lunes, 28 de septiembre de 2015

lo siento si ya
no puedo salvarte con
mis tontas manos

haiku nº21
"don't cry, i know you are trying your hardest"
permíteme que
te bese una vez más
antes de irte


haiku nº20
"my hands started trembling, but you could hold them still"

domingo, 26 de abril de 2015

"mírame" dije
pero siempre miraste
a las estrellas


haiku nº 19
i keep saying your name

lunes, 6 de abril de 2015

«Vaya, estás aquí, cumpliste tu promesa.»

TW: referencia a violación.

Una vez conocí a una chica. Si, sin más, era una chica; era guapa, tenía los ojos verdes y el pelo negro azabache, tenía la boca siempre coloreada con carmín rojo. No era muy alta y estaba delgada, y aunque no era precisamente mi tipo, era innegablemente guapa. Siempre sonreía, hablaba muy rápido y se ponía el pelo detrás de la oreja de manera muy graciosa. Cuando salía de fiesta, la gustaban los vestidos azules y los tacones altos (para tocar el cielo con los dedos, quizás, porque ella era capaz de eso y más), y también de peinados complicados que, una vez terminada la noche, estaban deshechos e irreconocibles. Y solía estar borracha, pero seguía siendo guapísima.
Ayer volví a esa chica, pero había un hombre con ella, y la incomodidad y el miedo era visible en su rostro. Me he fijado en ella; tenía bolsas oscuras bajo los ojos, llevaba el pelo recogido de cualquier manera y no sonreía; parecía más pequeña de lo normal. Y aún así, sigue siendo muy guapa.
Hoy he vuelto a verla, y se me ha caído el alma a los pies. Estamos en un aparcamiento, ella está llorando en el suelo, tiene el vestido hecho jirones (al igual que sus medias, y muy posiblemente su alma) y ni siquiera hay rastro de los tacones; tiene el pelo revuelto y sucio y el maquillaje corrido por la cara. No es muy difícil deducir que ha pasado, quiero llamar a la policía pero ella se niega, así que me quedo sin saber que hacer. La ofrezco mi cazadora para que pueda taparte, y me siento cerca hasta que deja de llorar —o quizás ya no la quedan lágrimas que verter—. Empieza a hablarme, me cuenta que ha pasado. Quiero consolarla, pero no sé cómo, además me parece inútil en esta situación. Me quedo con ella hasta que reúne el valor de volver a casa, la acompaño hasta la puerta y me intenta sonreír un poco, aunque rápidamente rompe a llorar. Finalmente entro con ella, nos tomamos un café y la susurro cosas bonitas hasta que consigue dormir algo. La miro y sonrío; sí, sigue siendo muy guapa. Espero que sepa realzar el vuelo tras esta caída, porque siempre voy a estar mirando el cielo en su búsqueda.

[...]

Mañana volveré a verla. Hace meses que no supe nada de ella, hasta que finalmente me llamó desde un número nuevo y me contó como habían ido las cosas. Había denunciado, sí, y le habían metido a la cárcel a aquel cerdo (ojalá se pudra ahí dentro, porque no se merece otra cosa). Resulta que ya está llegando, puesto que la veo desde la ventana. Está sonriendo, eso significa que ha conseguido echar a volar de nuevo. Me da dos besos. Está guapísima una vez más, y quizás sí pueda terminar siendo mi tipo, después de todo.

domingo, 22 de febrero de 2015

Destructive.

[...] Hoy querría haberte escrito una carta. O un e-mail, que las cartas ya están tan pasadas de moda como las cortinas de mi salón (es un chiste muy malo, no me lo tengas en cuenta). Me habría gustado cortarte mi día, que tal en el trabajo, lo abarrotado que estaba el centro de la ciudad o encontrarme la cena en el microondas (¿otra vez pollo?). Al final decido no escribirte —ni siquiera tengo una triste forma de contactar contigo—; pero bueno, mi jefe sigue putéandome la vida, he tenido que correr bajo la lluvia y he vuelto a comprar comida china. Ni siquiera me gusta, pero es barata, está caliente y es comestible, y para la cena tan monótona que voy a tener que pasar una vez más, ¿para qué más? En el metro había alguien escuchando una canción, creo que eran The Smiths. ¿Y sabes qué? Los odio. Los odio desde el primer momento que los he oído, y es un odio tan absurdo que me hace reir. Quizás sí debería empezar a tomar las pastillas que me recetó el médico, quizás sí que funcionen (al menos lo suficiente como para que las cosas dejen de recordarme a ti).
Me siento en el sofá mientras comienzo a comer los condenados fideos y un papel cae de mi pantalón. Es el número de una chica, es verdad, la he conocido hoy (es la chica que escuchaba a ese condenado grupo). Es pelirroja y bajita, se ríe de manera muy bonita, tenía las zapatillas destrozadas y sus labios sabían a tabaco (y a café, y a noches en vela, y a mensajes sin enviar y a poesía triste). Sabe tan diferente a ti que me dan ganas de vomitar. Voy a darla una oportunidad, y creo que a The Smiths también, ya que al fin y al cabo, era ella quien les escuchaba.
(Me han dicho que deje de escribirte, que ya no estás aquí y que nunca vas a poder leer esto. Me da igual, quiero que sepas que todos los post-its donde te escribo están dentro de mi armario. Quizás algún día te presente a esta chica, y ambos iremos a llevarte flores. Espero que os llevéis bien. Te quiero):

viernes, 6 de febrero de 2015

Abaka.

 No sé si me estoy muriendo o si llevo horas muerto ya, pero he dejado de ver la belleza de las flores, o las olas del mar rompiendo gentilmente contra mis pies, así como el sol calentándome las mejillas, como tampoco tu voz gritando mi nombre. Si, esto es lo último que recuerdo, un paso de peatones y luego las ganas insuficientes de decirte adiós. Me habría gustado conocerte más, ya que lo único que sé de ti es lo bonita que es tu sonrisa en el metro o lo mucho que te gusta la poesía de Bukowski. Siempre cogíamos el mismo tren, a la misma hora y en la misma estación; un hecho que no nos permitía contener la risa cada vez que nos cruzábamos. Hoy quería regalarte un libro, ¿y por qué no? invitarte a cenar en el restaurante de la esquina; aunque seguramente el libro siga en mi bolsa y la cena se haya quedado fría, sin siquiera haber sido servida. No sé si esto es amor o algo a lo que aferrarme, pero pensar en tus conseguía que me ahogase más despacio. O quizás no me estoy ahogando. Para serte sincero, me siento como si estuviese en una bañera. Es una bañera grande, es bonita, el agua está templada, me resulta muy agradable; y poco a poco voy hundiéndome, viendo el mundo desde debajo del agua. La verdad es que poco me importa, esto se siente como morir en tus brazos. Entonces te veo ahí, mirándome cabreada y dolida, reprochándome el hecho de que no me importase morir sin ni siquiera haberla dicho quien era mi poeta favorito. Puestos a elegir, prefería dejar que el agua se hiciese paso hasta mis pulmones, pero me obligué a salir de la bañera. Entonces, con mucho esfuerzo, abro un poco los ojos; quiero hablar, pero tengo la boca seca y me duele. Emito un gruñido gutural. Te atisbo con el rabillo del ojo, y me cuesta distinguir el sonido que hace el libro que leías (seguramente, lo estabas leyendo en alto únicamente para mí), y el movimiento que recorren tus manos para taparte la boca mientras llorabas. Te acercaste a mí casi sin creerlo, y quise sonreírte un poco para que dejases de llorar; hiciste una mueca rara, un intento de sonreír, pero no podías dejar de llorar. Entonces, mientras oía la puerta abrirse, murmuré como mejor pude "–Mi favorito es Rimbaud."

miércoles, 14 de enero de 2015

sin motivación,
descontrol, perdida y
quizás hundida 



haiku no 18 
 "autobiografía"