domingo, 8 de julio de 2012

Feliz navidad, pequeña.

Para Pierrot.

El hombre interpretaba la pieza musical de manera exquisita. La gente se dejaba mecer por las suaves notas que su violín dejaba escapar. Se sentía orgulloso de todo lo que había logrado con años de esfuerzo y superación personal. Y de pronto, todo estalló en pedazos. Todo pasó por delante de sus ojos mientras un espeluznante sonido recorría cada rincón de la sala. Se había equivocado de nota. Intento arreglarlo tan rápido como pudo, pero el destino se la jugó. Siguió errando. El público murmuraba y reía, mientras él salía de allí tan rápido como pudo.
Corrió por la calle, sorteando a la gente como mejor podía. No se detuvo hasta llegar a su pequeño apartamento. Una pequeña buhardilla, típica de la gente bohemia. Se encerró allí mientras sufría en silencio. Todo su esfuerzo había sido para nada. En su primera actuación en público, la más importante, había cometido un error garrafal. Casi rompió a llorar.
No salió en varios días, comiendo lo mínimo. Su rostro se había demacrado, la falta de sueño se hacía visible en las grandes ojeras que adornaban sus ojos, un día llenos de sueños y esperanzas. Pese que la gente pensaba que errores así pasaban, el lo había perdido todo. La única vez que salió de allí, se dirigió a la estación de trenes. Buscó el viaje más barato y el que tuviese el destino más lejos y compró el billete. Volvió a su apartamento, y lo único que cogió fue el violín. Quería olvidar aquella ciudad que, después de haber cultivado sus sueños, se reía escandalosamente de su fracaso.
Tan rápido como subió al tren se sintió mejor. Se pasó todo el viaje pegado a la ventana, observando como cambiaba todo. Como cambiaba su vida.
El destino del tren era París. Cuando el tren llegó a su fin, no supo que hacer. Se sentía un niño indefenso. Miró la hora, las doce en punto de la noche. No tenía dinero ni lugar para alojarse, pero no lo consideró un problema.
Se sentó en las escaleras, y se rindió. No tener ningún lugar a donde ir sí que era un problema, era un maldito estúpido soñador que pensaba que la vida le recompensaría con algo. Era un Don nadie fracasado.
Ocultó la cabeza entre las rodillas mientras la nieve caía suavemente en él, depositándose en su ropa. ¿Qué más le deparaba la vida?
Un pequeño golpe en su hombro le sacó de sus pensamientos. Una pequeña niña le sonreía.
-No esté mal, señor -le rogó-, en Navidad no se puede estar triste. Tome mi paraguas, así no se mojará. -Su sonrisa se ensanchó y se fue.
Pese a que ya se encontraba lejos, susurró:
-Feliz Navidad, pequeña, feliz Navidad.




domingo, 1 de julio de 2012

¿Destinatario? El baúl de los recuerdos.

Querido Alec:

Hace mucho que no hablamos. Desde aquel día, perdimos todo el contacto. ¿Por qué dejamos que pasara eso? Seguramente ya hayas conocido a otra chica; y, quien sabe, quizás hasta te hayas casado. Por mi parte... Sigo sola, como antes de conocernos. Tuve algunas relaciones, pero ninguna me hacían realmente feliz, creo que hasta te sigo echando de menos.
Esta es otra de las muchas cartas que te escribo pero que jamás enviaré. No sé si debo guardarlas o quemarlas. ¿Sabes qué? Dicen que si escribes tus problemas en un papel y luego lo quemas, el viento se llevará parte del dolor. ¿Y si quemase esto? ¿Y si quemase nuestros recuerdos, lo que vivimos, lo que compartimos? ¿Una parte de nosotros? No, las seguiré guardando. 
Muchas veces me pregunto que habría sido de nosotros si no nos hubiésemos distanciado tanto. Seguiríamos teniendo la fuerte amistad que nos unía, esa que nos condujo a enamorarnos. O quizás nos veríamos más como hermanos. Quien sabe, ¿no?
A veces, por las noches, sigo buscando tu compañía entre las sábanas, y sigo cocinando para dos. Pensarás que soy estúpida, y para que mentirnos, lo soy. ¿Seguirás pensando en mí?
Voy a ir terminando esta carta. Es bonito plasmar en palabras todo lo que vivimos, y no sabes cuanto me gustaría enviarte una carta de verdad, sin borratajos ni manchas de lágrimas haciendo que la tinta se corra. Algún día quizás haga una tontería y te llame, podríamos tomar un café y hablar de nuestras vidas. Mientras tanto, seguiré guardando estas cartas, y las futuras que pueda escribir. No te olvides de que te quiero.

Se despide,

Helena.