Los circenses no paraban; por un lado, los trapecistas y malabaristas ensayaban, mientras que por otro, los domadores se tomaban un descanso. Anduvo entre todas aquellas personas, tocando todo aquello que llamaba su atención. En su pequeño despiste, chocó con alguien.
Kelly cayó, pero ni siquiera se molestó en levantarse. Estaba mirando fijamente a la persona con la que había chocado.
Era un arlequín no muy mayor, no sobrepasaría los 20 años. Su sonriente máscara atrapó de lleno a Kelly, que no despegó los ojos de ella. El arlequín, divertido, la ayudo a levantarse, y se despidió con una leve inclinación de cabeza.
Kelly se fue de allí, encontrando finalmente a sus preocupados padres. Se sentaron en sus respectivos asientos, y allí vieron pasar desde domadores a magos, desde trapecistas a exóticos animales. Y finalmente apareció el arlequín que Kelly había visto. Vestía las ropas propias de su personaje, y su máscara escondía mucho más que la sonriente apariencia que tenía.
Actuó de manera exquisita, impresionando incluso a los más exigentes espectadores. Era simplemente magnífico, pensó ella.
El circo cerró ese día con la actuación del arlequín. Kelly consiguió quedarse un poco más, dispuesta a acercarse a donde él se encontraba. Cuando casi iba a llegar, vio que que él se quitaba la máscara. Lloraba. Echo a correr, y cuando se encontraba a su altura, lo abrazó con todas las fuerzas que fue capaz de reunir. Él, sorprendido, abrió la boca en una expresión muda. Después se dejó consolar por aquella pequeña cría que, sin conocerle de nada, estaba dispuesta a hacer lo que fuese para que sonriese otra vez. Kelly le contó que tal el colegio, le describió a sus amigos, al niño que le gustaba, su casa, sus sueños. Inocentemente, abrió su pequeño corazón hacia aquel desconocido. Y él se lo agradeció en silencio. Cuando se tuvieron que despedir, ella lo volvió a abrazar con fuerza y le dijo adiós con su pequeña manita.
Aquel arlequín sabía que no la olvidaría, pese a que no había hecho mucho. Y se prometió a sí mismo, a aquella niñita, al niño que fue, al hombre que sería, que nunca volvería a mentirse, ni a esconderse debajo de esa estúpida máscara.
Algún día volvería a buscarla, y en ese momento quien la abrazaría con fuerza sería él.