Para Barbitas, por sacar el tema.
Tal vez la vida sea una mierda y Dios nos haya abandonado a nuestra suerte; tal vez se ría de nuestros esfuerzos por sobrevivir. A lo mejor ese hijo de puta que te abandonó aún sigue pensando en ti, aquel amigo de la infancia intenta llamarte y tu padre seguiría mirándote a los ojos, desconociendo esa homosexualidad latente que vive dentro de ti que él tanto rechaza. Quién sabe, ¿no? Quién sabe.
Después de esta introducción, me pregunto que pensarán de mí; déjenme adivinarlo, ¿una pesimista extrema?, ¿una vieja amargada? Seamos sinceros, a mí me la suda ─si me permiten expresarme tan vastamente─ su opinión sobre mí y ustedes no me dan si quiera la importancia necesaria para hacerme un perfil; así que tendré que contar mi historia una vez más.
Supongo que yo era una chica triste sin razón; es decir, no me acosaban ni tenía un pasado triste, yo que sé. Mi familia era feliz y jamás se había roto y creo recordar que nadie que me importase lo suficiente había muerto, así que creo que no había motivos para que estuviese triste. No tenía muchos amigos porque me pasaba mi tiempo libre en casa, estudiando o con mis padres. Oh, por los clavos de Cristo, no me digan que han atribuido mi tristeza a esta falta de amigos, mi familia rellenaba dichos huecos. Y me era suficiente, ¿saben? Porque siempre fui una cría modesta, egocentrismo cero. En el instituto me iba bien, creo. Solía sacar buenas notas y la gente me respetaba; me preguntaban dudas, me pedían los deberes y no mucho más. Más que suficiente contacto social. Y bueno, en todo instituto existe el típico grupo de zorras que a todo el mundo le cae bien menos a ti y se toman la molestia de joderte la vida. Supongo que les agradecería que perdiesen su tiempo conmigo de no ser por el hecho de que me dan ganas de vomitar, reír, salir corriendo y romperles la nariz. No crean que soy tan marimacho, simplemente tenía mal humor y cuatro rubias pintadas no iban a tocarme las narices de tal manera. Tampoco era tan malo, en clase no llamaba la atención más de lo necesario. Era un buen trato, estudiaba y sacaba las mejores notas de la clase a cambio de que me dejaran pasar desapercibida. Era como un fantasma, pero me gustaba. Ah. Ya ven, no puedo quejarme.
Los días solían ser monótonos, pero adoraba mi propia rutina de aparecer y desaparecer por los diferentes lugares en silencio.
Recuerdo el día que nos cambió la vida a todos. Llegué a casa algo cansada, pero aún así fui a la cocina para ayudar a mi madre. Grité. Estaba en el suelo, apenas se movía y el movimiento de su pecho era casi imperceptible. Eché a correr al salón, ─creo que me caí varias veces por el incontrolable temblor de mi aparato locomotor─ y rompí a llorar mientras rogaba por una ambulancia. Me senté al lado de mi madre en silencio y lo único que recuerdo fueron ruidos, ajetreos y miedo. Después recuerdo a mi padre llorando, una manta, café y olor a quirófano. Se me dilataron las aletas de la nariz ante este desagradable olor a inseguridades, muerte y desinfectantes. Quería consolar a mi padre, abrazarle y decirle que mamá saldría de esto. Sin embargo, me quedé en silencio, porque ni siquiera sabía si yo sería capaz de creerme mis propias palabras.
Mamá se quedó ingresada; había sufrido un ataque al corazón y necesitaba un trasplante rápido si no quería que su vida corriera peligro. A diferencia de las películas americanas, no había corazones compatibles con el suyo. Se me diagnosticó un porcentaje medio-elevado de ansiedad, así que me empastillaron tanto que parecía una puta yonki, como la chica de Requiem for a dream. ¿Han visto alguna vez esa película? Yo no, pero el título siempre me había parecido romántico.
Dejé de estudiar, de comer, de dormir, de vivir. A mi padre debió de ocurrirle algo parecido, porque se fue a la casa de sus padres durante unos días. Mi madre necesitaba un corazón, ¿no? Pues yo se lo daría. Me sometí a bastantes pruebas hasta concluir en que mi corazón era compatible; y a pesar de las insistencias de aquellos médicos, decidí seguir adelante. Y bueno, ya pueden imaginar el resto, ¿no? Lo telefoneé para perdirle que me cambiase el turno y viniese él a cuidar a mamá, y supongo que no tardó mucho en venir. Los últimos recuerdos que poseo son el quirófano y una carta para mis padres.
Tal vez la vida sea una mierda y Dios nos haya abandonado a nuestra suerte, quizás se ría de nuestros esfuerzos por sobrevivir. A lo mejor mi madre me odia por haber muerto por ella, mi padre se culpe por haberme dejado sola o ambos me agradezcan mi sacrificio. Quién sabe, ¿no? Quién sabe.