Me levanto mirando el despertador, que marca las 10:15. Me acerco a la ventana, hace un buen día y eso me pone de buen humor, algo que no iba a desperdiciar. Hoy es domingo, un día especia; así que mientras abro las puertas del armario, voy organizando en mi mente una lista de mis mejores trajes, preparado para elegir el que encabezara la lista. Cuando acabo de ponerme la cortaba, me miro en el espejo sonriente y bajo a desayunar; un café con leche, un zumo de naranja y un par de tostadas son lo único que tomo hoy, cuando acabo deposito todo los utensilios en el fregadero.
Salgo de casa y me pregunto si debería coger el coche. Me detengo en el umbral de la puerta y decido ir andando, aunque es la decisión que elijo siempre. La ciudad no es muy grande, así que apenas tardo veinte míseros minutos en llegar a mi primer destino, la floristería. El dependiente, un señor mayor, tiene preparado el ramo de flores pese a que no le haya encargado. Sonrío, le pago y me voy. Miro el ramo, encontrando una amplia selección de rosas, me encantan las rosas. Continuo caminando, observando la calle y sonriendo a la gente. Llego al cementerio y, sorteando las lápidas, alcanzo la que estoy buscando. La miro con mimo, en silencio, y deposito las rosas; me quedo un rato más mirando la tumba y me voy, esperando al próximo domingo para repetir mi particular rutina. Me resulta agradable saber que tengo un lugar donde poder recordarme, es bonito poder leer tu nombre en algún sitio cuando todo el mundo lo ha olvidado, aunque tenga que ser en una tumba.
martes, 17 de junio de 2014
jueves, 12 de junio de 2014
martes, 3 de junio de 2014
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