miércoles, 27 de junio de 2012

Random.

La pequeña Kelly entró en el circo prácticamente corriendo. Llegó hasta la zona de los ensayos, y sus infantiles ojos se abrieron asombrados. ¡Cuánta gente y cosas había!
Los circenses no paraban; por un lado, los trapecistas y malabaristas ensayaban, mientras que por otro, los domadores se tomaban un descanso. Anduvo entre todas aquellas personas, tocando todo aquello que llamaba su atención. En su pequeño despiste, chocó con alguien.
Kelly cayó, pero ni siquiera se molestó en levantarse. Estaba mirando fijamente a la persona con la que había chocado.
Era un arlequín no muy mayor, no sobrepasaría los 20 años. Su sonriente máscara atrapó de lleno a Kelly, que no despegó los ojos de ella. El arlequín, divertido, la ayudo a levantarse, y se despidió con una leve inclinación de cabeza.
Kelly se fue de allí, encontrando finalmente a sus preocupados padres. Se sentaron en sus respectivos asientos, y allí vieron pasar desde domadores a magos, desde trapecistas a exóticos animales. Y finalmente apareció el arlequín que Kelly había visto. Vestía las ropas propias de su personaje, y su máscara escondía mucho más que la sonriente apariencia que tenía.
Actuó de manera exquisita, impresionando incluso a los más exigentes espectadores. Era simplemente magnífico, pensó ella.
El circo cerró ese día con la actuación del arlequín. Kelly consiguió quedarse un poco más, dispuesta a acercarse a donde él se encontraba. Cuando casi iba a llegar, vio que que él se quitaba la máscara. Lloraba. Echo a correr, y cuando se encontraba a su altura, lo abrazó con todas las fuerzas que fue capaz de reunir. Él, sorprendido, abrió la boca en una expresión muda. Después se dejó consolar por aquella pequeña cría que, sin conocerle de nada, estaba dispuesta a hacer lo que fuese para que sonriese otra vez. Kelly le contó que tal el colegio, le describió a sus amigos, al niño que le gustaba, su casa, sus sueños. Inocentemente, abrió su pequeño corazón hacia aquel desconocido. Y él se lo agradeció en silencio. Cuando se tuvieron que despedir, ella lo volvió a abrazar con fuerza y le dijo adiós con su pequeña manita.
Aquel arlequín sabía que no la olvidaría, pese a que no había hecho mucho. Y se prometió a sí mismo, a aquella niñita, al niño que fue, al hombre que sería, que nunca volvería a mentirse, ni a esconderse debajo de esa estúpida máscara.
Algún día volvería a buscarla, y en ese momento quien la abrazaría con fuerza sería él.






Te quiero.

Un petit requiem.

La joven cogió el violín y se lo colocó sobre el hombro. Cerró los ojos y comenzó a tocar. Imaginó que estaba en un auditorio lleno de gente. La miraban expectantes, esperaban lo mejor de ella. Lo tendrían, pensó orgullosa. Tocaba un réquiem, su réquiem. Las dulces notas hacían bailar su pequeño cuerpo. Una bailarina bailaba, se contorneaba, sobresalía. El arco se movía con vida propia, consiguiendo alcanzar las notas que componían ese pequeño extracto de música. El réquiem pedía ser acabado, era algo que ella no podía controlar. El arco se paró, obedeciendo sin rechistar la orden muda. La bailarina dejó de bailar, y miró al frente modestamente, había dado lo mejor de sí. El público aplaudió eufórico.
Abrió los ojos. Sabía que el réquiem había subido al cielo, hasta encontrarse con los viejos oídos de su compositor. La estaba aplaudiendo.
Sonrió.

domingo, 3 de junio de 2012

Life is not fair.


Katie se levantó aún con la cara húmeda. Había vuelto a llorar otra vez. Otro día más, otra tortura más, pensó tristemente. Se paseó arrastrando los pies hasta la cocina y desayunó lo primero que vio; y después se dirigió a su habitación para vestirse.
Caminó hacia el instituto con calma. Entró por la puerta y se preparó para lo peor. La gente se acercaba a ella, y hablaba lo suficientemente algo para que ella les oyese. Mantuvo la cabeza bien alra hasta que llegó a su taquilla. Allí se desmoronó interiormente.
Arrancó las hojas donde la llamaban "puta gótica", "zorra", "gorda de mierda" y demás insultos. Pero hubo una que no se le pasó por alto. "Haznos un favor y SUICÍDATE." La gente la señalaba con el dedo y se reía de manera cruel mientras ella corría hacia los baños. No iba a llorar delante de todos esos gilipollas, era algo que tenía claro.
Sin embargo, cuando llegó, la estaban esperando. Un grupo de cinco chicas la cogieron nada más entró, y antes de darse Katie cuenta, estaba en el suelo. Las imploraba y lloraba que la dejasen tranquila; pero a cada petición, ellas la pegaban más fuerte.
Cuando el timbre sonó, ellas se fueron, y la dejaron allí tirada. El cuerpo de Katie se negaba a levantarse por más que ella se lo pedía, y la propia impotencia la hizo llorar. No podía seguir así. Simplemente, no quería.
Consiguió levantarse a duras penas. Ojalá no viviese en aquel jodido pueblo. Ojalá hubiese más de un instituto. Ojalá todo fuese fácil. Ojalá no hubiese nacido. Llegó tarde a clase, pero el profesor no se molestó. Katie se dio cuenta de cuán invisible era para el resto del mundo.
El día se pasó lento, entre golpes, humillaciones y lágrimas. Volvió corriendo a casa y se encerró en su habitación. Lloró hasta quedarse sin lágrimas.
Se remangó las mangas, dejando visibles varias cicatrices. Cogió la cuchilla y se la clavó sin miramientos. La sangre comenzó a brotar, y ella se mordió el labio para reprimir las ganas de gritar. Aquel dolor la hacía olvidar el otro. Era agradable en cierto modo.
Cuando se serenó, fue al baño a curarse los cortes y aprovechó para vendarse las muñecas. Estaba harta de su vida y del error que cometía al estar allí, así que decidió ponerle fin.
Buscó por toda la casa la vieja revólver de su padre, encontrándola en el sótano. Sonrió al pensar en sus padres. Pronto les vería.
La recargó, y se metió la pistola suavemente en la boca, ligeramente inclinada hacia arriba.
Sonrió por última vez y apretó el gatillo.

Kaboom.