tal vez no debería escribirte esto. O sí. ¿Alguna vez llegaré a saberlo? Pero no importa, siempre fuiste así. Con las coletitas que te hacía mamá. Aquel niño que te gustaba te dijo una vez que te quedaban muy bien y tú te pusiste muy roja. Y luego te caíste. Eras un patito torpe.
¿Te acuerdas de tus padres? Seguro. Y de tu perro Golden. Adorabas sacarle al parque a la vuelta de la esquina. Siempre te llevaba corriendo, ¿te acuerdas? También querías ser actriz y besar a Johnny Depp. Soñabas despierta con él muy a menudo. Venía a rescatarte en un enorme barco, y tú tirabas el guión al mar. Eras muy inocente. Y supongo que eso estaba bien. Porque es lo que se esperaba de ti, ¿no?
¿Y que me dices del instituto? Odiabas la química y aquel profesor que siempre te suspendía, pero, a su vez, adorabas teatro. Y la taquilla que tenía aquel tonto dibujo de octavo. Tú y tus amigas reíais cada vez que lo veíais. Eran buenas épocas, ¿no es así?
No tardo mucho en llegar el tiempo en el que te detectaron leucemia. Se te cayó el mundo a los pies. Tus padres lloraban, tus amigos lloraban y tú te obligabas a ser fuerte, por ellos más que por ti misma. Oh, mi empática Alice, siempre así. Una adolescente despojada de sus sueños, obligada a crecer antes de tiempo. Y créeme que lo lamento mucho. La quimio no solo te privó del pelo, pero también de tu sonrisa, del brillo de tus ojos y de tus ganas de vivir. La habitación del hospital en la que estabas confinada te entristecía. Cuatro paredes blancas con un gran ventanal, recordándote cada día todo lo que se te había sido arrebatado, casi riéndose de ti. Y llegó aquel niño castigado por la vida. Él tenía cáncer de pulmón. Hablabas con él a menudo. Era un buen niño. Le gustaba el fútbol, el chocolate, ver la tele con sus padres y los dibujos animados. Ah, y los animales. Le gustaban mucho los zoos. Ese niño quería vivir, aunque él no fuese consciente. E iba a luchar por ello. Tal vez terminó contagiándotelo.
Necesitaba un pulmón nuevo. Y finalmente lo consiguió. Fue una operación difícil, casi no lo cuenta. Pero sus ganas de vivir lo ataron al mundo. Y tú sonreíste de verdad en mucho tiempo. Ojalá te encontrases a aquel niño en algún zoo algún día.
Comenzaste a mejorar, así que te trasladaron de habitación. Tu nuevo compañero tendría un par de años más que tú y también había sufrido cáncer. Estuvisteis allí bastante tiempo, suficiente para enamorarte. Y él también.
Tan rápido como saliste, comenzaste a cumplir tus sueños, esos que tuviste que aparcar tiempo atrás. Y el día menos esperado en el lugar menos especial, aquel chico te encontró de nuevo.
Os casasteis y tuvisteis dos hijos, que por cierto, ya vienen del colegio, así que debo finalizar ya esta carta. Gracias por no rendirte por muy difícil que las cosas se pusieran. La leucemia nos retiró el brillo de los ojos, sí, pero estoy aquí para recordarnos que ese brillo regresó.
Siempre tuya,
Alice.