miércoles, 27 de junio de 2012

Un petit requiem.

La joven cogió el violín y se lo colocó sobre el hombro. Cerró los ojos y comenzó a tocar. Imaginó que estaba en un auditorio lleno de gente. La miraban expectantes, esperaban lo mejor de ella. Lo tendrían, pensó orgullosa. Tocaba un réquiem, su réquiem. Las dulces notas hacían bailar su pequeño cuerpo. Una bailarina bailaba, se contorneaba, sobresalía. El arco se movía con vida propia, consiguiendo alcanzar las notas que componían ese pequeño extracto de música. El réquiem pedía ser acabado, era algo que ella no podía controlar. El arco se paró, obedeciendo sin rechistar la orden muda. La bailarina dejó de bailar, y miró al frente modestamente, había dado lo mejor de sí. El público aplaudió eufórico.
Abrió los ojos. Sabía que el réquiem había subido al cielo, hasta encontrarse con los viejos oídos de su compositor. La estaba aplaudiendo.
Sonrió.

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