miércoles, 17 de diciembre de 2014

¿Vivir o existir?

Nota de la autora: quizás algún día borre esto xDDDD pero bueh, es una redacción que tuvimos que hacer para lengua y pf pues ya que está hecho... lo taggeo como carta pero la verdad no sé que ponerlo


Pese a poder asemejarse en sentido e incluso quedar una implícita dentro de la otra, para mí la diferencia es grande. Quizás vivir signifique tener sueños y objetivos, quizás sea sobreponerse a la autodestrucción a la que nos sometemos cada día o quizás sea mucho más que despertarse y acostarse sintiéndonos igual de vacíos y rotos. A su vez, existir se asemeja a un jarrón roto. Estamos divividos en fragmentos, porque tras tanto intentar pisar nuestras propias flores, hemos acabado rompiéndonos; así que, cuanto más intentamos arreglarnos, más nos cortamos las manos. Existir, quizás, sea eso: respirar solo porque es la única manera de seguir vivo o dejar de tomar las pastillas para dormir porque piensas que es perder el tiempo, ya que desearías no despertar de nuevo. A lo mejor los artistas solo existen; quien sabe si Neruda vivía cuando escribió los versos más tristes aquella noche. Sí, seguramente existir signifique emborracharnos el alma para no sentir nada mientras que, vagamente, queremos aparentar que estamos vivos. Si tuviese que identificarme con uno, sería imposible. A veces me siento viva, a veces solo existo; a veces mi alma y yo nos vamos de copas juntas (o escribimos versos rotos, que viene a ser lo mismo), o me encuentro a mí misma soñando despierta. No tengo un punto medio, así como vivir y existir. Son almas gemelas condenadas al fracaso.
las estrellas hoy
notan tu ausencia y
buscan tu rostro


haiku nº 17
"do you remember when we were young?"

jueves, 13 de noviembre de 2014

y es que quizás
nunca fuimos felices
como pensamos 


haiku nº 16
"it's never too late, we have the rest of our lives"

viernes, 7 de noviembre de 2014

la lluvia cae
y, despacio, junto a
ella, nosotros

haiku nº 15
"beautiful rain"

miércoles, 15 de octubre de 2014

sábado, 4 de octubre de 2014

Don't cry, I know you are trying your hardest.

Me desperté al notar tus piernas rodeando las mías, y tras frotarme los ojos con las manos, comencé a contextualizarlo todo. Eran las cuatro de la mañana, la noche anterior habíamos hecho salvajemente el amor y habíamos cenado comida china. Me zafé de tu enredo y, como mejor pude, llegué hasta la mesa de la cocina; estiré el brazo para llegar a coger la cajetilla del tabaco y me acerqué a la ventana para fumar. Mientras me encendía el cigarro, posé los ojos en el cielo; las nubes se negaban a dejarme ver las estrellas, así que entrelazando monotonía y recuerdos, pensé en cuando nos conocimos. Me dijiste que cuando el primer copo de nieve cayese, te marcharías de mi vida para no regresar de nuevo, condición que me hizo reír ya que en esta ciudad raramente solía nevar. Sin embargo, te encogiste de hombros y no cambiaste de parecer, así que no tuve más remedio que aceptar. El cigarro se consumió del todo, así que tiré la colilla por la ventana y la cerré, echando las cortinas. Me alejé hasta llegar a la puerta, aunque cambié de idea y me senté en una silla de la mesa. Apoyé la cabeza encima de la tabla de madera y me permití seguir pensando en ti, en nosotros. Para que negarlo, estaba tan enamorado de ti que no me importaría que me matases con tus propias manos solo para saber que lo último que veo fuese tu rostro una última vez. Estaba a punto de quedarme dormido cuando apareciste por la puerta. Tenías el pelo revuelto e ibas en bragas. Sonreí ante semejante imagen, y rascándote la nuca, te acercaste a mí y me besaste la frente antes de acercarte a la ventana. Retiraste las cortinas y te quedaste observando el cielo, y entonces sonreíste de manera tan triste que me dieron ganas de pedirte que no lloraras, aunque ni siquiera lo estuvieses haciendo. Formulaste algo con los labios, nieve. Me acerqué incrédulo a la ventana, haciendo caer la silla en el proceso, y se me cayó el mundo a los pies cuando vi los copos blancos depositándose suavemente sobre el suelo. Me miraste con lástima y, tomándome de la mano, quisiste llevarme de vuelta a nuestra habitación. Me senté en la cama, y observando con cuanta facilidad eras capaz de hacer las maletas, me pregunté si yo encontraría dificultad alguna para recoger los restos de un alma rota.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Sentir el peso.

Para Barbitas, una vez más, por darme un tema para escribir.


Dicen que los recuerdos son lo único que no cambian cuando el resto de cosas si lo hacen. Hoy comienza el otoño; las hojas, suicidas, se lanzan al vacío desde las copas de los árboles, tal vez ebrias de la vida. Un niño, sin embargo, decide salvar a una de ellas de estrellarse contra el suelo. Ojalá me hubiesen salvado a mi también. Yo antes solía rezarle a Dios o a lo que quiera que haya encima nuestro, pero una vez me había dado la espalda, ¿por qué seguir rogándole a ese cabrón?
Regreso a mi casa y la tele está encendida. Me acerco y la miro, un programa de dibujos animados. Me río ante la absurda idea de lo que esto representa. ¿Qué niño iba a ver la tele si el único que debía hacerlo desapareció hace años? Apago la tele y voy a la cocina; me abro una lata de cerveza y me siento en una silla. Las facturas se arrinconan en un lado de la mesa, aunque no las presto atención. El banco pretende quitarme la casa y sinceramente no puedo importarme menos. La cerveza se acaba y abro otra lata. Reparo en el cenicero lleno de cigarrillos, así que me encojo y me enciendo uno. Una vez se ha consumido entero, vuelvo a prestarle atención a la cerveza. Entre trago y trago, me permito pensar en ti. ¿Qué estarás haciendo ahora? Creo que volviste a casarte, y, para ser honesto, me habría encantado haber asistido a tu boda. La verdad es que me gustaría preguntártelo, el hecho de por qué fui la única persona a la que te negaste ver, pero la única forma que tengo de escuchar tu voz es -o era- mediante el contestador automático, aunque ahora ha sido sustituido por una fría voz que me informa de que el número al que llamo no existe. Sonrío un poco cuando noto las lágrimas aventurándose por mis mejillas, aunque no me molesto en retirarlas. Llegados a este punto, mi mente me redirecciona a él; jugando en los columpios, su primer día de colegio, el día de su cumpleaños, curándole aquella herida de la rodilla que le hizo cicatriz, su cara al ver el mar... Ojalá nunca se hubiese ido, ojalá fuésemos la familia que queríamos formar hace tanto.
Dicen que los recuerdos son lo único que se mantienen inalterables cuando el resto de cosas cambian de manera constante; y, mientras me enciendo el último cigarro de la cajetilla, me doy cuenta de que no se equivocan al afirmar tal cosa.

domingo, 14 de septiembre de 2014

nunca pensé que
tu alma pudiese ser
así de fuerte


haiku nº 13
"ojalá se pareciese a la mía"

domingo, 24 de agosto de 2014

Heartsick.

Si tuviese que describirte con una palabra, sería agua. La mañana en la que abrí los ojos y te vi dormido, con tu torso desnudo semioculto por las sábanas y el pelo desordenado, sentís ganas de llorar. Me giré para poder abrazarte con fuerza, albergando la vaga esperanza de que así podría retenerte a mi lado; abriste los ojos y, mezclando una suave risa con bostezos, murmuraste que la que nunca podría escapar sería yo. Sin embargo, una mañana abrí los ojos y no estabas entre mis sábanas. Me habías abierto una jaula que mantuve cerrada tanto como pude.
Siempre has sido agua; porque pese a poder sentirte o verte, nunca he podido sostenerte o atraparte entre mis manos, siempre escapando de mí. Somos almas gemelas condenadas al fracaso.

viernes, 8 de agosto de 2014

Inexistencia.

Una vez más, es invierno de ausencias. ¿Sabes? Aún recuerdo el día en el que te conté la tonta fórmula de escribir el nombre de la persona a la que extrañas en un papel y quemarlo. Tú te reíste y me dijiste que esas cosas no funcionan, que son tonterías que la gente inventa para poder sentirse un poco mejor con ellos mismos. Me sentí tan ridícula y tonta que no volví a pensar en ello hasta ahora. Bueno, a decir verdad, no he vuelto a pensar en ti hasta ahora. Sé que ahora te estarás riendo de mí desde donde quiera que estés, pero he escrito tu nombre una y mil veces en un folio y lo he prendido fuego. Tenías razón, es una tontería que no funciona, tu ausencia aún duele.
Una vez más, es invierno de vacíos. Un invierno donde intento existir de la mejor forma que puedo, donde lo único que permanece son las represalias de todo lo que algún día pasado hice mal.

Silencio.

Hoy las cosas han cambiado. He dejado de oír tu voz menospreciándome o el sonido de las puertas cerrándose; ya no escucho los llantos en el baño o los vasos rompiéndose en la cocina. Ignoro tu tono de voz alzándose a medida de que te percatas de que no eres capaz de romperme. Ya no me interesa tu voz gritando mi nombre mientras cojo las maletas y cierro la puerta. Ahora rechazo tus llamadas y borro tus mensajes. Hoy he prescindido de ti.
A partir de hoy, he dejado de oírte a ti y he comenzado a verme a mí misma.

miércoles, 30 de julio de 2014

versos rotos y
 cartas sin remitentes
para nosotros


haiku nº 12
"cartas vacías de emociones"

domingo, 6 de julio de 2014

tus ojos brillan
te tiemblan las manos, 
no vuelvas a irte


haiku nº 11
"las sábanas gemían tu nombre"

martes, 17 de junio de 2014

Un domingo más.

Me levanto mirando el despertador, que marca las 10:15. Me acerco a la ventana, hace un buen día y eso me pone de buen humor, algo que no iba a desperdiciar. Hoy es domingo, un día especia; así que mientras abro las puertas del armario, voy organizando en mi mente una lista de mis mejores trajes, preparado para elegir el que encabezara la lista. Cuando acabo de ponerme la cortaba, me miro en el espejo sonriente y bajo a desayunar; un café con leche, un zumo de naranja y un par de tostadas son lo único que tomo hoy, cuando acabo deposito todo los utensilios en el fregadero.
Salgo de casa y me pregunto si debería coger el coche. Me detengo en el umbral de la puerta y decido ir andando, aunque es la decisión que elijo siempre. La ciudad no es muy grande, así que apenas tardo veinte míseros minutos en llegar a mi primer destino, la floristería. El dependiente, un señor mayor, tiene preparado el ramo de flores pese a que no le haya encargado. Sonrío, le pago y me voy. Miro el ramo, encontrando una amplia selección de rosas, me encantan las rosas. Continuo caminando, observando la calle y sonriendo a la gente. Llego al cementerio y, sorteando las lápidas, alcanzo la que estoy buscando. La miro con mimo, en silencio, y deposito las rosas; me quedo un rato más mirando la tumba y me voy, esperando al próximo domingo para repetir mi particular rutina. Me resulta agradable saber que tengo un lugar donde poder recordarme, es bonito poder leer tu nombre en algún sitio cuando todo el mundo lo ha olvidado, aunque tenga que ser en una tumba.

jueves, 12 de junio de 2014

dicen que si un
monstruo se enamora
lleva tu nombre


haiku nº 10
"que bonito suena mi nombre en tus labios"

martes, 3 de junio de 2014

desaparecer
de (tu) [mi] vida para
no volver de nuevo


haiku nº9
"recherche du temps perdu"

domingo, 1 de junio de 2014

los labios rojos
de besar tantas barras 
de bar a solas 

haiku nº8
"si necesitas algo, sabes donde encontrarme"

domingo, 25 de mayo de 2014

Mi cielo.

Sé que te gustaban las estrellas porque te brillaban los ojos al nombrarlas. Recuerdo una noche donde, sentados en la hierba, mirábamos aquellos puntitos brillantes con recelo, como si fuese a ocurrir algo cuando cerrásemos los ojos. Sin embargo, cuando no te dabas cuenta, me gusta observarte a ti; como si fueses mi cielo particular, donde cada rincón de tu cuerpo fuese una galaxia por descubrir. Me gustaba la curvatura de tus rodillas, la longitud de tus dedos jugando con tu cabello o la forma tan singular en la que te reías; pero sobretodo, me gustaba tu rostro al ver el cielo. Que bonita eras, amor mío.
¿Y sabes? Creo que me gustabas porque me brillaban los ojos al nombrarte.
alas rotas y
bastantes copas de más
por favor, vuelve


haiku nº7
"if you fly away tonight"

domingo, 13 de abril de 2014

Las fotografías no cambian.

XX/XX/XX

Sé que voy a morir hoy, que mi corazón no es capaz de sobrevivir un solo día más; y creo que hasta lo estoy esperando con los brazos abiertos. Es triste estar preparado para morir, pero me siento tan feliz... 
No quiero dedicaros mis últimos pensamientos, pero creo que sois los únicos merecedores de ellos. Me pregunto si recordáis la foto de la playa, sí, aquella tan vieja. Fue la primera vez que vi, no, que vimos el mar, que sentimos aquel enorme charco de agua salada saboreando nuestros cuerpos, que bebía de nuestra emoción. Cariño, tú llevabas aquel bañador que tanto te gustaba, uno negro con reflejos dorados; recuerdo que te gustaba porque ahorraste mucho para poder comprarlo y, cuando te lo pusiste por primera vez y te miraste, te brillaban tanto los ojos que se podrían confundir con estrellas. Eras tan bonita, mi amor... Nuestros hijos salieron a ti, portando toda la belleza que poseías. Ellos llevaban unos bañadores que compramos en la propia ciudad, porque habías olvidado meterlos en la maleta. Me reía mientras ellos lloraban, y creo que se enfadaron conmigo; pero espero que me comprendas, la situación resultaba cómica ante mis ojos.
O aquella foto que nos tomamos el día de nuestra boda. Sonreías tímidamente y yo no era capaz de despegar los ojos de tus ojos, de tu vestido, de tu cuerpo, de ti. Tenía miedo de que, en el momento en el que me despistase, desaparecieses como un ángel divino; y si te soy sincero, aún conservo ese miedo, pese a que te perdí hace tanto. El vestido blanco se ajustaba a cada curva de tu cuerpo, invitando a mi mente a elaborar cualquier tipo de fantasía donde te arrancaba cada trozo de tela que te cubriese y te hacía el amor salvajemente; y el velo te ocultaba la cara de porcelana con la que Dios te había dotado, alimentando así tu delicadeza. Volvería a casarme contigo cada día del año a lo largo de toda mi vida, lo juro.
¿Has olvidado la foto del primer cumpleaños de Nathaniel? Apenas era un bebé, pero cocinaste una tarta de chocolate enorme, con una sola velita en medio del pastel que tuviste que soplar tú ante la indiferencia de él. Te pasaste la tarde entera haciendo fotos aquí y allá, especialmente cuando le dimos el único regalo que pudimos comprar, un peluche tradicional de un osito marrón; sin embargo, Nath lo disfrutó desde el primer momento, delatándose así como un niño realmente modesto. Pese a todo, siempre hiciste todo lo posible para que fuésemos felices los cuatro. Muchas gracias.
Me pregunto que habrá sido de la foto de la graduación de Benjamin, aquella que tenías colocada en el salón. Benjamin aparecía sonriente con su merecido diploma, y tú apenas podías contener las lágrimas, mientras que yo le miraba con la palabra orgullo escrita en los ojos. 
La foto que con más cariño guardo es aquella que tomamos cuando nos conocimos cuando eramos unos críos, esa donde llevabas un vestido con lazos y

[...]

La enfermera que portaba las pastillas gritó, alertando a los médicos de aquella planta hospitalaria. Cuando entraron en la habitación, vieron como la enfermera se había puesto manos a la obra, intentando salvar la vida de aquel anciano, cuyos latidos eran cada vez menos perceptibles. Hicieron todo cuanto conocían por salvar su vida, fracasando en su misión. La enfermera se acercó por última vez al cadáver del anciano y encontró sus manos ocupadas, sujetando un diario realmente antiguo y una pluma estilográfica. Cogió el diario, dejando caer varias fotos; y cuando se dispuso a recogerlas, vio una que le llamó la atención notablemente. Era una foto en blanco y negro donde aparecían un niño y una niña de unos siete años, que miraban con curiosidad a la cámara y sonreían ampliamente, dejando a la vista varios huecos. La mujer sonrió, guardó las fotos de nuevo en el diario y se lo devolvió a su legítimo dueño.

Hora oficial de la muerte: 09:27 AM.
no quiero ser un
alma rota sin nada
que decir 


haiku nº6
"vacío"

jueves, 3 de abril de 2014

Recordatorio amistoso c:

Bueno chicos, si me leéis por twitter sabréis que tengo un tumblr donde escribo poesía (o, al menos, lo intento); y me gustaría que lo leyerais también. ¡Gracias! (Si pincháis os abre una ventana nueva)

lo siento por
hacerte llorar siempre
aún te quiero

haiku nº5
"... te quiero"

viernes, 28 de marzo de 2014

Aún dejo las luces encendidas.

Perdón por haceros daño. Me preguntasteis cómo llevaba la pérdida y os respondí que mejor -pero os he mentido-. A decir verdad, aún le escribo cartas cuando nadie me ve o busco su rostro entre la gente; a veces me siento solo en el sofá, albergando la vacía esperanza de oír el ruido de las llaves. Me sorprendo a mí mismo poniendo la mesa para dos o anhelando encontrar su calor en la cama. Supongo que la echo de menos; así que hoy, una vez y una noche más, os he mentido.

miércoles, 26 de marzo de 2014

En contra de las agujas del reloj.

Nevaba copiosamente. Llegaba tarde a nuestra cita, y me asustaba pensar que no estuvieses allí cuando llegara; sin embargo, allí estabas, tomando uno de los cafés que tanto te gustaban. Aún tenías el pelo húmedo a causa de la nieve, lo que te daba un divertido aspecto infantil. Llegué hasta la mesa donde te encontrabas y me sonreíste. Te cogí la mano, y por algún motivo recordé todos nuestros momentos juntos; y de este modo ignoré los gritos y los tiroteos. Me aferré más fuerte a tu mano y observé una última vez tu sonrisa. La vida huía de nuestros ojos, pero no íbamos a permitir ni que la muerte nos separase al uno del otro. Formulaste un te quiero con los labios y cerraste los ojos. Se oyeron unas campanadas haciéndose paso entre las sirenas de las ambulancias y de la policía.
Era Año Nuevo y nevaba copiosamente.

Lo siento.

Me rompí. Me mirabas con los ojos brillantes, en silencio; recuerdo verte sonreír a través de las lágrimas. Abriste la boca y susurraste algo, pero no conseguí distinguir las palabras. Te acercaste a mí, teniendo que agacharte, y me abrazaste con cuidado, como si mis grietas fuesen visibles y tú deseases arreglarme. Me negué a mirarte a los ojos, pero me obligaste a alzar la cara, reconociendo así las palabras que murmurabas. Me estabas perdonando.
Y me rompí en pedazos.

viernes, 7 de marzo de 2014

El arte es para gente triste.

He vuelto a salir de la consulta. Es mi monótona rutina, contar mis problemas y que me sonrían como a un niño pequeño. Me río por lo bajo y me voy; pese a que la gente me mira como a un lunático, me enciendo un cigarro y me acerco al puente. Hay ambulancia y policía, alguien se ha tirado al vacío. Reconozco su cara, es un famoso artista. No es el primero ni será el último. Yo soy un pintor triste, pero me gusta pintar. Creo que el arte es para gente triste.

jueves, 6 de marzo de 2014

sonrisas tontas,
suspiros en el aire
te quiero, amor

haiku nº4
"I will love you, I will love you, I will love you"

martes, 4 de marzo de 2014

un día triste
el miedo amenaza
con despedirse 

haiku nº3
"se fue sin decir adiós"

sábado, 1 de marzo de 2014

martes, 25 de febrero de 2014

solo una vez
cuidé tu alma triste
que rota estaba

haiku nº1
"y lo volvería a hacer"

Segundas oportunidades.

Respiré hondo.  Necesitaba distraerme, así que observé una vez más el panfleto que me habían proporcionado apenas unos días antes, cuyo título rezaba “TODOS MERECEMOS UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD”, acompañado de una retahíla de patrocinadores. Me encontraba nerviosa, me sudaban las manos y la ansiedad emponzoñaba todo mi cuerpo.  Mi marido no tardó mucho en llegar –o quizás sí, había perdido la noción del tiempo hace rato–. Me repetía una y otra vez lo bonita que estaba y lo orgulloso que se sentía de mí. No le creí. 

Había sido invitada a contar mi historia; pero a cada segundo que pasaba, me arrepentía un poco más. Agarré fuertemente el panfleto, como si algún tipo de deidad estuviese allí atrapada y fuese a otorgarme la fuerza de voluntad que tanto necesitaba. El bullicio del público era cada vez mayor y, por tanto, mi miedo también. ¿Qué ocurriría si me quedase en blanco? ¿Y si mi historia les aburría? Eran tan abrumadoras mis inquietudes que estuve al borde de un ataque de pánico.  El silencio se fue alojando en la sala poco a poco y fue el momento en el que mi marido me dio un último apretón de manos y me dijo que era hora de salir. Me temblaban las piernas y no sé cómo conseguí que mi aparato locomotor se coordinara correctamente para evitar que tropezara. El público estaba ahí, en silencio, expectante. Las lágrimas amenazaban con humillarme; aunque parpadeé varias veces y me aclaré la voz. Había venido con algo que quería ser contado, y no me iría hasta haber cumplido tal deseo.

 –Buenas tardes. Si les puedo ser franca, no sé muy bien como comenzar. ¿Debiera presentarme primero, o quizás hablarles de mi historia? Sé lo que piensan, “¿Cómo? ¿Ha venido sin prepararse, como mínimo, un guión?”. Créanme que lo intenté, pero las palabras rehusaban a tener un orden coherente, así que creo que lo más educado es presentarme. Mi nombre es Diana y tengo 36 años. Mi infancia no fue triste, éramos una familia feliz, la mejor que habría podido desear. Mis padres tenían la suerte de poder trabajar ambos y mi hermano y yo estábamos muy unidos; se esforzaron mucho en que jamás nos faltase de nada, incluso si eso significaba menos caprichos para ellos.

La espiral de decadencia en la que mi vida quedó atrapada comenzó cuando tenía 10 u 11 años. En el colegio, nos preguntaron que queríamos ser de mayor. Las niñas querían ser princesas, cantantes, actrices, profesoras, querían serlo todo; al igual que los niños, que soñaban con ser policías, futbolistas famosos o astronautas. El problema es que yo nunca había pensado que quería ser de mayor, nunca había soñado con ser nada. A los 14 años, tuvimos que escribir sobre nuestra personalidad. Cuando llegué a casa, les pregunté a mi familia sobre mi personalidad; más tarde, me senté delante del escritorio durante toda la tarde. ¿Y saben? Le entregué un folio en blanco al profesor. Yo no era nada, no era nadie. No tenía sueños, no tenía ambiciones; solo quería sacar buenas notas y ser un orgullo para mi familia. ¿Y todo para qué? Es algo que aún sigo preguntándome. 

Mi padre fue ascendido en el trabajo, y nos vimos obligados a mudarnos; comenzando así de cero en una nueva ciudad. Tendría 17 años por aquel entonces, y mi primer día en el instituto fue desastroso, ya que no tenía facilidad para entablar conversaciones con mis compañeros. Los días pasaban, y para mi propia sorpresa, encontré amigos. Eran el típico grupo de chicos malotes, los típicos alumnos que se saltaban las clases y siempre se les podría encontrar fumando en los baños. Ya conocen el refrán, “dime con quién andas y te diré quién eres”, así que pueden imaginar lo que fue mi futuro con ellos, ¿no? Terminé en el mundo de las drogas y del alcohol, abandonando así mis estudios. Mi familia hizo cuanto pudo por mí; pero cansada de ellos, hui de casa y me fui a vivir con una chica del grupo, Victoria. Mi vida pasó a ser sexo, drogas y una libertad que me sigue persiguiendo todavía. Acabé embarazada con 18 años; ni siquiera sabía quién era el padre y, en el caso de saberlo, nos dejaría igualmente a nuestra suerte, así que tuve que dar al bebé en adopción. Mis amigos se habían cansado de mí, porque una tía preñada era un coñazo; así que me quedé sola, sin dinero, sin una casa y sin estudios. Se me revolvían las tripas con pensar en acudir a casa, así que encontré el camino fácil en la prostitución.

 Recuerdo la noche en la que comenzó mi camino de vuelta para salir de este infierno. No había dormido nada esa noche. Miré el reloj, creo que eran las tres o las cuatro de la mañana y busqué a tientas mi ropa, mordiéndome el labio con fuerza para evitar romper a llorar. Me vestí como mejor pude, me metí el dinero en el bolso y cogí el paquete de cigarros que había encima de la mesilla. Aquel hombre roncaba ruidosamente, lo que me ayudó a silenciar la salida. Nevaba copiosamente, y la ropa que llevaba no era la adecuada para un día como aquel.

Una noche más, había vuelto a hacerme daño, a vender mi cuerpo al primer hombre que oliese a dinero. Me ajusté el abrigo y me encendí un cigarro. Encontré un portal donde resguardarme de la nieve, al menos por el momento. Seguía sin entender como mi vida había llegado a un punto tan lamentable; era incapaz de recordar a la mujer que se escondía bajo el maquillaje y los tacones de aguja, había olvidado lo que era la dignidad a medida que más deplorable se tornaba mi vida, dejando atrás mi respeto según cuantos hombres se acostaban conmigo en una noche, abandonando mi verdadera identidad a base de alcohol. Me había convertido en una muñeca rota cuya función era ser violada a cambio de dinero y drogas. Rompí a llorar. Yo quería tener sueños, quería tener algo por lo que luchar, algo que me obligase a levantarme cada día. 

Ni siquiera tenía ánimos para llamar un taxi y regresar a casa; un local con un colchón y mantas raídas complementado por un baño de dudosa higiene. Cerré los ojos y creo que llegué a quedarme dormida, aunque solo hubiese sido por media hora. Me obligué a abrir los ojos y a irme de allí, no quería asustar a ningún vecino. Me levanté a duras penas y comencé a andar sin rumbo fijo. No tenía nada que perder, no tenía a nadie esperándome en casa, no tenía un jefe que me gritase por llegar tarde. Añoraba esos pequeños detalles que la gente poseía, pese a que ellos no daban importancia. Es duro vivir en estas condiciones, pero lo era más cuando la gente a tu alrededor ignoraba lo que tenía, seguros de que jamás lo perderían.

 Llegué hasta el puente de los suicidas; por el nombre, se deduce que macabros accidentes solían realizarse aquí. Más de una vez había sido yo una de las personas que iban a acabar con su vida, pero siempre me acobardaba y regresaba a la acera. Había un chico preparado para saltar, y sentí una urgente necesidad de evitar tal cosa. Le grité que se detuviese, pero no me oyó. Estaba abstraído en su mundo, aceptando lo que iba a ocurrir. Volví a gritarle, y esta vez sí pareció escucharme. Me acerqué hasta donde se encontraba y le pedí que se lo pensara una segunda vez, que estaba dispuesta a ayudarle, pero para ello necesitaba que volviese a la acera. Su contestación fue “váyase al infierno, usted y su maldita hipocresía”. Me enfadé. Le grité y él hizo lo mismo. Encontré así una manera de distraerle, así que reté su orgullo, lo que le obligó a bajar del borde del puente. No debía estar muy seguro de querer morir, si con algo tan absurdo como una discusión con una desconocida le hizo cambiar de idea, pero gracias a mi osadía conseguí que aceptase tomar un café conmigo y, al menos, una oportunidad para hacerle ver que las cosas pueden ir mejor. Y no solo lo hice, sino que conseguí que incluso yo misma lo creyera.

 Reuní el valor de regresar a casa, donde me aceptaron con los brazos abiertos, como al hijo pródigo de la Biblia. Comencé a ir a un centro de rehabilitación. Este chico –cuyo nombre era Carlos– y yo comenzamos a quedar más, convirtiéndonos en confidentes el uno del otro. Acabamos casándonos tras unos meses, y pedimos un préstamo al banco para abrir un pequeño local, una panadería. ¿Saben cuándo supe que se me había otorgado una segunda oportunidad? Fue cuando entró nuestro primer cliente. Por primera vez en años, la mercancía a vender no iba a ser mi cuerpo. El negocio nos está yendo bien, y estamos ahorrando para comprar una casita en las afueras. Esta es mi historia, mi segunda oportunidad. Quiero pedirles algo. Me gustaría que recordasen que todos ustedes tienen una segunda, una tercera, una cuarta, el número de oportunidades que haga falta para volver a intentarlo. Sean sus propios héroes, señoras y señores, y así puedan tener una historia que contar al mundo para que alguien  –sus hijos, sus compañeros de trabajo, incluso desconocidos– puedan aprender algo de ella. Gracias por su atención y gracias por haber venido.

Los aplausos comenzaron a ocupar cada rincón del auditorio. Me despedí una vez más y salí del escenario, donde me esperaba mi marido. Me sonrió con fuerza y me quitó dulcemente las lágrimas de la cara. Había sido muy valiente.

Estrellas.

No merezco tenerte. No merezco que me abraces llena de cariño o que me hables hasta dormirte, no merezco que sonrías al verme o que me tomes de la mano; no puedo decirte lo mucho que te amo o cuanto deseo que seas mía. Querida, no tengo derecho a hacer el amor contigo o a que seas mi única y mayor musa. No puedes creer mis promesas; puesto que juré amor eterno a la luna y mírame, ¿qué soy ahora, más que un loco enamorado de las estrellas de tus ojos?

miércoles, 29 de enero de 2014

¿Conocen el miedo?

Me gustaría preguntarles algo, ¿alguna vez han sentido miedo? Seguramente sí, ¿verdad? Miedo a perder su trabajo, miedo a la enfermedad, a perder a su familia o a que se descubran sus más oscuros secretos; sus miedos son absurdos, si me permiten decirlo.
Pese a ello, me gusta que sientan miedo, me apasiona que convulsionen de puro terror. Disfruto observando sus pesadillas, como mueven frenéticamente los ojos mientras sus más temibles infiernos se vuelven realidad. Cuan morboso placer.
A veces evitar girarse y afrontar lo que hay detrás de ustedes, incluso estando en su propia casa, ¿a que le temen? Piensan en asesinos, ¡e incluso culpan a los inexistentes fantasmas! ¿Ustedes se consideran a si mismos seres racionales? Ridículo.
Me alimento de su miedo, crezco con su pavor, sobrevivo de sus pesadillas más oscuras. No desconocen mi identidad, por la simple razón de que emplean gran parte de su vida en asesinarme. La pena les embarga, es triste saber que soy el lado más oscuro de vuestra existencia, esa personalidad que tratan de ocultar. Soy la locura palpitando dentro de ustedes, esa sombra que notan detrás suyo, los ruidos inexplicables, complemento de los peores asesinos. Soy ustedes.
Pero recuerden; los monstruos están en su cabeza, no debajo de la cama.

miércoles, 22 de enero de 2014

(no sé como llamarlo)

A mi querida Julie,

Hola, ¿qué Hola, ¿cómo Vaya, ¿cuánto tiempo ha pasado que vagamente recuerdo como comenzar una carta?
Hola, cariño. Tal vez esta carta te traiga recuerdos, una semejanza a las cartas que compartíamos en la guerra. Una enfermera y un soldado, nada que no se haya visto antes, ¿no? Pero siempre fuiste especial, amor mío, porque salvaste tantas vidas ─incluyendo la mía─ sin pedir nada a cambio que tienes un huequecito en el cielo. La guerra fue dura para ambos, pero sobrevivimos. Cuan agridulce fue saber que estábamos vivos, obligados a enfrentar una vida nueva en un país cruel; pero fuiste muy valiente.
Cuando regresé, vivías con tu madre. Recuerdo que el pueblo era pequeña, y tu casa muy modesta; tu madre abrió la puerta y se encontró a un hombre cansado, desaliñado y con maleta en mano. Llegaste sin avisar, y creo que el mundo se paró a mirar. El silencio se alojó en el ambiente, te tapaste la boca muy despacio y ni siquiera fuiste consciente de que estabas llorando. No supe bien que hacer, el aparato locomotor se me paralizó de golpe y tuve tanto miedo de no saber que decir que ardía en deseos de huir.
Nos casamos y construí una pequeña casa en un pueblo de Georgia. Tuvimos dos hijos, ¿recuerdas? Michael y Susanne, nuestros pequeños ángeles. Solo Susanne tuvo la oportunidad de vivir; por lo visto, en el cielo necesitaban a alguien tan bueno como nuestro Mike. Se te cayó el alama a los pies, pese a que lo ocultabas para ser una buena madre con Susanne. Gracias por ser tan fuerte, amor mío.
Trabajaba duro como agricultor para darle una buena vida a mis reinas. Creo que almacené tanto amor para vosotras que aún me encuentro más de una vez echándoos de menos.
El tiempo no se detuvo para nadie; así que mientras Susanne florecía, nosotros nos marchitábamos. ¿Sabes, Julie? La soledad me ha vuelto más pesimista; y he llegado a la conclusión de que desde el momento en el que nacemos comenzamos a morir, ¿así que esto es vida o muerte?
Susanne era una apasionada de las artes, y encontró su vocación en la vida en el cine. Triunfó. Te brillaban los ojos cuando hablabas de ella, era algo hermoso. Te sentías tan orgullosa de nuestra niña que me sentía realizado como padre y esposo.
Los años se marcaban en tu cuerpo, y pese a todo, la vida te castigó con alzheimer. Tras varias pruebas más, descubrieron que tu corazón estaba fallando; te dijeron que vivirías seis meses, luchaste durante todo un año. Eran tan duro verte así, cielo, obligado a mirar como perdías los recuerdos de lo que más te importaba... He llorado tanto que creo que he llorado por ambos.
¿Recuerdas aquel jardín que tanto mimabas? Cada estación nos sacábamos una foto juntos, pero en esa última solamente salgo yo. Imparable decadencia.
Guardaré esta carta en nuestro baúl de los recuerdos junto con todas las demás, hasta que encuentre algún modo de hacerlas llegar al cielo.
Te amo, Julie; te amé, te amo y te amaré siempre.

Siempre tuyo,

William Gordon

P.D.: Gracias.