de dinero.
Llamé a un taxi que me llevó hasta el cementerio donde descansaba mi hermano, y
cuando ya se hubo alejado bastante, entré en él.
Algo dentro me guiaba hasta
la tumba de mi hermano, y nada más verla me eché a llorar de nuevo. Luego,
cuando me calmé, dejé el regalo cerca de la lápida y me tumbé mientras sonreía
tristemente. Luego, lentamente, cogí la cuchilla que había traído de casa y me
hice sendos cortes en las muñecas. Me aguanté las ganas de gritar y me tumbé a
esperar a la Muerte, aquella que me llevaría hasta mi hermano.
Antes de perder el
conocimiento, miré el reloj. Era medianoche.
Y suavemente susurré:
-Feliz Navidad Andy, te quiero.
* Queridos papá y mamá,
Seguramente para cuando
estéis leyendo esto me habréis estado buscando por toda la casa, o tal vez no.
De todos modos, no lo hagáis, no me encontraréis. Quiero que sepáis que os
quiero mucho, y que os echaré de menos, pero tengo que ir a encontrarme con
Andy. Lo siento de verdad.
Me habría gustado poder
deciros adiós en persona, no con una carta, pero las circunstancias han tenido
que ser así. Espero poder veros de nuevo algún día. Os queremos, Andy y yo.
Besos, y hasta siempre.
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