martes, 28 de mayo de 2013

Querida Melody,

sé que esta carta te sorprenderá. Si te soy sincero, a mí me sorprendió también, incluso me asustó. Es decir, de pronto me susurraron "estás muerto"; y yo me reí. De verdad. Parece mentira, pero alivia mucho saber cual es tu destino. Ah.
También me dijeron que podía escribirte una última carta *. Es curioso, porque me muero por decirte millones de cosas, pero ahora que tengo la última oportunidad, no sé que decir. ¿Te acuerdas de como nos conocimos? Fue en el instituto, en octavo; nos pusieron juntos en aquel proyecto de historia. Eras realmente trabajadora, mientras yo hablaba y hablaba. Recuerdo que te gustaba mucho la Segunda Guerra Mundial, las fresas con nata y la música country. Para los ojos de otra persona, Mel, eras alguien del montón. Pero para mí, eras alguien realmente curioso, aunque no me creas. Tal vez por eso me enamoré de ti, porque eras un rete para mi mente; anhelaba entenderte. Te invité a aquel estúpido baile, y para mi sorpresa, aceptaste. Recuerdo muchas margaritas en tu pelo, y un delicado vestido blanco. Eras tan adorable que se me encogía el corazón cada vez que te miraba. Reías, te sonrojabas y me evitabas la mirada. ¿Y sabes? Eso me hacía soñar por las noches y por el día. Tu sonrisa me tenía embelesado. He pasado años enamorado de ti, y me confieso estando muerto. Vaya suerte la mía, ¿eh?
Recuerdo dolorosamente bien como morí. El metro estaba lleno aquel día, y mi única atención reposaba en el móvil. Me aproximé demasiado al andén. Un empujón aquí, un empujón allá y... caput.
Melody, Melody, Melody. Tu nombre suena musical, hasta estando muerto. Todo esto suena a acosador, ¿no es así? Pero me hiciste experimentar tantas cosas, Mel, tantas... Tardaría vidas en devolvértelo todo.
Terminaré ya mi carta. No me olvides, Melody, por favor. Te estaré esperando hasta que vengas conmigo una vez más. Por último, gracias por conocerme.
Siempre tuyo,
Joseph


* Referente al anime Letters From The Departed

lunes, 27 de mayo de 2013

Poder divino.

«[...] Es curioso como puede cambiar la gente, ¿no crees? De pequeños somos realmente inocentes en ingenuos, no nos preocupamos por nada en la vida; pensamos que podemos comernos el mundo, y, al final, es el mundo quien nos come a nosotros. Y así es como excusamos las putadas de la vida, ¿no? "Es un mal día" y te ríes mientras fumas otra calada del cigarrillo. Pero en el fondo te duele, te rompe por dentro, te hace plantearte tu existencia. Todos nos hemos parado a pensar los pros y los contras de morir. Es curioso, pero suelen abundar los pros; claro que la gente le teme a la muerte, por eso siempre se fijan únicamente en los contras. Y no sé, creo que eso es lo correcto, ¿no? Somos humanos, y estamos condenados a temer. 
No entiendo como he llegado a este punto, pero tengo claro que no hay vuelta atrás. Cargo demasiados pecados en mi interior, así que debo morir para obtener el pecado divino. No sé quien leerá esto, pero no pienses que estoy loco. He visto a Dios, he hablado con él y me obligó a hacer cosas malas. Me hizo pecar. Pero ahora quiere perdonarme, sí, porque cumplí su voluntad, porque soy su hijo pródigo. Me espera con los brazos abiertos. 
Estúpidos mortales, Dios está enfadado, y descargará su furia sobre vosotros. Corrompidos por la lujuria, el poder y el miedo. Sois tan patéticos a sus ojos... Tan solo esperad al Juicio Final, oh hermanos míos, y veréis cuan insignificantes sois para Dios. [...]»

Fragmento de nota de suicidio hallado 
junto al cadáver de Christian Foster. 

domingo, 26 de mayo de 2013

Gracias, Josh.

Dicen que el sol emerge entre las nubes después de la tormenta. Pero, ¿y si no es así? ¿Qué debes hacer? ¿Acostumbrarte a la luz de los rayos? ¿Aceptar que no habrá luz? Tal vez yo me resigné, tal vez yo no quería eso para mí misma, tal vez decidí dejar de luchar. En el fondo, ¿quien sabe?
Recuerdo que aquel llovía. Paseé por aquel puente, observando en silencio la altura que lo separaba del mar. Era terriblemente alto, mi cuerpo no sobreviviría a aquella caída. Sonreír.
No sé a que esperaba para saltar. Es decir, nadie en su sano juicio desearía adelantar su muerte; es más, intentarían huir de ella. No sé, tal vez yo estuviese loca. ¿Por qué no?
Me acerqué a la valla, miré el puente por última vez y distinguí una silueta. ¿Otra alma rota que quería ser feliz? Suspiré y no le di importancia. Sin embargo, una voz en mi cabeza me susurró "Sálvalo, Annie". Y la verdad es que... ¿por qué no? Corrí cuando vi que se disponía a saltar y grité, llamando así su atención. Me miró sorprendido. Jadeé y le pedí que no lo hiciese, que no saltase. Me miró y rió. Tenía una risa rota, una risa que hacía que la alegría no subiese hasta sus ojos.

-No lo hagas, de verdad -susurré.
-No tengo nada por lo que luchar -me respondió él.
-Mira, déjame invitarte a un café, ¿vale? Cuéntame tu historia e intentaré ayudarte. Por favor.
-No puedes ayudarme -rió triste-, estoy demasiado roto.
Rompí a llorar.
-Maldita sea, estoy a punto de suicidarme, y en vez de ello, estoy hablando aquí contigo. Joder. JODER. ¿Sabes por las putadas que he pasado yo? ¿Sabes de toda la mierda de la que estoy intentando huir? Abusos por parte de mi padre, acoso escolar, autolesión y anorexia, entre otras cosas. He estado tantas veces ingresada en el jodido hospital que ya hasta conocen mi nombre. ¿Y tú dices que estás roto? ¡SÁLVAME LA PUTA VIDA! -Se me quebró la voz y caí al suelo, haciéndome daño en las rodillas. Cerré los ojos con fuerza.
Unos brazos me abrazaron fuertemente, miré a aquel chico, que me sonreía entre lágrimas.

-Soy Josh. Me gusta el descafeinado. Y por favor, no llores, se me parte el corazón.
Reí.
-Annie al habla.

Y no nos hundimos más en este pozo, no. Fuimos saliendo juntos, poco a poco. Gracias, Josh, por dejarme que te invitara a un café, por salvarnos la vida a ambos.

Oh, Diosa de la Discordia.

El hombre se envolvió en la negra túnica y observó con desprecio todos aquellos salvajes rostros. No vivirían mucho, idea que le hizo sonreír con ganas. Sucia escoria, no sabían el gran honor que iban a tener. Estúpidos mortales, solo pensando en sí mismos, dejando de lado a los dioses.
Los hombres bebían y gritaban, mientras las mujeres les servían más bebidas y bailaban. Todo el pueblo se hallaba en la plaza aquel día. Sus largas barbas y fuertes cuerpos les acusaban de ser bárbaros. El hombre miró al cielo, rió, y chasqueó los dedos. La tierra comenzó a temblar, y poco a poco los trotes de miles de caballos fueron audibles. Un enorme pueblo nórdico atacó a aquella comitiva. Era un ataque sorpresa, y no tuvieron oportunidad de defenderse. El hombre observó la masacre sin dejar de aplaudir. Cuando todos los allí presentes estaban muertos, el pueblo nórdico se fue, triunfante. El hombre paseó por aquel lugar. Olía a sangre, a miedo y a muerto. Pateó aquellos sucios cadáveres y miró de nuevo al cielo.
-Espero que lo haya disfrutado; oh Diosa de la Discordia.
En el viento, un pequeño aplauso le llevó la respuesta. Sonrió.

sábado, 18 de mayo de 2013

Gracias.

Me apoyé en la barandilla. Eran mis últimos minutos allí y no sabía como aprovecharlos. Miré el cielo. Las nubes amenazaban tormenta y el viento corría con fuerza, apremiándome en lo que iba a hacer allí. Tal vez debería hacer un flashback sobre mi vida. Comenzaría con una imagen de mi infancia, cuando aprendí a montar en bici con mi padre. O tal vez, la tarta que me hicieron mamá y la abuela en mi quinto cumpleaños. Quizás deba avanzar hasta mi  adolescencia. Sí, bendita adolescencia. Recuerdo aquel estúpido baile del instituto, y como me enfurruñé y me negué a ir, arrepintiéndome al final. Y todos los suspensos que fui recogiendo. Oh, y aquella raquítica profesora de ciencias. Y ahora, con los diecinueve recién cumplidos, he decidido acabar aquí mi vida. Sigo sin comprender realmente como acabé con depresión, como acabé dejando de verle sentido a mi vida, como terminé haciéndome daño mediante diferentes autolesiones. Tal vez soy un alma rota, o alguien castigado por la vida sin razón. Quien sabe.
Ha comenzado a llover, y creo que me he puesto a llorar. Maldita sea, ni siquiera he dejado una nota de despedida, o he dicho adiós a lo poco que me importa. No entiendo como me voy a ir de esta vida sin haber realizado esas tontas listas que hace la gente, o sin casarme, o que sé yo, hay tantas cosas que no pude ni voy a poder disfrutar...
Ojalá supieses que he cambiado. Recuerdo como me gritaste, me dijiste que ya no era la misma y te marchaste dando un portazo. Y desapareciste de mi vida totalmente. Creo que eso comenzó mi depresión. Siempre fui una tonta enamoradiza, ¿no? Creo que estuve noches enteras sin dormir, realmente preocupada, esperando que volvieses, o que me llamases. Pero no lo hiciste. Creo que no me dolió el hecho de que te fueses, o de que me dejases sola; creo que lo que más me dolió fue confiar en ti, pensar que cumplirías tus promesas. Vaya.
Ya estoy empapada. Creo que ya es hora de decir adiós a todo. Necesito gritar tu nombre una última vez. Y quien sabe, tal vez un milagro ocurra, y seas tú quien me salve de mí misma. Es irónico, pero estoy confiando en ti por una última vez. Hasta siempre.
Me aproximé a la barandilla y me preparé para saltar. El mar estaba revuelto, y había mucha altura. No sobreviviría. Bien.
Grité con fuerza tu nombre, y cuando dejé de notar la barandilla detrás de mi espalda, recibiendo el viento en la cara, la lluvia en todo el cuerpo, una mano me sujetó del brazo mientras gritaba mi nombre. Eras tú, sí. Habías venido para salvarme una última vez.
Gracias.

jueves, 16 de mayo de 2013

I forgive you.

La sala del juicio se encontraba llena aquel día. La gente murmuraba; se movía en su asiento, inquieta, expectantes. Un juicio de violencia doméstica se iba a tratar hoy, y el acusado era un hombre muy respetable en aquella ciudad. Las puertas se abrieron de golpe, creando un silencio sepulcral allí. El niño llevaba su mejor traje, pese a que dejaba a la vista los cardenales y moratones que empequeñecían su cuerpo. La gente lo observó en silencio, deteniéndose en aquellas marcas con tan mal estado, tapándose la boca con horror. Su madre le cogía fuertemente de la mano, infundiéndole todos los ánimos que podía.
El juez, los abogados y el fiscal ya se encontraban allí, puntuales. Y aquel desgraciado que le había robado la sonrisa hace tanto tiempo lloraba ahora. El niño se negó a dedicarle siquiera una mirada.
El niño subió al estrado, se aclaró la garganta y comenzó su historia.
-Volver cada día del colegio daba comienzo a aquel infierno. Mamá abría la puerta y me miraba apenada, y yo ni siquiera la miraba a los ojos, prácticamente corría a mi habitación y me escondía hasta que oía las llaves de casa. Siempre comenzaba a temblar en este punto. Mi padre -en la sala resonó aquel deje irónico- bramaba que se moría de hambre, que se mataba a trabajar para que en su casa nada estuviese hecho, que no había tenido suerte en la vida al casarse con esa inútil; y entonces yo sabía que era el momento en el que tenía que ir al comedor y comer en silencio. Siempre me miraba con el ceño fruncido, como si lo hubiese decepcionado, como si no hiciese lo que debía hacer correctamente. Y mi deber era callar y comer sin mirarle. Cuando me preguntaba por el colegio, respondía un escueto "bien", y entonces comenzaba a gritarme. "¡LO ÚNICO QUE TIENES QUE HACER ES ESTUDIAR Y NO HACES NI ESO! ¡ERES UN NIÑO INÚTIL! ¡ERES LA VERGÜENZA DE ESTA FAMILIA, YO TRABAJANDO MUY DURO PARA DARTE UN FUTURO Y ASÍ ME LO RECOMPENSAS TÚ! ¡JODIDO INÚTIL!" y entonces, me cogía del brazo con dureza y me llevaba al baño. Allí me marcaba su mano una y otra vez en la cara, quejándose una y otra vez de lo que en verdad, era su vida. Llorar no servía de nada. Los días en los que se emborrachaba, no solía ir al colegio al día siguiente; tal vez me llegó a romper algún hueso en algún momento de borrachera, realmente deseo no recordarlo. Me esforzaba por ser el hijo que deseaba, pero nunca era suficiente. Hasta que mamá decidió denunciar. Tenía miedo de que pegase también a mamá, por eso estoy aquí hoy. Señoría, aquel hombre sentado, es culpable."
El niño bajó del estrado y abrazó a su madre mientras rompía a llorar. Había hecho lo correcto.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Tienes una cara hermosa.

[Relato inspirado de lo siguiente: http://www.tumblr.com/reblog/50362835001/b9gz9jTY ]

El fotógrafo reordenó todas las fotos reveladas que poseía en aquel enorme ático; fotos caseras que realizaba cada día a gente corriente, gente hermosa y fea, alta y delgada, rubia o morena; a gente imperfecta, en definitiva, a gente real. Observaba aquellos sonrientes rostros que lo saludaban cada mañana, recordándole lo que tenía que hacer un día más. Sonrió.
Cogió su equipo fotográfico y recorrió sonriente las calles parisinas aquel sábado. Era un día soleado, y eso le ponía de muy buen humor. La gente lo observaba con extrañeza, como si fuese un extraterrestre, como si no supiese que la felicidad en la Tierra era prácticamente imposible. Y, por extraño que parezca, se equivocaban. Él era feliz, sí. Lo había sido desde un crío, tal vez desde que abrió los ojos por primera vez. Y pensaba compartir su felicidad con el mundo.
Se situó en un parque cercano a la bella Torre Eiffel, lugar donde la gente solía tomar fotos a la estatua. Pues bien, él les fotografiaría a ellos.
La primera mujer que pasó tenía una elevada edad y unas arruguitas que la enmarcaban las cejas. El fotógrafo la paró y habló un rato con ella, preparando la cámara. En un momento murmuró "tienes una cara hermosa", y fotografió aquel instante de felicidad que afloró en el rostro de la mujer. Era una sonrisa sencilla, natural. Era ella misma, de algún modo u otro. Sí, había reflejado toda su alma en su rostro. El fotógrafo sonrió y se lo agradeció a aquella mujer, que se fue sonriendo y parcialmente sonrojada.
La siguiente persona fue un hombre de mediana edad castigado por la vida. Usaba unas enormes gafas que no pasaban desapercibidas, mientras unas greñas asomaban por detrás de sus orejas. El fotógrafo realizó la misma acción que con la anterior mujer. El hombre sonrió realmente feliz. Y eso era lo que él buscaba. Felicidad ajena.
Nunca permanecía en el mismo sitio durante mucho tiempo, siempre buscaba rostros y felicidades nuevas. No importaba el sexo, color o edad de la persona. Solo debían mostrar felicidad. Algunos paseantes se sorprendían, y otros reían. Pero el fotógrafo era feliz así, observando aquellos sonrientes rostros.
Cuando finalmente se sintió realizado consigo mismo, recogió el trípode y la cámara y partió camino a casa. Hoy volvía a tener la cámara llena de aquellos rostros que le hacían querer levantarse de la cama cada día. Eran gente anónima que, de algún modo, eran importantes dentro de su galería personal. Tan rápido como llegase a casa revelaría él mismo las fotos. Y mañana tal vez se tomase un descanso, sí.

martes, 14 de mayo de 2013

April.

«¿Sabes? En el fondo ella se sentía sola. Se sentaba cada día en la misma mesa, pedía aquel ridículo café humeante y fumaba tres o cuatro cigarrillos sin apenas probar el sabor de su pedido. Luego, cogía el periódico diario, y entre calada y calada, posaba sus ojos en las esquelas, tal vez imaginando que ahí estaba su nombre.El café se enfriaba, pero ella, impasible, no despegaba la mirada de aquellas diminutas letras. Jamás sonreía, pero tampoco poseía un semblante triste. Era extraño.
La camarera conocía las horas de llegada y de partida de aquella particular cliente, por eso siempre depositaba una tacita de café en el mismo sitio. No importaba si se llegaba a quedar frío, ella nunca se lo tomaría. Siempre llevaba aquella chaqueta rosa y los vaqueros desgastados. Era fácil reconocerla. Su morena cabellera la delataría a kilómetros.
No hablaba con nadie. Más de un cliente había intentado acercarse a ella, intentar conocerla, comprenderla; pero tan rápido como se acercaban, ella levantaba la mirada y los observaba en aquel silencio tan suyo que todos desistían en su tarea. Pero ella seguía sintiéndose sola. Tal vez nadie había tenido el valor de sobrepasar las murallas de su alma, acceder a lo más íntimo y profundo de ella. Y yo la comprendía, de algún modo u otro. Así que un día me armé de valor y decidí sentarme con ella. Me observó, y al ver que yo rehusaba a dejarla, continuó con su tarea matinal. Comencé a hablar. Ni siquiera recuerdo el qué, tal vez el estúpido tráfico que atestaba Nueva York o que no sabía como llamar a un canario, en caso de que me regalasen uno. Juraría que en ningún momento me prestó atención. Finalmente, y como cada día, dejó su café sin probar y se marchó en silencio.
Al día siguiente intenté probarlo, sin éxito de nuevo. Pero no me rendí. No aún. Seguí hablando con ella cada día, hasta que un día me respondió. Únicamente pregunté cual era su nombre, y una suave y melodiosa voz me respondió "April". Y no volvió a abrir los labios en los siguientes días. Pero no me importó. Poco a poco conseguí que me fuese prestando atención, incluso un día comenzó a tomarse su consumición. No necesitaba que me hablase. Sabía que me escuchaba atentamente, por eso la contaba cosas triviales, cosas sobre mi vida o sobre mi pasado.
Un día sonrió. Y no volví a verla más.
¿Cumpliste finalmente tu deseo? Sé que no querías morir. Solo querías alguien que te comprendiese. Solo querías que alguien te salvase. Tal vez llegué demasiado tarde. Sí. Seguramente lo hiciese.
A cambio, seguiré buscando tu nombre en las esquelas, April. Hasta que finalmente sepa si cumpliste tu deseo o no. De cualquier modo, no me olvides. Porque, pase lo que pase, seguiré buscándote.»

sábado, 4 de mayo de 2013

One night and one more time.

Me senté en el sofá con esa vieja taza llenada con leche y cacao y encendí la televisión. Emitían un estúpido programa de preguntas, donde un sonriente presentador era el testigo de como todos aquellos necios perdían todo el dinero. No presté demasiada atención a la televisión, centrada en aquella taza cuyo contenido seguía ardiendo. Me lo acerqué a los labios y dejé que el líquido me quemase el esófago. Era, de un modo u otro, un dolor agradable. Era una sensación extraña. Un dolor que te decía "oh, mírame, aún estás viva, aún me sientes." Algo así. Creo.
Deposité la taza en aquella tonta mesita que poseía a un lado del sofá. Tal vez yo debería haberme esforzado un poco más. Tal vez debería haber sido más lista. Tal vez debería haberme puesto más guapa. Tal vez así no te hubieses ido. Pero quien sabe, ya es tarde para pedir disculpas, ¿no es así?
Me bajé los pantalones a la altura de las rodillas, dejando a la vista las innumerables cicatrices que poseía en las piernas. Las tracé con el dedo. Marcas de guerra. Me quité el collar que siempre llevaba conmigo. Mi primera cuchilla. Tal vez hoy era el día indicado para recordar un pasado que siempre me estuvo persiguiendo. Al menos, era una buena noche para hacerme daño por todo lo que hice, con una cojonuda banda sonora protagonizada por un presentador marica. Sí. Perfecto.
Apoyé la cuchilla contra mi piel, intentando controlar mis propios temblores. Y mutilé mi piel. Una y otra vez. No seguía ningún patrón, cualquier forma para hacerme daño era buena. Escocía horrores. La sangre formaba pequeñas manchitas que no tardaron mucho en recorrer mis piernas. Se me llenaron los ojos de lágrimas. No quiero ser cobarde. No quiero ser débil. Entonces, ¿por qué estoy llorando? Me sequé las lágrimas con las manos, aunque no tardaron mucho en regresar. Desistí en intentar demostrarme que no era siquiera capaz de contener las lágrimas. Pronto mis piernas eran una curiosa mezcla de sangre y lágrimas. A cada corte que me realizaba, más ganas tenía de causarme más dolor.
No sé cuanto tiempo estuve llorando y cortándome, pero llegó un momento en el que me sentí completamente vacía. No quedaban más lágrimas ni más dolor para aliviar la depresión que sentía dentro de mí misma. Pero no importa. He sobrevivido una vez y una noche más.

viernes, 3 de mayo de 2013

Réquiem for love.





La pareja de ancianos entraron en silencio en Campo Santo. La verja chirrió, dado su poco uso, produciendo un sonido espeluznantemente agudo. La volvieron a cerrar con cuidado. Comenzaron a andar entre todas aquellas tumbas. Había algunas esbeltas y hermosas, llenas de flores y recuerdos; otras, apenas tenían un triste cartel como recuerdo de la persona que una vez vivió. El anciano las observaba en silencio, pensando que todos aquellos desconocidos podrían haber sido sus compañeros de la escuela, sus vecinos, su peor enemigo o incluso su padre. Sin embargo, eran meros desconocidos. La anciana que lo acompañaba observó el enorme ramo que portaban, y decidió depositar una flor en cada tumba que no tuviese más que una triste capa de tierra recubriendo los recuerdos de una persona. Así ellos también serían recordados, aunque fuese por gente que nunca les conoció.
La expresión del señor fue cambiando cuanto más se adentraban, dato que su esposa no paso por alto. Lo cogió suavemente de la mano y continuaron andando. Aquel era un día triste para ambos. Llegaron a una pequeña tumba que poseía un jarrón con flores sin apenas vida. La anciana introdujo el ramo en el jarrón y lo depositó de nuevo en su sitio. Después, se posicionó cerca de su marido. Estuvieron allí, observando aquella pequeña tumba, durante largo rato. No se movían, no hablaban, no reaccionaban, no hacían nada. Simplemente, estaban allí de pie, como ángeles de la guarda. Ambos pensaban en todo el futuro que habían perdido con aquella muerte. Pensaban en todo lo que podían haber hecho, siendo cruelmente barrido por el destino. Pensaban en todo lo que se les había sido arrebatado sin razón ninguna.
La mujer observaba el semblante de su marido, y cuando observó cuanta tristeza reflejaban sus ojos, decidió que era la hora de volver a casa. Le tomó suavemente de la mano, y una vez más, caminaron juntos por aquel camino.
Tal vez la vida les hubiese arrebatado a su hijo. Pero jamás les podría arrebatar los sentimientos de amor que le tenían guardados desde hace más de cincuenta años.
Reabrieron la vieja verja y se dispusieron a dejar atrás aquel cementerio. El año que viene volverían.
Los cipreses fueron los únicos testigos de una mano siendo infantilmente agitada observando como aquella pareja tan anciana partían.


Héroes.

Simón no podía creerse las noticias que le transmitían por teléfono. Su cerebro se negaba a aceptar tales cosas. Su padre no podía haber muerto. No podía. NO PODÍA HABERLO HECHO. La ansiedad se le estaba comiendo vivo y nadie iba a salvarlo. Cayó al suelo, dañándose así las rodillas. Ignoró el dolor que rápidamente tuvo cuna en ellas. Ningún dolor físico podría compararse jamás al dolor que sentía en su interior. Todavía oía en su cabeza como su alma se partía en pequeños fragmentos, como su mundo se destrozaba de golpe. Se abrazó las rodillas, intentando amortiguar así esos pensamientos. No lo consiguió. Gritó. Los héroes no existían, no para él. ¿Acaso su trabajo no era ayudar a la gente con problemas? ¿Por qué no le ayudaban entonces? ¿Qué había hecho mal? Haría lo que fuese para cambiar. Sería un mejor hijo, estudiaría más, ayudaría más en casa, lo que fuese, pero quería que su padre volviese.
Comenzó a sentirse tan solo que hasta dolía. Era una sensación horrible, de ver como debes mantener los ojos abiertos mientras te arrebatan todo cuanto te importa. Necesitaba que alguien lo salvase de sí mismo. Deseaba que alguien lo hiciese.
Y el milagro ocurrió. Alguien lo abrazó. Su hermano. La noticia era errónea, su padre estaba sano. Y estaba mejorando considerablemente. Simón comenzó a llorar en el hombro de su hermano. Su padre no estaba muerto. Y él no estaba solo. Y bueno, los héroes sí que existían, al menos para él; porque, sin saberlo, había creído en ellos.