El hombre se acercó a la parada de metro. Se quedó mirando fijamente el cartel, pese a que sus ojos miraban a ninguna parte. Los cerró. La gente le sorteaba, molesta, que él decidió moverse también. Bajó las escaleras mecánica, con calma. como so desease retrasar en su mayor medida el final. Sonrió, sarcástico, observando en silencio todas aquellos rostros que desconocía, y que no tendría oportunidad de conocer. Paseó por los pasillos, pareciendo querer retener todo aquello que veía. La gente lo observaba con cautela, tratándole como a un vulgar borracho. Se acercó poco a poco al andén, sentándose en un banco próximo. Quedaban cinco minutos para que llegase el siguiente tren. De un golpe, lo había perdido todo. Se sintió atrapado en un un torrente de recuerdos que, es un su día, le hicieron feliz. Una pequeña lágrima se derramó, recorriendo tímidamente su mejilla. El tren se acercaba. Se levantó con cuidado, acercándose cautelosamente a las vías. Pensó en su su hija por última vez, y se dejó caer al vacío.
Abrió los ojos. La gente le sorteaba, molesta, hasta que él decidió moverse también. Bajó en las escaleras mecánicas, con calma, como si desease retrasar en su mayor medida el final.
lunes, 17 de diciembre de 2012
domingo, 9 de diciembre de 2012
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El muchacho entró en aquella aula vacía. Todo bien recogido. Las sillas bajo las mesas. Las mochilas junto a las paredes. El muchacho sonrió. Volvía a estar solo de nuevo, pese a desear con todas sus fuerzas no estarlo. Se sentó en el primer sitio que encontró. Ocultó la cara entre las manos. No quería llorar; se negaba a hacerlo. Comenzó a pensar en su vida. Sus amigos eran más felices sin él cerca, lo sabía. Sus estudios eran para echarse a llorar. Las cosas con su familia empeoraban cada día más y más. La autolesión u la depresión que sufría se le estaban comiendo vivo, pero nadie lograba verlo. Rio, pero la alegría no llegó a sus ojos. ¿Por qué nadie se daba cuenta? ¿Por qué nadie le salvaba de aquel infierno que se cernía sobre él? Se echó a llorar en silencio. Pequeñas convulsiones nacían en sus hombros, sacudiéndole entero. No conseguía serenarse, pese a desear con toda su alma hacerlo; pues había oído que alguien entraba. Dicha persona se sentó a su lado, observándole. Se serenó a duras penas, se limpió las lágrimas y le sonrió, pidiéndole disculpas.
-¿Estás bien? -le preguntó.
-S-sí, -susurró él. "No", dijo una voz en su cabeza.
Movió la cabeza de un lado a otro y le abrazó con fuerza.
-No, no lo estás.
Abrió ampliamente los ojos. ¿Quién no se había dejado engañar con sus sonrisas?
-Sé por lo que estás pasando. Déjame ayudarte.
El chico la miró, sorprendido. Dejó escapar unas pequeñas lágrimas, que ella retiró dulcemente con la yema de los dos.
Y asintió mientras sonreía.
-¿Estás bien? -le preguntó.
-S-sí, -susurró él. "No", dijo una voz en su cabeza.
Movió la cabeza de un lado a otro y le abrazó con fuerza.
-No, no lo estás.
Abrió ampliamente los ojos. ¿Quién no se había dejado engañar con sus sonrisas?
-Sé por lo que estás pasando. Déjame ayudarte.
El chico la miró, sorprendido. Dejó escapar unas pequeñas lágrimas, que ella retiró dulcemente con la yema de los dos.
Y asintió mientras sonreía.
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